VERÓNICA O EL AROMA DE CRISTAL
Dedicado por Pedro González
En la orilla se mojan las huellas que tus pies húmedos dejaron para que la marea se lleve el dibujo huésped de la arena, el surco plantar de las caricias de la tierra mojada… Tú, Verónica, que acariciaste el llanto tenue de un verbo mudo que la palabra deja en la letra impresa, en el significado relativo de los olvidos en imágenes, esos recuerdos no descritos por el silencio desgarrado que escribe entre lloviznas que la memoria, tu memoria, cose los retratos de lo vivido, los sentimientos, y hasta el dormir con un cordel de tersa seda, con nudos, y en cada uno un perdón, una sonrisa dibujada en tu rostro, un atisbo de caricia por los labios tuyos que mecen la metáfora de la vida como un pajarillo cuyo canto embelesa tu mirada de miel, tu sonrisa de miel, tu sonrisa de fuego, ese fuego que hiere el aire, que disfraza tus besos de luz en un palpitar que renace como un habitante de lo que te callas, de lo mucho que musitas, como huésped del silencio de las mariposas, que se posan en tu mirada, porque es ahí donde versan las experiencias y la nada, ese hueco húmedo entre el amante bilingüe y el almacén de huesos que somos, ese almacén que ilumina las esperas, esa tierna pausa de un tiempo que no se detiene pero que fija su secundero en tu sollozo, en esa lágrima vivida, condenada a la pena, a ese espíritu estrecho del vivir, donde no hay margen al respiro, donde hay que sentir pidiendo su turno a los sinónimos de los transeúntes, que son los que se pasean por tu mirada, por esos decorados y dibujados de maravillas, de pequeñas y ocultas gotas de rocío, de silenciosas y opacas sílabas y trazos; marcas y trazos que desdibujan también el despertar acaecido del alma azul que viste tu cuerpo y que te llena de colores que cobran vida y te revolucionan y de donde hablas y hablas… Silencios callados, verbos pop… Nueva York y Alma!
Tu cuerpo se ha adormecido entre las sábanas de aire que te arropan, esas que cubren tu alma de rosas y amapolas, cubren de caricias, la grave piel de tu silenciosa piel, esa soledad escrita en la noche detenida, en la que yo te bajo una estrella para que juegues; o columpios en el parque del azahar, colgado de la luna, que es una mecedora de donde se ve el sol, donde sonríes y que te gustaría sería mientras vivas. Verónica es el nombre de la libertad, escrito a fuego en el corazón de una rosa roja, en cada amanecer, en el rojo turquesa cuando el sol decide desaparecer; tu nombre es el encuentro con la travesía por el océano de la palabra dada, de un compañero tardío, de una tristeza apagada en alegrías, de un corazón partío en la arena de la verdad.
Cuando el alba se despierta
Y se abren las cortinas del áureo destino, cuando se conocen las claras del día, comienzas tu lento caminar, comienzas tu lucha por la vida, comienzas a tirar de la vida y a bajar de las estrellas la esperanza y la vida. De sus manos nacen las rosas sin espinas y que las espinas se quedan en tus pies descalzos…
En un retazo de las neuronas que descansan en el corazón del vientre gris, se echan en un diván de paja, donde los recuerdos se apelmazan, recorriendo la llama encendida de la intimidad, donde se oye esa voz inquebrantable que ronca descifra el vaho de los sentires amargos, y condena a tus ojos al agua de azahar, para mojar tus pupilas de lluvia de eternas lágrimas con los que se escriben la pasión de un corazón que henchido besa el camino de tu desasosiego, que moja la luna de hiel con arena molida en tus pies descalzos… Si algún día te vas, llévate consigo kilos y kilos de recuerdos, esas imágenes de toda una vida, cuando has sido huésped de tu corazón, y te llevarás el alma de los sentimientos, como en una cajita donde guardar silencios, soledades, calladas palabras, mudas charlas, y donde las retahílas del mediodía te llevarás entre amargos y valientes verbos, esos que se han perdido en tu mirada que los han abandonado en los luceros de la mañana, bonitos y blancos luceros… Te llevarás retazos de una memoria reconstruida a base de sufrimientos y dolor y que ahora con una sonrisa has cosido en un paquete que has llamado memoria y has atado un ramillete de promesas y recuerdos.
Ojalá que la despedida sólo sea una palabra y pueda tenerte siempre, poder cunear tu sonrisa en la ribera de un vaso de agua y mecer tus ojos sintiendo la alegría y el llanto, ese llanto que desfila por las miradas yermas de esencia y que viven sin etiquetas; tu lágrima es el paseo por tu mejilla, un dibujo ecléctico de la sensualidad, un esbozo ligero de un bostezo del mar, salado y con luz, abandonado en la calle 13, en el atisbo de un ronco epítafe, un prólogo amatista que llueve sobre los pies descalzos, sobre las manos desnudas que mojan la hojarasca de los mortecinos olmos que quiebran en el húmedo verso del devenir, en el último y vertiginoso vacío del acontecer. Si te vas, quédate; si te vas, déjanos tu mirada, raptaremos tu sonrisa.
