Hola a todos. Os he estado leyendo y me encanta conocer tantas cosas sobre La Haba. Algunas las recuerdo, otras por edad no las conocía de primera mano o directamente no había oído hablar de ellas. De cualquier forma, es una suerte contar con los recuerdos de la gente para no olvidar los tuyos propios. Me gustaría haceros una pregunta. ¿Hubo aguadores en La Haba? había muchos pozos y fuentes, pero no se si había alguien expresamente dedicado a esta labor.
Muchas gracias de antemano.
Muchas gracias de antemano.
Mu buenas noches, "SoniaH", sé bienvenida al Foro Jabeño donde todo el mundo se divierte si pone empeño: ojalá te quedes en él y participes de vez en cuando con cualesquiera aportaciones quentretengan al jabeñerío. En este Foro nunca se ha hablado del noble oficio de AGUADOR; te aporto, sin embargo, un escrito publicado aquí hace un par de años que incluye un pasaje que rememora esa entrañable tarea. Mi memoria, que puede traicionarme, no resgistra que en el pueblo se haya ejercido ese oficio como tal. Ahí va:
“Uno de los oficios más duros que el hombre haya podido ejercer es el de partir piedras: nuestro pueblo fue el campeón de esta dura disciplina. En Cáceres les llamaban picapedreros, en otros sitios machacadores y en La Haba siempre fueron los MACHAQUINES. Estoy convencido de que si hubiera sido un deporte, los jabeños habrían sido campeones olímpicos.
Los firmes de las carreteras y caminos, desde los romanos hasta hoy, se han hecho siempre de la misma manera: se excava una caja profunda en la tierra, se la rellena de piedras, zahorras, arena y otros áridos, se compacta, se riega, se vuelve a compactar, se vuelve a regar, se repite varias veces el proceso y ya está. Bien, pero la piedra que se extrae de las canteras tiene distintos grosores, digamos que entre 25 y 75 cm. de diámetro, y para que pueda ser compactada a satisfacción necesita romperse en trozos –lo más uniformes posible- de no más allá de los 7 u 8 cm. de diámetro. Esta reducción, de piedra grande a macadam (o macadán), es el trabajo que hacían los sufridos machaquines jabeños antes de que aparecieran las máquinas.
Las armas de trabajo del machaquín eran: unas abarcas hechas con neumáticos desechados; espinilleras de madera (que solía fabricar el bueno de Tío Francisco “El Cogutero”), una maza de hierro de l, 5 Kg., un porrillo de ¾, otro de ½, y unas gafas de mallazo de alambre (como las de un colador). Los porrillos, o la maza, se enmangaban con una vara flexible de acebuche o fresno. Desde que el sol salía hasta el anochecer, el machaquín permanecía de pie, encorvado, con la vara y el porrillo en sus brazos, cuando no la maza, partiendo las durísimas piedras a base de golpes que debían percutir, inteligentemente, en el lugar más apropiado.
Y no podía escabullirse: la tarea, para cobrar el salario base, era machacar el volumen de un Pegasín (uno igual tenía el Sr. Félix “el del camión”, que conducía Chamizo “Bocarrayo”), o lo que es lo mismo, 6 m/3 de piedra (en volumen, 6000 litros de piedra). Los que querían ganarse un plus, cobraban 30 ptas. más por m/3 machacado (me da frío pensar en este añadido). Corrían los primeros años sesenta.
Os invito a que os pongáis en el lugar de un machaquín: en agosto o julio, en tierras del Plan Badajoz, en Santa Amalia por ejemplo, y miréis a un camión que bascula en una tierra yerma los 6 m/3 de piedra y…, venga, a romperlas y reducirlas a trozos como un puño de grande, extenderlas y nivelarlas listas para la compactación: es horrible. Yo lo viví de cerca porque era el pinche.
