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LA HABA: CUENTOS DE INSOMNIO (2/2, continuación)....

CUENTOS DE INSOMNIO (2/2, continuación).

La madre, despavorida, se deshizo de ella como quien se desprende de una agresiva alimaña: horrorizada y presa de una rarísima excitación, de nuevo se lanzó a recorrer -esta vez sin rumbo- las calles del pueblo hasta que el alguacil logró persuadirla con la ayuda de un grupo de vecinos para que volviera a casa. Y en mala hora, pues las escenas que allí se vivieron hielan la sangre al más arrogante y no son suficientes las palabras para poderlo describir aquí: la sola imagen desafiante de aquella minúscula criatura era en sí misma tan insufriblemente horrorosa que a los testigos les pasaban desapercibidos los irreproducibles insultos que les profería, tal era el pánico que les embargaba.

Y en medio de esta demoníaca locura, de súbito, las campanas de la iglesia comenzaron a tañir cansinas pero sin tregua; eran redobles a muerte que envueltos en el estruendo de la perseverante tormenta, echaron a la calle a los parroquianos tan soliviantados como llenos de incertidumbre; el alguacil, escoltado por los más audaces, se acercó a la iglesia para comprobar con sorpresa que sus puertas estaban inexplicablemente cerradas con llave, pero las campanas tañían y tañían sin cesar; entonces, “ ¿quién era el campanero que las hacía sonar?”, se preguntaba el gentío; abrieron la iglesia y buscaron por todas sus dependencias, ni rastro de nadie; subieron hacia la torre y, ya coronándola, peldaño a peldaño llegaron al reducido recinto del campanario: y en ese preciso instante cesaron los redobles…, comprobando atónitos y amedrentados que allí no había un alma. Con el miedo en los tuétanos, trémulas las piernas, bajaron las escaleras y volvieron a la casa maldita para contar lo inexplicable; aquello era un infernal espectáculo: dos curas, crucifijos, el médico, alcahuetas y morbosos.... y aquella incansable criatura erguida como una seta, sangrando por los ojos, balbuciendo continuados insultos, estrellando al aire improperios una y cientos de veces más…, hasta que, desfallecida, cayó tendidita en el sofá: donde, luego de un último estertor, quedó profundamente dormida. Se hizo un gran silencio en la vivienda y, unas horas después, la niña fue adquiriendo sus naturales rasgos infantiles para después prorrumpir en un inocente llanto que -por inesperado y normal- espantó más si cabe al reducido grupo de personas que por misericordia se quedaron de vigilia. Y en esto que la madre, después de acariciarla, la ofreció su pecho con renovada ternura y la niña mamó de él con mucho ahínco y sosiego. Esta es la última sensación que traslada la historia, el sosiego recobrado de aquella desgraciada criatura.

Cuentan que el sanedrín que gobernaba el pueblo pudo constatar unas semanas después que exactamente en el día y a la hora que sonaron las campanas, justo cuando se producían los tenebrosos hechos que se acaban de relatar, moría un Rey de España. Cómo no, les faltó tiempo a los representantes de la Iglesia para promover una investigación y relacionar ambos acontecimientos; prestos a buscar culpables y siempre ávidos de impartir su justicia, tomaron declaración sobre lo sucedido a cuantos testigos presenciaron los hechos, se les advirtió de sus responsabilidades y se les obligó a jurar un pacto de silencio. El hecho es que después de ultimar los trámites oficiales pertinentes, madre e hija desaparecieron para siempre del pueblo sin dejar rastro. El rumor que los poderosos maquinaron es que una noche fueron desterradas hacia un pueblo muy lejano donde rehicieron su vida, pero lo cierto y verdad es que ese reducido grupo de pudientes asistió impávido a la satánica ceremonia en que madre e hija fueron quemadas vivas.

Ya sabes, hijo –me dijo la viejecita que me contó esta historia- “Ante la Justicia y la Inquisición, chitón”. Y sansacabó.

Mu buenas noches a to el jabeñerío leyente.

(Esto es lo que recuerdo de una leyenda que me contó, a su manera -y yo la he relatado a la mía- una viejecita jabeña, analfabeta y no obstante muy inteligente, hace muchos años y, desde luego, muy anterior y al margen del guión de cualquier película que pudierais tener in mente. Esta historia estaría -según ella- escrita, archivada y escondida, en algún anaquel polvoriento del archivo municipal de un pueblo extremeño no muy lejano al nuestro, donde constan nombres y apellidos, datos y declaraciones de la desgraciada protagonista, del alguacil, de curas y funcionarios y del grupo de vecinos que presenciaron estos hechos que tuvieron su desenlace durante la noche del 22 de agosto de aquel año tan remoto).