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LA HABA: Qué va, hombre, qué va, sé que lo dices irónicamente:...

Cuelgo aquí el que será mi último escrito veraniego que deseo dedicar a Inma, nuestra eficaz y agradable bibliotecaria, a la Santi (lo escribo así para que sepa que es ella) a Loli de la calle Dos Pozos, a mi hermana Joaqui, que también nos visita a menudo y a todos los jabeños residentes o no, que constantemente me dicen lo que les gusta leer las cuatro letras que junto en este foro con la intención de entretener un ratito al personal, de ahí la variedad temática. A todos ellos, gracias, y no seas muy cruel conmigo, Leganés, que te veo venir.

UNA DÉCADA PRODIGIOSA

Aunque nací en los años 60, todavía tuve tiempo de conocer aquella España que chapoteaba en las ciénagas de una larga e ingrata posguerra. Una España con olor a zotal, necesariamente hipócrita, conscientemente cobarde y de un provincianismo rancio y acartonado. Una España rebosante de estigmas, estampas de San Damián y Santa Teresita, de jergones, colchones de lana, sillas de bayunco, chinches y crucifijos hechos con pinzas de la ropa. Una España de perfumes avinagrados, de sacristanes, novenarios, mantillas negras, veladores y copas de sol y sombra. Un tiempo y un país condenado a la injusticia, de exiliados con la memoria como herida, de catequistas, domingos de misa, plegarias y rezos grupales a Santa Bárbara bendita, de “vente a Alemania, Pepe”, lágrimas en grises estaciones y cera derretida. Una España de piropos groseros y chicas ye-ye con minifaldas tachadas de “jacas” por algún chuloputas.

Una España sin 4x4 pero con burros y botijos, plagada de alféreces provisionales, tullidos y ex combatientes con bigotillos y brillantina. Una España de tómbolas y rifas, de arrabales insalubres y rencores cainitas. Una España de estudiantinas, claveles, borracheras y beatos meapilas. Una España de violencia doméstica, bofetada y tente tieso y esencialmente machista, obscena, sañuda, ramplona, emponzoñada, verdulera y triste. Una España del secretariado, Estado e Iglesia, de siniestros gobernadores civiles, de abortos clandestinos, de alcahuetas y vecinos correveidiles, de intelectuales escondidos en sótanos y despensas. Una España de “tanto tienes tanto vales”, de Flechas, secciones femeninas y chicas de servicio, de terrazas en la Glorieta y mocitas luciendo trapío. Una España de penurias y estrecheces, de serenos, cerilleras, Celtas sin filtro y matinés amenizadas por conjuntos de medio pelo. Una España de verbena, Soberano y pippermint, de bar La Mezquita, gaseosas, avellanas y altramuces, de piedra pómez, Spar y jabón Flota. Una España relativista, mezquina, egoísta, amoral, patrona de inconfesables crueldades y silencios asesinos.

Una España de censuras, de muchas sombras y pocas luces, con olor a calostro, incienso y alpechín, de amantes mancilladas y rosarios en las arrugadas manos de doña Rosita. Una España centrifugando su odio en una espiral de envidias, de sueños cautivos, de castas, clases, condados, ducados y baronías, de Pemán en la mesita de noche y San Cristóbal en la guantera. Una España de perros sarnosos, enfrentamientos taurinos, fútbol en blanco y negro, viajes a Fátima y sotanas gorronas. Una España sin horizontes pero con castañuelas, refugio de asesinos y torturadora de robagallinas, de sentencias de muerte y garrote vil. Una España final de trayecto y cruce de caminos, mezquina, miserable, raquítica, huraña, de animales disecados y cuernos tras la vigilia. Una España de represión, opresión y huidas suicidas, de terratenientes y jornales míseros, de bordadoras tras los ventanales, de bailes agarraos, disco boite, pub Candy, guateques, boticas, marisoles, pilis y milis, raphaeles y cordobeses, de no llores niña y Lola que se encontraba sola, de zopencos y alelados, del castigo de Dios como resignación y excusa. Una España de servidumbres, de tradiciones brutales y mohosos costumbrismos, de esperpentos, maldiciones, enconos bien arraigados, mariposas de aceite y capillitas, de tajantes “por mis cojones” para poner fin a tal o cual porfía. Una España capaz de limpiarse los mocos con cualquier mortaja y envolver los churros en un viejo cancionero de guerrilla:

Hijos del pueblo
Te oprimen cadenas
Y esa injusticia no puede seguir;
Si tu existencia es un mundo de penas
Antes que esclavo prefiero morir…


Un abrazo para todos y mi deseo, de corazón, que paséis unas felices vacaciones. Aquí nos encontraremos en septiembre.

