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LA HABA: Pos yo sí leo tu enjundia, Victoriano, me cuesta dios...

“Zazá”, el hombre que no tenía nombre. (Ficción sobre recuerdos y vivencias en la calle de la Perra).

Alguien debió registrar su nombre de pila, pero fue tan natural y temprana la señal de su desgracia, que su propia madre convino en llamarle así. Zazá nació ya enfermo y mu débil, creció deforme y hubo de sufrir los estragos de que a veces nos provee la lucidez para constatar por sí mismo su desvalimiento. Quizá porque no estábamos en Cafarnaún, para que un dios hecho hombre le espetara eso de “Zazá, levántate y camina”, mi entrañable paisano vivió paralítico de por vida.

Y si sus piernas y brazos no obedecían a su ebullente cerebro, éste tampoco se compadeció de su imposibilidad de hablar: hubo de resignarse, durante sus cincuenta años de vida, a balbucear “zazá, zazá, zazá…., y zazá”. Su primera palabra, así como la última, no fue ni papá ni mamá sino “zazá”; sin embargo -y este milagro lo ofició él mismo- sus mejillas y sus labios, su ojos, la multitud de rictus o aspectos que su inagotable rostro fue capaz de adoptar, añadido todo ello a su pertinaz vocablo “zazá”, alumbraron su propio idioma: un instrumento de comunicación suficiente para mantener con cualquier jabeño una distendida conversación; “zazá” podía ser un sí o un no, un ya veremos o un ¡basta ya!, un déjame, un suspiro, una peseta o un duro, una oración, un insulto, un ¡Ay!, o una blasfemia.

“Zazá”, se invento un idioma para crearse un nombre. Y, ahora que caigo en la cuenta, debió tener el temprano presagio de que habría de contraer el alfabeto a esas dos letras extremas, desde la “a” a la “zeta”, para que fuera posible el sencillo orden del vasto lenguaje que necesitaba desarrollar con el gesto.

Vivió decentemente de la venta de pipas, algarrobas, cacahuetes, regaliz y alguna chuchería más, siempre detrás de aquel puesto donde le sentaron. Zazá, que no tenía nombre, quiso paradójicamente donar sus apellidos para una niña de madre soltera y así es como devino en hombre casado: era también una manera de proclamar que el corazón sí le funcionaba. Yo presencié -de madrugada por supuesto- aquella boda en calidad de monaguillo del ilustre y lustroso párroco campanariense don Pedro Morillo-Velarde. Como un buda desvencijado, a Zazá le situaron con su sempiterna silla delante del altar; luego llegó ella acompañada de dos personas que oficiaron de testigos, y cuando la desabrida liturgia llegó a ese punto álgido que tienen todos los sacramentos, con más recogimiento que alegría, el cura le pregunto a Zazá: “…., ¿quieres a María por esposa?”, y él respondió obviamente: “zazá”, que era que sí. (Por cierto, me pasó desapercibido el nombre de pila de Zazá, tal era mi ofuscación observando la desproporción manifiesta entre los turgentes pechos de la novia y los tics enfermizos y convulsivos en los labios de mi pobre amigo: porque uno, a pesar de los pocos años y del sagrado oficio de monaguillo, ya ejercía –gracias a dios- de pecador de pensamiento).

Unos meses después, en una fría noche de invierno Zazá se puso mu malito en el puesto; y agarrándose -como a un salvavidas- al carburo que daba luz a su industria, se precipitó desde el alto taburete donde lo sentaban hasta el pedregoso suelo de la plaza: allí cayó como un quebrado fardo de cañas secas. “ ¡A Zazá l´hadao un paralí!”, bullía la plaza (en La Haba, un paralís, o un “ataque”, podía ser un simple mareo, un infarto, un ictus, un accidente cerebrovascular o una apoplejía). Yo no sé qué le daría, pero fue mu grave. El hecho es que me recuerdo con la campanilla tintineante toda la calle de la Perra arriba, desde la esquina de Modesto "el de la Consolación" hasta la casa que fue de tío Eugenio “Pescuezorretuerto”, acompañando a don Pedro para administrarle el Viático: a todo lo que le decía el cura, Zazá respondía… “zazá, zazá”, que unas veces eran síes encadenados aceptando cuestiones de fe, y otras un “estoy rendío de tanto hablar, ¡coño!”. Y solo/sólo cuando un día después fue signado en la frente y en ambas manos con el óleo sagrado de la entonces llamada extrema unción, Zazá se adentró en un elocuente silencio para decirnos, ya sin su “zazá”, que habían muerto a la vez.....: una palabra, un lenguaje, un nombre y el hombre sin nombre al que llamábamos Zazá.

Mu buenas noches a to el jabeñerío.
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Siento mucho no haber podido leer toda la enjundia que adivino, pero en unos dias sacaré tiempo. En cuaaanto a los ejercicios espirituales del padre de los huevos, me parece que lo más próximo que conozco es el "jet law". Así
que no vayan a decirme que me hago de rogar y sigo con otro par de lineas:

De mi permanencia por tan distinguidas proximidades y ponderadas
latitudes, conste la prepotencia cognoscitiva adolescente, quasi
salomónica, exponente de cada pregunta que recuerdo, curiosamente
tres, del exigüo cuestionario made in USA, subsidiario del funcio-
nalismo tirando a confederado que pretendía rajar sobre las incli-
naciones de la inminente soldadesca, básicamente devota de la máxima
agustina <<cuando estés en Roma comportáte como los romanos>>,
fisuras en la integridad de la patria e hipostasis de buen ver,
genéricamente a buen recaudo.
La del parecer en cuanto al sacrificado forzosamente reconvertido
al gregarismo neocatólico repartiendo pasaporte, para regocijo de la
anfibología que no impostación islámica, autorización arriana mediante,
quedó sobreseida recurriendo al celebérrimo apotegma "un profeta
inteligente y sencillo", bastante menos dilatorio que "Mesías",
paradigmático regalo traslaticio de los ancestros a la espera de
continuidad con el permiso de la disyuntiva, desgraciadamente,
bastante menos visionaria.

Y hasta aquí llegamos hoy que quiero dedicar el cuarto de hora que me queda para ver un par de cacharros (tecnológicos).

Salud y a pasarlo bien.

Pos yo sí leo tu enjundia, Victoriano, me cuesta dios y ayuda, pero lo intento; ¡venga, palante!

Pásalo bien, saludablemente.