LA HABA: CUENTOS DE INSOMNIO (1/2)....

CUENTOS DE INSOMNIO (1/2).

Verdad o imaginario, qué mas da, todo acontece porque se recrea o se sufre en la mente humana.

Hace muchos años, queridos jabeños y amigos, una mujer preñada corría despavorida por las calles de cierto pueblo extremeño, buscaba imperiosamente la casa del médico. Era muy de noche, reinaba una oscuridad casi total y su cuerpo avanzaba inclinado en un intento vano de contrarrestar el fuerte viento y la lluvia que le azotaban. Acezante, casi exhausta, con la palma de su mano alcanzó a golpear varias veces en el postigo de la puerta: " ¡Abran, por Dios, abran rápido!". El médico, sobresaltado, le franqueó la entrada y trató de calmarla viendo que no podía articular palabra. Jadeante y llorosa, la mujer señalaba sin mirarlo a su propio vientre ya muy abultado por su avanzado estado de gestación. Como una letanía repetía una y otra vez: "Aquí, aquí está, ¡está aquí, aquí…!". Luego de apaciguarla, le preguntó qué le ocurría, y ella, con los ojos mirando al techo, evitando mirarse las entrañas pero señalándolas como algo apestoso, le respondió: "Ha vuelto a llorar, sé que es niña y llora y llora, ¡es insufrible, señor!". El médico, entre la incertidumbre y la compasión, la consoló hasta donde pudo: y en esto que le embargó un mal presagio como una señal que le alertase de que algo horrible se avecinaba.

Desde La Inquisición, se aseguraba que los niños que lloraban en el vientre de sus madres, o nacían con una cruz en el paladar, eran hijos del demonio. Al día siguiente, la mujer fue a confesar. El cura, pegando los labios a la rejilla del confesionario, le dijo inapelable: "No insistas, mujer, no puedo absolverte si no confiesas tu gran falta, esa criatura es fruto del pecado, sólo Nuestra Señora parió sin conocer hombre, ¿cómo puedes afirmar que no estuviste con varón alguno?":

-Esto que engendro, padre, se lo juro por la Santísima Virgen, no es obra de ningún hombre- le respondió ella con firmeza para escándalo del cura que violentamente abandonó el confesionario dejándola desvalida.

Un mes más tarde, con toda normalidad, la mujer parió una preciosa niña de sonrosadas mejillas que denotaba buena salud. La situación de la madre soltera (hay que situarse en el contexto social de la época) era realmente la de una persona repudiada. Los poderes fácticos del pueblo, luego de dar pábulo a los supuestos llantos de la criatura en el vientre de la pecadora, aislaron en su propia penuria a esta mujer hasta la noche fatídica del veintidós de agosto de aquel remoto año, justo cuando la niña cumplía los siete meses de edad. Esa horrible noche de seca tormenta iba a remover las entrañas de todo aquel pacífico pueblo, sus alrededores y de toda la región entera.

La criatura -esa noche tenebrosa- mamaba con normalidad y en esto que, dejando bruscamente el pecho, miró con una firme rareza a los ojos de su madre - ¡con siete meses!, queridos lectores- y arrancándose un escupitajo de la garganta se lo lanzó con una fuerza desproporcionada a la cara: “ ¡Puta!”, le profirió con voz grave a su madre. Y comenzó a estirar bracitos y piernas hasta lograr erguirse sobre la falda materna, su cara se tornó rojísima y luego morada, y -entre truenos y relámpagos- prorrumpió en unas sonoras carcajadas y ronquidos que solo de escribirlo produce verdadero escalofrío.

…/….., mañana continúa,

Mu buenas noches a to el jabeñerío.