El Altozano jabeño -tramo urbano de la antigua carretera de Quintana- es el reino que me espera: una placentera atalaya para consumir, en las madrugadas del verano sereno, ese plus de vida que tenemos concedidos los insomnes.
Disfrutando de él, desde el duermevela de la mecedora, recuerdo haberme conciliado con perros sin amo –igualmente insomnes- que se me acercaban sumisos a lamerme las piernas arañadas de mi andar por las rastrojeras; he escuchado gallos desquiciados anunciar el amanecer con dos horas de adelanto; he visto, amparados por la clandestinidad que oferta la noche –incesantes y furtivos- grandes camiones que portaban bidones lacrados con residuos tóxicos endosados desde Madrid a la sierra jabeña; he mirado, cómo no hacerlo, al cielo, ese cielo que se percibe con tal nitidez que mueve a la reflexión y al respeto, y que si persistes en tu mirar y en el discernimiento, puede alucinarte; Y he disfrutado, esto es inefable por su belleza, del amanecer de la Luna: cuando esto se da en todo su esplendor, cuando refulge plena de ese lento parto entre los pechos turgentes que son los cerros de Magacela y se eleva inmensa como un inconmensurable globo rojo ofensivamente hermoso, cuando esto pasa, que ocurre pocas veces, rayas el paroxismo de las emociones.
Y el Altozano ya no es, por culpa de la nueva carretera, ese tramo entrañable mal señalizado donde los hijos de los que emigraron al País Vasco, o a Alemania, dudaban de su rumbo y me preguntaban: “ ¿Para Quintana, por favor?”, y yo les respondía “ to recto”.
Mu buenas noches a to el jabeñerío,
Disfrutando de él, desde el duermevela de la mecedora, recuerdo haberme conciliado con perros sin amo –igualmente insomnes- que se me acercaban sumisos a lamerme las piernas arañadas de mi andar por las rastrojeras; he escuchado gallos desquiciados anunciar el amanecer con dos horas de adelanto; he visto, amparados por la clandestinidad que oferta la noche –incesantes y furtivos- grandes camiones que portaban bidones lacrados con residuos tóxicos endosados desde Madrid a la sierra jabeña; he mirado, cómo no hacerlo, al cielo, ese cielo que se percibe con tal nitidez que mueve a la reflexión y al respeto, y que si persistes en tu mirar y en el discernimiento, puede alucinarte; Y he disfrutado, esto es inefable por su belleza, del amanecer de la Luna: cuando esto se da en todo su esplendor, cuando refulge plena de ese lento parto entre los pechos turgentes que son los cerros de Magacela y se eleva inmensa como un inconmensurable globo rojo ofensivamente hermoso, cuando esto pasa, que ocurre pocas veces, rayas el paroxismo de las emociones.
Y el Altozano ya no es, por culpa de la nueva carretera, ese tramo entrañable mal señalizado donde los hijos de los que emigraron al País Vasco, o a Alemania, dudaban de su rumbo y me preguntaban: “ ¿Para Quintana, por favor?”, y yo les respondía “ to recto”.
Mu buenas noches a to el jabeñerío,