El pinche es el aguador de los trabajadores: iba por agua, a un pozo que estaba a 5OO m., llenaba dos cantaros, los ponía en las aguaderas de la bici y los llevaba al tajo: el primer machaquín se bebía medio cantaro, así que tenía que ponerme en mi sitio para que en cada viaje pudiera beber un grupo de 8 o 10 trabajadores. Yo no daba abasto, cogían el cántaro por el asa y era insaciable su sed. Nunca podré olvidar a aquellos hombres. Me descubro ante ellos.
Sus servicios, el de los jabeños, eran solicitados por todas las empresas a sabiendas de que eran los mejores en su oficio de toda Extremadura. Ganaban mucho más dinero que cualquier otro trabajador bracero, solían viajar bicicletas BH, Orbea o Supercil, recorriendo a veces más de cincuenta kilómetros diarios para dormir en casa. Cuando esto no era posible, o el cansancio les abatía, solían acostarse a pie de tajo, bajo una encina y teniendo por cama una mísera saca rellena de rastrojo.
Las entrañas de los caminos y carreteras extremeños, los firmes y las calzadas por donde ruedan los neumáticos de los cómodos coches que conducen muchos niñatos de hoy, están regados y compactados con el generoso y abundante sudor de nuestros machaquines.
Todos están muertos, pero quiero nombrar a algunos de ellos para que se les recuerde a todos: Delfín (o la bondad en persona), José “El Tumbao” (vivía en la calle de la Perra, tres hijas preciosas), Juan Ramón (Padre de Antonio “Pincharrata”), Chichi, (uno de los cuatro maridos oficiales que tuvo la Romualda, jabeña de pro), Alfonso (un campeón, casado con un familiar de la modista Ascensión, hermano de “Cuesco”), José “El Feo”, marido de la Fermina, hermano del municipal Gregorio (cómo le gustaba el vino), José “El Guardia” (¡coño!, este está vivo), “El Colorao” (fuerte como las varas de fresno), Ramón “el de Ventura” (el humor perenne), “Pitofín” (llegó a capataz). Y recuerdo sobre todo a uno muy bajito, rubio, muy risueño, que era el más fuerte de todos: qué güevos tenía aquel tío, seguía machacando y machacando con la luz de las estrellas porque tenía una prole que alimentar y nunca se conformó con el sueldo base. Era incansable, lástima que no pueda escribir su nombre.
Los que recen, que recen por hombres así, que fueron épicos y buenos hombres.
(Este mes de febrero vuelvo a recordarle……),,, “
Mu buenas noches, Sonia.
“Uno de los oficios más duros que el hombre haya podido ejercer es el de partir piedras: nuestro pueblo fue el campeón de esta dura disciplina. En Cáceres les llamaban picapedreros, en otros sitios machacadores y en La Haba siempre fueron los MACHAQUINES. Estoy convencido de que si hubiera sido un deporte, los jabeños habrían sido campeones olímpicos.
Los firmes de las carreteras y caminos, desde los romanos hasta hoy, se han hecho siempre de la misma manera: se excava una caja profunda en la tierra, se la rellena de piedras, zahorras, arena y otros áridos, se compacta, se riega, se vuelve a compactar, se vuelve a regar, se repite varias veces el proceso y ya está. Bien, pero la piedra que se extrae de las canteras tiene distintos grosores, digamos que entre 25 y 75 cm. de diámetro, y para que pueda ser compactada a satisfacción necesita romperse en trozos –lo más uniformes posible- de no más allá de los 7 u 8 cm. de diámetro. Esta reducción, de piedra grande a macadam (o macadán), es el trabajo que hacían los sufridos machaquines jabeños antes de que aparecieran las máquinas.
