LO DIOSES Y LA LLUVIA (o el olivar jabeño).
Espero que nadie tome esto que voy a escribir como una irreverencia, sino que lo adicione al saldo de humor que me alimenta.
Desde el Concilio de Nicea I, cuando el emperador Constantino -de la mano de Osio de Córdoba- impuso a occidente la divinidad de Jesús y, por ende, el monoteísmo, creo que en eso de atraer la lluvia para los campos serenos, hemos salido perdiendo.
Porque entonces, siempre antes del año 325, en el Olimpo, siendo el gobierno del mundo un asunto tan vasto y complejo, los dioses (coordinados por un Dios-Presidente: Zeus el griego o Júpiter el romano) dividían las tareas en departamentos celestiales regidos por otros dioses secundarios, semidioses o héroes, para que las cosas mundanas estuvieran mejor atendidas; un tal Urano, por ejemplo, era el “Hacedor de la lluvia” en Grecia, lo mismo que tenía delegado su homólogo Caeulus en Roma o el dios mexica Tláloc allende los mares: eran más divinidades a escuchar y muchas menos voces a pedir. Ahora, contrariamente, con las nuevas religiones (Cristianismo, Islamismo, Sijismo, Judaísmo y Zoroastrismo) donde todo depende de una sola PERSONA…., y dada la caterva de reivindicaciones que permite la libertad dexpresión, existe un verdadero colapso en el tráfico celestial de concesiones: y es que -por mu dios que se sea- no puede dar abasto, hombre, ¡es que no se ve las manos, joder!, se pongan como se pongan los que creen en la omnipotencia.
Y de este retal mitológico a la realidad, lo que vengo a decir aquí es que de la vecería del olivar jabeño se esperaba hogaño buen avío de aceite. Es el presentimiento que tuve durante mis caminatas de verano cuando observé que el ramaje de los olivos parecía aterrizarse, tal era la manta de aceitunas que tenían encima: todo presagiaba una espléndida cosecha, pero ahora sólo tienen hueso y pellejo pues para que la pulpa crezca -que es de donde sale el aceite- hace falta que llueva. A estas alturas, y con unas predicciones de tiempo seco para los próximos días, me temo que el agua no llegue a tiempo para remediarlo (y mira que el olivo es agradecido pues con cuatro gotas de agua se apaña), sería una jodía lástima.
Mas por lo dicho más arriba, por terminar con sonrisas, tampoco están los dioses como pa preocuparse de si llueve o no llueve en La Jaba, un pueblo por otra parte cada vez más pagano y que ha perdío el norte en eso de la fe: ni siquiera se digna promover una jodía rogativa con su virgen de Lantigua a cuestas, ¡por dios bendito!. Todo sea que como el cura ejerciente no dé un paso al frente, un día destos se nos presente el otro don José con su casposo bonete (aquel párroco que era más caliente que la pajajaba) y nos dé una camuesa en la testa, que hostias ya repartió las suyas.
Mu buenas noches a to el jabeñerío.
Espero que nadie tome esto que voy a escribir como una irreverencia, sino que lo adicione al saldo de humor que me alimenta.
Desde el Concilio de Nicea I, cuando el emperador Constantino -de la mano de Osio de Córdoba- impuso a occidente la divinidad de Jesús y, por ende, el monoteísmo, creo que en eso de atraer la lluvia para los campos serenos, hemos salido perdiendo.
Porque entonces, siempre antes del año 325, en el Olimpo, siendo el gobierno del mundo un asunto tan vasto y complejo, los dioses (coordinados por un Dios-Presidente: Zeus el griego o Júpiter el romano) dividían las tareas en departamentos celestiales regidos por otros dioses secundarios, semidioses o héroes, para que las cosas mundanas estuvieran mejor atendidas; un tal Urano, por ejemplo, era el “Hacedor de la lluvia” en Grecia, lo mismo que tenía delegado su homólogo Caeulus en Roma o el dios mexica Tláloc allende los mares: eran más divinidades a escuchar y muchas menos voces a pedir. Ahora, contrariamente, con las nuevas religiones (Cristianismo, Islamismo, Sijismo, Judaísmo y Zoroastrismo) donde todo depende de una sola PERSONA…., y dada la caterva de reivindicaciones que permite la libertad dexpresión, existe un verdadero colapso en el tráfico celestial de concesiones: y es que -por mu dios que se sea- no puede dar abasto, hombre, ¡es que no se ve las manos, joder!, se pongan como se pongan los que creen en la omnipotencia.
Y de este retal mitológico a la realidad, lo que vengo a decir aquí es que de la vecería del olivar jabeño se esperaba hogaño buen avío de aceite. Es el presentimiento que tuve durante mis caminatas de verano cuando observé que el ramaje de los olivos parecía aterrizarse, tal era la manta de aceitunas que tenían encima: todo presagiaba una espléndida cosecha, pero ahora sólo tienen hueso y pellejo pues para que la pulpa crezca -que es de donde sale el aceite- hace falta que llueva. A estas alturas, y con unas predicciones de tiempo seco para los próximos días, me temo que el agua no llegue a tiempo para remediarlo (y mira que el olivo es agradecido pues con cuatro gotas de agua se apaña), sería una jodía lástima.
Mas por lo dicho más arriba, por terminar con sonrisas, tampoco están los dioses como pa preocuparse de si llueve o no llueve en La Jaba, un pueblo por otra parte cada vez más pagano y que ha perdío el norte en eso de la fe: ni siquiera se digna promover una jodía rogativa con su virgen de Lantigua a cuestas, ¡por dios bendito!. Todo sea que como el cura ejerciente no dé un paso al frente, un día destos se nos presente el otro don José con su casposo bonete (aquel párroco que era más caliente que la pajajaba) y nos dé una camuesa en la testa, que hostias ya repartió las suyas.
Mu buenas noches a to el jabeñerío.