Dedicado por Pedro González
En la orilla se mojan las huellas que tus pies húmedos dejaron para que la marea se lleve el dibujo huésped de la arena, el surco plantar de las caricias de la tierra mojada… Tú, Verónica, que acariciaste el llanto tenue de un verbo mudo que la palabra deja en la letra impresa, en el significado relativo de los olvidos en imágenes, esos recuerdos no descritos por el silencio desgarrado que escribe entre lloviznas que la memoria, tu memoria, cose los retratos de lo vivido, los sentimientos, y hasta el dormir con un cordel de tersa seda, con nudos, y en cada uno un perdón, una sonrisa dibujada en tu rostro, un atisbo de caricia por los labios tuyos que mecen la metáfora de la vida como un pajarillo cuyo canto embelesa tu mirada de miel, tu sonrisa de miel, tu sonrisa de fuego, ese fuego que hiere el aire, que disfraza tus besos de luz en un palpitar que renace como un habitante de lo que te callas, de lo mucho que musitas, como huésped del silencio de las mariposas, que se posan en tu mirada, porque es ahí donde versan las experiencias y la nada, ese hueco húmedo entre el amante bilingüe y el almacén de huesos que somos, ese almacén que ilumina las esperas, esa tierna pausa de un tiempo que no se detiene pero que fija su secundero en tu sollozo, en esa lágrima vivida, condenada a la pena, a ese espíritu estrecho del vivir, donde no hay margen al respiro, donde hay que sentir pidiendo su turno a los sinónimos de los transeúntes, que son los que se pasean por tu mirada, por esos decorados y dibujados de maravillas, de pequeñas y ocultas gotas de rocío, de silenciosas y opacas sílabas y trazos; marcas y trazos que desdibujan también el despertar acaecido del alma azul que viste tu cuerpo y que te llena de colores que cobran vida y te revolucionan y de donde hablas y hablas… Silencios callados, verbos pop… Nueva York y Alma!
Tu cuerpo se ha adormecido entre las sábanas de aire que te arropan, esas que cubren tu alma de rosas y amapolas, cubren de caricias, la grave piel de tu silenciosa piel, esa soledad escrita en la noche detenida, en la que yo te bajo una estrella para que juegues; o columpios en el parque del azahar, colgado de la luna, que es una mecedora de donde se ve el sol, donde sonríes y que te gustaría sería mientras vivas. Verónica es el nombre de la libertad, escrito a fuego en el corazón de una rosa roja, en cada amanecer, en el rojo turquesa cuando el sol decide desaparecer; tu nombre es el encuentro con la travesía por el océano de la palabra dada, de un compañero tardío, de una tristeza apagada en alegrías, de un corazón partío en la arena de la verdad.
Cuando el alba se despierta
Y se abren las cortinas del áureo destino, cuando se conocen las claras del día, comienzas tu lento caminar, comienzas tu lucha por la vida, comienzas a tirar de la vida y a bajar de las estrellas la esperanza y la vida. De sus manos nacen las rosas sin espinas y que las espinas se quedan en tus pies descalzos…
En un retazo de las neuronas que descansan en el corazón del vientre gris, se echan en un diván de paja, donde los recuerdos se apelmazan, recorriendo la llama encendida de la intimidad, donde se oye esa voz inquebrantable que ronca descifra el vaho de los sentires amargos, y condena a tus ojos al agua de azahar, para mojar tus pupilas de lluvia de eternas lágrimas con los que se escriben la pasión de un corazón que henchido besa el camino de tu desasosiego, que moja la luna de hiel con arena molida en tus pies descalzos… Si algún día te vas, llévate consigo kilos y kilos de recuerdos, esas imágenes de toda una vida, cuando has sido huésped de tu corazón, y te llevarás el alma de los sentimientos, como en una cajita donde guardar silencios, soledades, calladas palabras, mudas charlas, y donde las retahílas del mediodía te llevarás entre amargos y valientes verbos, esos que se han perdido en tu mirada que los han abandonado en los luceros de la mañana, bonitos y blancos luceros… Te llevarás retazos de una memoria reconstruida a base de sufrimientos y dolor y que ahora con una sonrisa has cosido en un paquete que has llamado memoria y has atado un ramillete de promesas y recuerdos.
Ojalá que la despedida sólo sea una palabra y pueda tenerte siempre, poder cunear tu sonrisa en la ribera de un vaso de agua y mecer tus ojos sintiendo la alegría y el llanto, ese llanto que desfila por las miradas yermas de esencia y que viven sin etiquetas; tu lágrima es el paseo por tu mejilla, un dibujo ecléctico de la sensualidad, un esbozo ligero de un bostezo del mar, salado y con luz, abandonado en la calle 13, en el atisbo de un ronco epítafe, un prólogo amatista que llueve sobre los pies descalzos, sobre las manos desnudas que mojan la hojarasca de los mortecinos olmos que quiebran en el húmedo verso del devenir, en el último y vertiginoso vacío del acontecer. Si te vas, quédate; si te vas, déjanos tu mirada, raptaremos tu sonrisa.