La heroica lucha de los trabajadores españoles contra los fascistas es un hito en el desarrollo del movimiento de clase internacional del proletariado. Simultáneamente, esta lucha pone fin al curso ininterrumpido del fascismo victorioso e inicia un nuevo periodo de crecientes luchas de clases.
Pero esta no es la única razón por la que la Guerra Civil Española tiene una gran importancia para el proletariado. Su significación radica en el hecho de que pone a prueba las teorías y tácticas del anarquismo y el anarcosindicalismo.
España siempre ha sido la tierra del anarquismo. La enorme influencia que las doctrinas anarquistas obtuvieron en España sólo puede entenderse en relación con la peculiar estructura de clases del país. La teoría de Proudhon de los artesanos individuales e independientes, así como la aplicación de esa misma teoría por parte de Bakunin a las fábricas, encontró un atnplio apoyo entre los pequeños campesinos y los trabajadores del campo y las ciudades. Amplios sectores del proletariado español abrazaron las doctrinas anarquistas, y la aceptación de esas doctrinas fue la causa del espontáneo levantamiento de los trabajadores contra el alzamiento fascista.
Sin embargo, eso no quiere decir que el desarrollo de la lucha también esté determinado por la ideología anarquista o que sea un reflejo de los objetivos de los anarquistas. Por el contrario, queremos subrayar que los anarquistas fueron obligados a abandonar muchas de sus viejas queridas ideas y a aceptar, en cambio, compromisos de la peor especie. El análisis de ese proceso nos demostrará que el anarquismo es incapaz de resolver los problemas de la lucha de clase revolucionaria. Las tácticas anarquistas puestas en práctica en España fueron incapaces de hacer frente a la situación, no porque el movimiento fuera demasiado reducido para permitir su puesta en práctica, sino porque los métodos anarquistas para organizar las diferentes fases de la lucha estaban en contradicción con la realidad objetiva. Esa fase de desarrollo pone de manifiesto claras similitudes con la Rusia bolchevique de 1917. Así como los bolcheviques rusos tuvieron que abandonar, paso a paso, sus viejas teorías hasta que, finalmente, fueron obligados a explotar a los obreros y campesinos con métodos capitalistas burgueses, los anarquistas en España se ven forzados a aceptar medidas que con anterioridad ellos mismos denunciaron como centralistas y opresoras. El desarrollo de la Revolución rusa puso de manifiesto la inadecuación de las teorías bolcheviques para resolver los problemas de la lucha de clase proletaria y, de forma similar, la Guerra Civil Española revela la inadecuación de las doctrinas anarquistas.
Nos parece de gran importancia señalar los errores cometidos por los anarquistas, porque en líneas generales su valiente combate ha inducido a muchos trabajadores -que ven con claridad el papel de traidores que juegan la Segunda y Tercera Internacionales- a creer que los anarquistas tienen razón, a pesar de todo. Desde nuestro punto de vista, esto entraña un gran peligro en la medida en que tiende a aumentar la confusión rampante dentro de la clase obrera.
Consideramos nuestro deber el mostrar, a partir del ejemplo español, que la argumentación anarquista contra el marxismo es errónea; que, por el contrario, es la doctrina anarquista la que ha fracasado. Cuando se trata de comprender una situación dada, o mostrar las vías y métodos dentro de una lucha revolucionaria concreta, el marxismo todavía tiene ventaja, y la mantiene en una aguda oposición al pseudo-marxismo de los partidos de la IIª y IIIª Internacionales.
La debilidad de las teorías anarquistas se puso de manifiesto, en primer lugar, por la actitud de las organizaciones anarquistas respecto de la cuestión de la organización política del poder. Según la teoría anarquista, la victoria revolucionaria se obtendría y garantizaría poniendo la gestión de las fábricas en manos de los sindicatos. Los anarquistas nunca intentaron arrebatar el poder al gobierno del Frente Popular. Ni propiciaron la organización de un poder político de los soviets. En vez de propagar la lucha de clases contra la burguesía, preconizaron la armonía de clases entre todos los grupos que formaban parte del frente antifascista. Cuando la burguesía empezó a recortar el poder de las organizaciones obreras, los anarquistas se unieron al nuevo Gobierno lo que, según las teorías anarquistas, es una gran desviación de sus principios básicos. Intentaron explicar este cambio con la excusa de que, teniendo en cuenta la colectivización, el nuevo gobierno del Frente Popular no representaba un poder político, como antes, sino simplemente económico, porque sus miembros eran representantes de los sindicatos a los que, sin embargo, también pertenecían los miembros de la pequeño-burguesa Esquerra [Republicana de Catalunya]. Los anarquistas aducían: puesto que el poder está en las fábricas, y las fábricas están controladas por los sindicatos, el poder está en manos de los trabajadores. Lo que resulta de todo esto es algo que veremos a continuación.
