Ofertas de luz y gas

LA HABA: Y encima del altar de la ermita, un misal dieciochesco...

¡COSAS QUE UNEN!

Dando un margen a la incertidumbre, nadie debería negar a Dios: cosa distinta es creer en Él. Pero lo que es un hecho extraordinario, contradictorio, opuesto a la razón y contrario a las leyes naturales es no creer en él y sí creer en su Santa Madre: este es mi caso -yo que me las doy de racionalista- y quizá también lo sea el de buena parte del jabeñerío con respecto a la advocación de Nuestra Señora la Santísima Virgen de la Antigua. Este galimatías sobre la fe – cuyos momentos más álgidos culminan los días 13 de agosto y septiembre de cada año- no es fácil desentrañarlo aunque sus beneficiosos efectos sean una evidencia incontrovertible. A mí, que no me mueve la fe porque solo/sólo creo en el hombre, todo esto mempapa de tan buenas sensaciones que un año destos me pongo a dar abrazos a diestro y siniestro sin mirar a quién en la arrabalera Plaza de Las Perdices: aunque aluego me tomen por loco o me saquen un cantar.

Nadie tiene en el pueblo tanto poder de convocatoria; cuando la Virgen alcanza la Salve hace que los jabeños residentes y los de la diáspora se saluden emocionados y risueños entre el estruendo de cohetes, el bullir del gentío, los cánticos, los vítores y la música. Desde el Cantolugar hasta la Plaza Alta, los impedidos por la edad o por la enfermedad salen a gozar de momentos entrañables: la festiva algarabía, el cantío de sus paisanos y la solemnidad de la imagen iluminada -milagrosamente balsámicos y sedantes- les da una tregua al dolor físico y les provee de un intenso destello de esa felicidad que les suele ser mu esquiva. También los ostentosos tienen su espacio, pues abren orgullosos sus puertas y ofrecen a la vista pública -entre verdes y frondosas macetas- verdaderas exhibiciones suntuarias que, a veces, incluyen un hermoso y altanero gallo de Portugal. Los agradecidos, convencidos acreedores de los favores que calladamente les concede Nuestra Señora, pujan por llevarla a hombros hasta su altar. Los necesitados, que los hay -más de salud que de bienes- se extasían mirándola a los ojos para demandar sus peticiones y volver a sus casas henchidos de esperanza, intangible beneficio este nada desdeñable. Y, por último, otros piden piedad y misericordia para sus deudos desahuciados, contentándose con esa virtud -mu de los pobres- que les inclina a resignarse con la voluntad divina.

Hoy 13 de septiembre -una miaja compungidos- los jabeños despiden a su Virgen y la devuelven al sosiego de su ermita. Mueve a la reflexión que un símbolo religioso (que en aciagos tiempos tanto nos separó) una ahora a los pueblos mucho más que una bandera, un idioma, una moneda o un credo político. ¿No será, me pregunto, ¡por dios bendito y por la virgen de Lantigua!, que lo que estamos llevando en andas -llámese virgen, dios, símbolo o lo que se quiera- no sea sino el mismísimo RESPETO del que tan falto estamos?

¡VIVA LA VIRGEN DE LANTIGUA!

Y encima del altar de la ermita, un misal dieciochesco exaltando las virtudes del Concilio de Trento. Como para ponerse a leer algún fragmento del Van Gogh de Artaud.
Si señor, la salud es lo que importa. Siga el método PILATES. Amén.
Hale, a pasarlo bien, que se acercan las autonómicas y hoy me encuentro en plan ecléctico, por cuestiones de empadronamiento.