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LA HABA: Tengo desde hace un par de días una alerta en mi móvil...

Pues yo creo pedro que serias un buen politico. Crea tu un nuevo partido. Empieza a nivel regional y revoluciona la politica. Un abrazo

Tengo desde hace un par de días una alerta en mi móvil con tu mensaje y pienso que sería una grosería por mi parte no contestarte a pesar de que he de avanzar en varias cosas que tengo entre manos. Cuando dices “bueno” ¿te refieres quizás a mejorar lo que hay? Siendo así, no costaría un gran esfuerzo, el nivel general se debate entre lo ínfimo y lo inane. Pero no tengo voluntad para ello a no ser, como afirmé, en áreas culturales y sin filiación política. Ser político siempre te obliga a cometer alguna bajeza, injusticia o felonía, a mentir mucho, y la mentira es muy pringosa, te hace ver cómo son en realidad las personas, lo peor de las mentiras es que para que parezcan verdades debes seguir inventando más mentiras. Te voy a regalar una historia –a ti y a todas las amigas y amigos foreros- que seguro que no conoces y que se la oí, o leí, no recuerdo bien, a Jorge Semprún (el famoso militante comunista en la clandestinidad Federico Sánchez), escritor, guionista de cine y ministro de cultura en el gobierno socialista de Felipe González a finales de los 80. Deja pasar el tiempo, reflexiona sobre ella y hazme llegar un día tus conclusiones, algo que hago extensivo a todos los foreros que así lo deseen.

UNA PEQUEÑA HISTORIA

No sé si sabes que Luis Miguel Dominguín tenía otro hermano torero, Domingo Dominguín. Los viejos aficionados lo recordarán bien. Yo no, porque ni soy viejo ni aficionado. Domingo fue un torero mucho más mediocre que el gallardo, arrogante, triunfador y célebre Luis Miguel, un ángel de la vida con mucha suerte en los ruedos pero sin duda, según los analistas taurinos, uno de los mejores matadores de la historia. Sin embargo, era un tipo simpático, popular, cercano. Una tarde, en la arena, Domingo se encontró con un toro esquinado, y todos los toreros saben lo que es enfrentarse a un toro difícil, orgulloso, retorcido. Un toro seguro de su fuerza, de su estirpe, de su carga de nobleza bruta y natural a la hora de enfrentarse con el trapo rojo, con el instinto afilado para buscar el cuerpo del hombre detrás del trapo rojo. La faena estaba amortizada porque el público se reía de las dificultades que tenía Domingo para dominar a la bestia, para dominar la muerte. El público le animaba para que se acercara más al toro, más a la muerte. Le insultaba, ponía en tela de juicio su virilidad, su hombría, le humillaba.

Domingo, que tenía el cuerpo lacerado, lleno de costurones, comprendió de pronto que el público deseaba su muerte aquella tarde. Su muerte hubiera compensado en parte la falta de espectáculo. Porque no hay espectáculo posible con un toro difícil, esquinado. Sólo queda el trabajo de la muerte. Domingo decidió esa tarde que no volvería a pisar la arena de un ruedo para exhibir su futuro cadáver ante tantos imbéciles desaforados, ante esas hordas primitivas sedientas de sangre. Que no volvería a pisar el ruedo vestido de luces. Aquella fue su última corrida.

Un abrazo, ya me contarás algún día si te ha gustado la historia y tal vez yo confiese por qué la cuento. Tiempo tendremos de seguir hablando de esto, del amor y otras soledades.