Mientras los anarquistas estuvieron en el Gobierno, fue emitido el decreto de disolución de las milicias. La incorporación de las milicias al ejército regular y la supresión del POUM en Madrid fueron decretados con su aprobación. Los anarquistas contribuyeron a organizar el poder político burgués, pero no hicieron nada por la formación de un poder político proletario.
No es nuestra intención hacer a los anarquistas responsables del desarrollo de la lucha antifascista y de su desviación hada un callejón sin salida burgués. Habría que reprocharlo a otros factores, especialmente, a la pasividad de los trabajadores en otros países. Pero lo que queremos criticar firmemente es el hecho de que los anarquistas abandonaran la tarea hacia una revolución realmente proletaria y se identificaran a sí mismos con el proceso actual. En consecuencia, tendieron una cortina de humo que ocultaba la posición de los trabajadores contra la burguesía, y dieron pie a ilusiones que, nos tememos, ellos mismos habrán de pagar muy caras en el futuro.
Las tácticas de los anarquistas españoles habían encontrado numerosas críticas entre los grupos libertarlos extranjeros. Algunas de esas críticas los acusaban incluso de haber traicionado los ideales anarquistas. Pero como esas críticas ven erróneamente la situación a la que sus camaradas españoles hacen frente, se quedan en críticas meramente negativas. No podría ser de otro modo. Las doctrinas anarquistas no pueden responder a las cuestiones que la práctica revolucionaria plantea. No participación en el gobierno, no a la organización del poder político, sindicalización de la producción, éstas son las consignas básicas anarquistas.
Con tales consignas es completamente imposible abordar de forma efectiva los intereses de la revolución proletaria. Los anarquistas españoles se retrajeron hacia las prácticas burguesas porque fueron incapaces de reemplazar sus consignas irrealizables por otras proletarias. Precisamente, por esa razón, los críticos y asesores liberales extranjeros no podían ofrecer una solución, pues esos problemas sólo pueden resolverse sobre la base de la teoría marxiana.
La posición más extrema entre los anarquistas extranjeros es la de los anarquistas holandeses (excepto los anarcosindicalistas del NSV - Nederland Syndikalist Vuband). Los acérrimos anarquistas holandeses rechazan cualquier lucha que suponga la utilización de armas de guerra, porque tal lucha estaría en contradicción con los ideales y objetivos anarquistas. Niegan la existencia de clases, aunque no pueden evitar la expresión de su simpatía con la lucha de masas antifascista. En realidad, su posición significa un sabotaje de la lucha. Denuncian cualquier acción que signifique una ayuda para los trabajadores españoles, como el envío de armas. El núcleo de su propaganda es el siguiente: todo lo que se haga ha de estar encaminado a prevenir la extensión del conflicto a otros países europeos. Propugnan la "resistencia pasiva" al estilo de Gandhi, cuya filosofía, traducida en la realidad objetiva, significa la rendición de los trabajadores indefensos a los verdugos fascistas.
La oposición dentro de los anarquistas mantiene que el poder centralizado en la dictadura del proletariado o en el comité militar, llevará a otra forma de sometimiento de masas. Los anarquistas españoles responden subrayando que ellos (en España) no luchan por la imposición de un poder político centralizado, al contrario, favorecen la sindicalización de la producción, que excluye la explotación de los trabajadores. Creen sinceramente que las fábricas están en manos de los trabajadores y que no hace falta organizar todas las fábricas de forma centralizada y sobre una base política. El proceso actual, sin embargo, ha demostrado que la centralización de la producción ya se está llevando a cabo y que los anarquistas se han visto forzados a adaptarse a las nuevas circunstancias, incluso en contra de su voluntad. Dondequiera que los trabajadores anarquistas no asuman la organización del poder políticamente y de forma centralizada en las fábricas y ayuntamientos, los representantes de los partidos capitalistas burgueses, incluidos el partido socialista y el comunista, lo harán en su lugar. Esto quiere decir que los sindicatos, aunque sean controlados directamente por los trabajadores en las fábricas, estarán dirigidos de acuerdo con leyes y disposiciones emanadas por el gobierno capitalista burgués.
