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LA HABA: -El luto, hasta bien superado el ecuador del siglo...

-El luto, hasta bien superado el ecuador del siglo pasado, era una expresión formal y externa de duelo, reconocimiento y afecto a la persona finada. Sin estar escrito, el luto se sometía a unas reglas tácitas que se cumplían como verdaderas leyes. Así, por poner un ejemplo, una viuda joven debía guardarlo durante siete años: “Uno, de recibo; otro, de consuelo; tres de recuerdo y dos de alivio”; y si en el discurrir de este tiempo alguien la pretendía y se formalizaba matrimonio en segundas nupcias, curiosamente, ella prescindía del luto y el nuevo cónyuge lo asumía -mostrando un brazalete negro- hasta cumplir los siete años de rigor: esto recibía el nombre de “luto de cortesía” (que manda güevos el asunto). En aquellos tiempos, aquí en La Haba, cuando alguien se moría, se moría un poco todo su entorno: se atrancaban puertas y ventanas, se vestían de negro mayores y pequeños y sólo se veía la luz en los corrales. (Algún día contaré cómo este aparatoso enclaustramiento, una verdadera pena carcelaria, produjo trastornos en la mente de algún adolescente condicionándole el resto de su vida).

-Sin embargo el hábito (el hábito talar) era una promesa voluntaria, o sea, la parte de un contrato a cumplir si un deseo era concedido por la Providencia, dos ejemplos: “Si a mi Candelo le toca a la Península, me pongo el hábito de San Antonio mientras dure el servicio”, muy frecuente cuando la milicia se ejercía también en las colonias; o también, “si mi Manolo sale bien de la operación, me pongo de nazareno cinco años”. Casi siempre era la mujer -en su papel de madre o esposa- la que ofrecía abnegada esas penitencias y la cumplía a rajatabla. A veces era de por vida y el hábito servía, si era su voluntad, incluso para su propia mortaja. Las que prometían un hábito a San Antonio se vestían de color marrón y cordón blanco anudado a la cintura cayendo en borla; las que lo hacían a la advocación de la Virgen de Carmen, de color canela y escapulario negro; y otras, de nazareno, vestían de morado y cordón de cáñamo con borla de hilo dorado.

-Pero el núcleo de lo que yo quiero contar aquí, viniendo de este mundo de los muertos, es relativo a las promesas y rememora hechos reales acaecidos en nuestro entorno. Fue en el año 1959, cuando de repente murió un joven padre cuyo nombre –por múltiples razones- no puede escribirse aquí. Su muerte consternó, como es lógico, a familiares, amigos y a casi todos los lugareños. Una parte de la familia prometió oficiar una serie de misas para rogar por el ánima del difunto; y la otra, más descreída (concretamente los dos hijos varones), se obstinó -consiguiéndolo- en pasar por alto esa costumbre tan serena de celebraciones religiosas encadenadas. Esto quedó así, hasta que pasaron los tres primeros días de duelo y los hermanos retomaron su trabajo.

El más joven de ellos, casi un niño, era machaquín de almendrilla. Y en el tajo, a media mañana y con un sol de solemnidad, se desplomó fulminado por el impacto de una inexplicable aparición: preso del miedo el muchacho tiritaba; sudando a raudales y tapándose los ojos con las manos pronunciaba frases inconexas para sorpresa y preocupación de los demás machaquines: “ ¿Qué te pasa Fulano?” Y él, como traspuesto, balbuceaba: “ ¡Mi padre, es mi padre!, está ahí, encima dese montón de piedras: me pide sus misas, ¡…sus misaaaaas!”. Los compañeros achacaron el desvarío a la calor y a su pena por la pérdida sufrida. Mas a los que le acompañaron a casa les aguardaba una sorpresa en nada menor: al otro hermano mayor lo encontraron delirando en la cama, también se le había aparecido su padre, “en la linde misma de la tierra, donde estaba el jato, y me ha pedido las misas, ¡sus misaaaas!”, se lamentaba. Las mismas cinco misas que le prometieron sus hermanas, eso les pedía aquella aparición que les dejó espantados. Al día siguiente por la tarde, los dos hermanos -con alguna fama de irreverentes- eran un poema: en el primer banco de la iglesia, vestidos con camisa morada de nazareno y borla acorbatada de hilo de lino dorado, asistían cabizbajos y fervorosos a la celebración de la primera de las cinco misas exigidas por su padre desde el más allá. Y no sólo cambiaron de descreídos a devotos en un solo día, sino que llevaron como promesa el hábito nazareno durante los cinco años siguientes. Y yo, como otros, que viví el entorno de aquella súbita conversión, sigo impertérrito esperando una señal.

Mu buenas noches a to el jabeñerío.