Las armas de trabajo del machaquín eran: unas abarcas hechas con neumáticos desechados; espinilleras de madera (que solía fabricar el bueno de Tío Francisco “El Cogutero”), una maza de hierro de l, 5 Kg., un porrillo de ¾, otro de ½, y unas gafas de mallazo de alambre (como las de un colador). Los porrillos, o la maza, se enmangaban con una vara flexible de acebuche o fresno. Desde que el sol salía hasta el anochecer, el machaquín permanecía de pie, encorvado, con la vara y el porrillo en sus brazos, cuando no la maza, partiendo las durísimas piedras a base de golpes que debían percutir, inteligentemente, en el lugar más apropiado.
Y no podía escabullirse: la tarea, para cobrar el salario base, era machacar el volumen de un Pegasín (uno igual tenía el Sr. Félix “el del camión”, que conducía Chamizo “Bocarrayo”), o lo que es lo mismo, 6 m/3 de piedra (en volumen, 6000 litros de piedra). Los que querían ganarse un plus, cobraban 30 ptas. más por m/3 machacado (me da frío pensar en este añadido). Corrían los primeros años sesenta.
Os invito a que os pongáis en el lugar de un machaquín: en agosto o julio, en tierras del Plan Badajoz, en Santa Amalia por ejemplo, y miréis a un camión que bascula en una tierra yerma los 6 m/3 de piedra y…, venga, a romperlas y reducirlas a trozos como un puño de grande, extenderlas y nivelarlas listas para la compactación: es horrible. Yo lo viví de cerca porque era el pinche.
El pinche es el aguador de los trabajadores: iba por agua, a un pozo que estaba a 5OO m., llenaba dos cantaros, los ponía en las aguaderas de la bici y los llevaba al tajo: el primer machaquín se bebía medio cantaro, así que tenía que ponerme en mi sitio para que en cada viaje pudiera beber un grupo de 8 o 10 trabajadores. Yo no daba abasto, cogían el cántaro por el asa y era insaciable su sed. Nunca podré olvidar a aquellos hombres. Me descubro ante ellos.
Sus servicios, el de los jabeños, eran solicitados por todas las empresas a sabiendas de que eran los mejores en su oficio de toda Extremadura. Ganaban mucho más dinero que cualquier otro trabajador bracero, solían viajar bicicletas BH, Orbea o Supercil, recorriendo a veces más de cincuenta kilómetros diarios para dormir en casa. Cuando esto no era posible, o el cansancio les abatía, solían acostarse a pie de tajo, bajo una encina y teniendo por cama una mísera saca rellena de rastrojo.
Las entrañas de los caminos y carreteras extremeños, los firmes y las calzadas por donde ruedan los neumáticos de los cómodos coches que conducen muchos niñatos de hoy, están regados y compactados con el generoso y abundante sudor de nuestros machaquines.
Todos están muertos, pero quiero nombrar a algunos de ellos para que se les recuerde a todos: Delfín (o la bondad en persona), José “El Tumbao” (vivía en la calle de la Perra, tres hijas preciosas), Juan Ramón (Padre de Antonio “Pincharrata”), Chichi, (uno de los cuatro maridos oficiales que tuvo la Romualda, jabeña de pro), Alfonso (un campeón, casado con un familiar de la modista Ascensión, hermano de “Cuesco”), José “El Feo”, marido de la Fermina, hermano del municipal Gregorio (cómo le gustaba el vino), José “El Guardia” (¡coño!, este está vivo), “El Colorao” (fuerte como las varas de fresno), Ramón “el de Ventura” (el humor perenne), “Pitofín” (llegó a capataz). Y recuerdo sobre todo a uno muy bajito, rubio, muy risueño, que era el más fuerte de todos: qué güevos tenía aquel tío, seguía machacando y machacando con la luz de las estrellas porque tenía una prole que alimentar y nunca se conformó con el sueldo base. Era incansable, lástima que no pueda escribir su nombre.
Los que recen, que recen por hombres así, que fueron épicos y buenos hombres.
(Este mes de febrero vuelvo a recordarle……),,, “
Mu buenas noches, Sonia.