Pero esta no es la única razón por la que la Guerra Civil Española tiene una gran importancia para el proletariado. Su significación radica en el hecho de que pone a prueba las teorías y tácticas del anarquismo y el anarcosindicalismo.
España siempre ha sido la tierra del anarquismo. La enorme influencia que las doctrinas anarquistas obtuvieron en España sólo puede entenderse en relación con la peculiar estructura de clases del país. La teoría de Proudhon de los artesanos individuales e independientes, así como la aplicación de esa misma teoría por parte de Bakunin a las fábricas, encontró un atnplio apoyo entre los pequeños campesinos y los trabajadores del campo y las ciudades. Amplios sectores del proletariado español abrazaron las doctrinas anarquistas, y la aceptación de esas doctrinas fue la causa del espontáneo levantamiento de los trabajadores contra el alzamiento fascista.
Sin embargo, eso no quiere decir que el desarrollo de la lucha también esté determinado por la ideología anarquista o que sea un reflejo de los objetivos de los anarquistas. Por el contrario, queremos subrayar que los anarquistas fueron obligados a abandonar muchas de sus viejas queridas ideas y a aceptar, en cambio, compromisos de la peor especie. El análisis de ese proceso nos demostrará que el anarquismo es incapaz de resolver los problemas de la lucha de clase revolucionaria. Las tácticas anarquistas puestas en práctica en España fueron incapaces de hacer frente a la situación, no porque el movimiento fuera demasiado reducido para permitir su puesta en práctica, sino porque los métodos anarquistas para organizar las diferentes fases de la lucha estaban en contradicción con la realidad objetiva. Esa fase de desarrollo pone de manifiesto claras similitudes con la Rusia bolchevique de 1917. Así como los bolcheviques rusos tuvieron que abandonar, paso a paso, sus viejas teorías hasta que, finalmente, fueron obligados a explotar a los obreros y campesinos con métodos capitalistas burgueses, los anarquistas en España se ven forzados a aceptar medidas que con anterioridad ellos mismos denunciaron como centralistas y opresoras. El desarrollo de la Revolución rusa puso de manifiesto la inadecuación de las teorías bolcheviques para resolver los problemas de la lucha de clase proletaria y, de forma similar, la Guerra Civil Española revela la inadecuación de las doctrinas anarquistas.
Nos parece de gran importancia señalar los errores cometidos por los anarquistas, porque en líneas generales su valiente combate ha inducido a muchos trabajadores -que ven con claridad el papel de traidores que juegan la Segunda y Tercera Internacionales- a creer que los anarquistas tienen razón, a pesar de todo. Desde nuestro punto de vista, esto entraña un gran peligro en la medida en que tiende a aumentar la confusión rampante dentro de la clase obrera.
Consideramos nuestro deber el mostrar, a partir del ejemplo español, que la argumentación anarquista contra el marxismo es errónea; que, por el contrario, es la doctrina anarquista la que ha fracasado. Cuando se trata de comprender una situación dada, o mostrar las vías y métodos dentro de una lucha revolucionaria concreta, el marxismo todavía tiene ventaja, y la mantiene en una aguda oposición al pseudo-marxismo de los partidos de la IIª y IIIª Internacionales.
La debilidad de las teorías anarquistas se puso de manifiesto, en primer lugar, por la actitud de las organizaciones anarquistas respecto de la cuestión de la organización política del poder. Según la teoría anarquista, la victoria revolucionaria se obtendría y garantizaría poniendo la gestión de las fábricas en manos de los sindicatos. Los anarquistas nunca intentaron arrebatar el poder al gobierno del Frente Popular. Ni propiciaron la organización de un poder político de los soviets. En vez de propagar la lucha de clases contra la burguesía, preconizaron la armonía de clases entre todos los grupos que formaban parte del frente antifascista. Cuando la burguesía empezó a recortar el poder de las organizaciones obreras, los anarquistas se unieron al nuevo Gobierno lo que, según las teorías anarquistas, es una gran desviación de sus principios básicos. Intentaron explicar este cambio con la excusa de que, teniendo en cuenta la colectivización, el nuevo gobierno del Frente Popular no representaba un poder político, como antes, sino simplemente económico, porque sus miembros eran representantes de los sindicatos a los que, sin embargo, también pertenecían los miembros de la pequeño-burguesa Esquerra [Republicana de Catalunya]. Los anarquistas aducían: puesto que el poder está en las fábricas, y las fábricas están controladas por los sindicatos, el poder está en manos de los trabajadores. Lo que resulta de todo esto es algo que veremos a continuación.
