Tienes razon, primo. Donde esta toda esa gente que escribia al principio? Por que se han desencantado?.
Las personas somos asi, nos aburrimos de todo. Yo la primera, que no me voy a poner atras. Espero que a Pedro y a ti no os pase, y que se anime mas gente. Besitos
Las personas somos asi, nos aburrimos de todo. Yo la primera, que no me voy a poner atras. Espero que a Pedro y a ti no os pase, y que se anime mas gente. Besitos
Estoy trasteando la red y mirando a ver qué tiempo nos espera en los próximos días (hablo en clave jabeña) y todo apunta a que -salvo cuatro gotas que supuestamente caerían los días 11 y 12- los días de octubre por venir van a ser soleados: mala noticia para la aceituna. Y hablando del aceite,
En la época del Difunto, mucho antes del invento del bimbollo y el colacao, las madres nos echaban a crecer con aquellas entrañables meriendas de pan con aceite y azúcar: qué bien suenan estas tres palabras ahora y qué bien nos sabían esos tres manjares entonces. Y más gratos aún, es cuestión de gustos, si se les aderezaba con una pizca de pimentón. Los niños, que para bien sólo les preocupaba disfrutar del presente, para nada éramos conscientes de que nos acechaba muy de cerca la zarpa del hambre: uno siente al pensarlo ahora un estremecimiento retrospectivo a sabiendas de que el pan y el aceite pendían de un hilo que se llamaba lluvia. Hoy, que se niega a llover, me ha dado por darle vueltas a aquella simpleza.
(Aquellos mocos verdes -que se cronificaron en los niños que nacimos en los años cincuenta- los lucimos a mucha honra gracias a las innumerables, verdosas y suculentas meriendas con aceite de oliva: no así los que roían jícaras de chocolate nogueroles, que ya eran unos pijos y mocosillos de na).
Mu buenas noches a to el jabeñerío,
En la época del Difunto, mucho antes del invento del bimbollo y el colacao, las madres nos echaban a crecer con aquellas entrañables meriendas de pan con aceite y azúcar: qué bien suenan estas tres palabras ahora y qué bien nos sabían esos tres manjares entonces. Y más gratos aún, es cuestión de gustos, si se les aderezaba con una pizca de pimentón. Los niños, que para bien sólo les preocupaba disfrutar del presente, para nada éramos conscientes de que nos acechaba muy de cerca la zarpa del hambre: uno siente al pensarlo ahora un estremecimiento retrospectivo a sabiendas de que el pan y el aceite pendían de un hilo que se llamaba lluvia. Hoy, que se niega a llover, me ha dado por darle vueltas a aquella simpleza.
(Aquellos mocos verdes -que se cronificaron en los niños que nacimos en los años cincuenta- los lucimos a mucha honra gracias a las innumerables, verdosas y suculentas meriendas con aceite de oliva: no así los que roían jícaras de chocolate nogueroles, que ya eran unos pijos y mocosillos de na).
Mu buenas noches a to el jabeñerío,