Qué va, hombre, qué va, sé que lo dices irónicamente: lejos de toda crueldad, vengo a contestarte o reconvenirte -y ya sé que no te dejas porque eres mayor- con todo el cariño y respeto del mundo, aunque, eso sí, huyendo de ejercitar mi memoria para infligirme o infligir sufrimiento a nadie. Prefiero -cándidamente- filtrar las vivencias en esa España de la que, siendo tan negra, muchos de nosotros (a base de humor, imaginación y picaresca) supimos extraer momentos mu sublimes de felicidad, que no en mucho más consistía el vivir, recuerdos que hoy mantenemos naturalmente frescos y vivos: arrumbando ese lodazal, que no es lo mismo que renunciar a la Memoria como esfuerzo historiográfico y consciente para reconocernos en el pasado; y eso que, probablemente por la edad, me infirió mayores dosis de sufrimiento que a ti, pues solo bien mediados los setenta, y no antes, pudiste ser consciente de la realidad que cuentas. Desa España de posguerra que tan bien dibujas -imposible demputecerla más con ajustados sustantivos y adjetivos- curiosamente, te olvidas de nombrar (al menos de manera literal y quizá por obvias) dos carencias a las que todo lo demás se subordinaba: una, la asfixiante falta de LIBERTAD; y otra, el inefable sufrimiento del HAMBRE. Todo, absolutamente todo, se supeditaba a esas dos contingencias.

Tempecinas en utilizar la memoria (yo diría mejor, dada tu edad, el cine y los libros que tienes en tu haber intelectual) para la construcción de estas elocuentes piezas literarias que me atrevo a decir que sesgan bastante la mucha imaginación que bulle y late en tu cabeza. Mexplico: metiéndome en camisas de once varas, te lo declaro, a veces veo tus análisis como voluntarios ejercicios de introspección para observar tu propia mente o tus propios estados de conciencia, extremo que, de ser ajustada mi apreciación, te aportaría un sufrimiento añadido. Es un pequeño juicio de valor que sabrás perdonarme, en aras de reconducir tu potencial literario hacia otras industrias más ilusionantes, literarias por supuesto.
(Cuando ya publicado he releído mi escrito, he resuelto recomponerlo en el párrafo anterior cuyo final me quedó mu romo y de ahí esta nueva edición: tal es el mimo con el que te leo).

Y termino, luego de la queda lectura que merece tu escrito, con la duda de saber si los adjetivos peyorativos quendosas al amplio concepto de “España” (“hipócrita, cobarde, provinciana, rancia, acartonada, machista, obscena, sañuda, verdulera, triste, mezquina, envidiosa, cruel, ………..”), recaen solo en el concepto etéreo de “ la conciencia nacional” (que para mí no es otro que el círculo del Difunto y su laberinto), o lo amplías sin ambages al sentimiento sincero que tienes sobre la idiosincrasia del pueblo español que como un saldo diezmado dejó el Despropósito Civil y antes el Despropósito Colonial: es una linde que no veo clara en tu pensamiento, pesimista mayormente. La Generación del 98, como sabes, nos dejó muy bien servidos.

Por cierto, esos cuatro versos de la canción anarquista que has reseñado esconden -como todos los himnos- una hipocresía, una mentira: pues antes que morir (y esto es mu legítimo) la inmensa mayoría de nuestros semejantes prefiere sobrevivir como esclavo, dígase lo que se diga. Eso es lo que pasó en la posguerra y eso es lo que pasa ahora, sobrevivimos esclavos del miedo: porque lo importante, Pedro, era y es no perder la conciencia de serlo para, aprovechando cualquier viento favorable, luchar y agarrarse de nuevo a la dignidad.

Con mi felicitación y reconocimiento a las formas de tu escribir, recibe un fuerte abrazo,
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