Mientras los anarquistas estuvieron en el Gobierno, fue emitido el decreto de disolución de las milicias. La incorporación de las milicias al ejército regular y la supresión del POUM en Madrid fueron decretados con su aprobación. Los anarquistas contribuyeron a organizar el poder político burgués, pero no hicieron nada por la formación de un poder político proletario.
No es nuestra intención hacer a los anarquistas responsables del desarrollo de la lucha antifascista y de su desviación hada un callejón sin salida burgués. Habría que reprocharlo a otros factores, especialmente, a la pasividad de los trabajadores en otros países. Pero lo que queremos criticar firmemente es el hecho de que los anarquistas abandonaran la tarea hacia una revolución realmente proletaria y se identificaran a sí mismos con el proceso actual. En consecuencia, tendieron una cortina de humo que ocultaba la posición de los trabajadores contra la burguesía, y dieron pie a ilusiones que, nos tememos, ellos mismos habrán de pagar muy caras en el futuro.
Las tácticas de los anarquistas españoles habían encontrado numerosas críticas entre los grupos libertarlos extranjeros. Algunas de esas críticas los acusaban incluso de haber traicionado los ideales anarquistas. Pero como esas críticas ven erróneamente la situación a la que sus camaradas españoles hacen frente, se quedan en críticas meramente negativas. No podría ser de otro modo. Las doctrinas anarquistas no pueden responder a las cuestiones que la práctica revolucionaria plantea. No participación en el gobierno, no a la organización del poder político, sindicalización de la producción, éstas son las consignas básicas anarquistas.
Con tales consignas es completamente imposible abordar de forma efectiva los intereses de la revolución proletaria. Los anarquistas españoles se retrajeron hacia las prácticas burguesas porque fueron incapaces de reemplazar sus consignas irrealizables por otras proletarias. Precisamente, por esa razón, los críticos y asesores liberales extranjeros no podían ofrecer una solución, pues esos problemas sólo pueden resolverse sobre la base de la teoría marxiana.
La posición más extrema entre los anarquistas extranjeros es la de los anarquistas holandeses (excepto los anarcosindicalistas del NSV - Nederland Syndikalist Vuband). Los acérrimos anarquistas holandeses rechazan cualquier lucha que suponga la utilización de armas de guerra, porque tal lucha estaría en contradicción con los ideales y objetivos anarquistas. Niegan la existencia de clases, aunque no pueden evitar la expresión de su simpatía con la lucha de masas antifascista. En realidad, su posición significa un sabotaje de la lucha. Denuncian cualquier acción que signifique una ayuda para los trabajadores españoles, como el envío de armas. El núcleo de su propaganda es el siguiente: todo lo que se haga ha de estar encaminado a prevenir la extensión del conflicto a otros países europeos. Propugnan la "resistencia pasiva" al estilo de Gandhi, cuya filosofía, traducida en la realidad objetiva, significa la rendición de los trabajadores indefensos a los verdugos fascistas.
La oposición dentro de los anarquistas mantiene que el poder centralizado en la dictadura del proletariado o en el comité militar, llevará a otra forma de sometimiento de masas. Los anarquistas españoles responden subrayando que ellos (en España) no luchan por la imposición de un poder político centralizado, al contrario, favorecen la sindicalización de la producción, que excluye la explotación de los trabajadores. Creen sinceramente que las fábricas están en manos de los trabajadores y que no hace falta organizar todas las fábricas de forma centralizada y sobre una base política. El proceso actual, sin embargo, ha demostrado que la centralización de la producción ya se está llevando a cabo y que los anarquistas se han visto forzados a adaptarse a las nuevas circunstancias, incluso en contra de su voluntad. Dondequiera que los trabajadores anarquistas no asuman la organización del poder políticamente y de forma centralizada en las fábricas y ayuntamientos, los representantes de los partidos capitalistas burgueses, incluidos el partido socialista y el comunista, lo harán en su lugar. Esto quiere decir que los sindicatos, aunque sean controlados directamente por los trabajadores en las fábricas, estarán dirigidos de acuerdo con leyes y disposiciones emanadas por el gobierno capitalista burgués.