LA HABA: Quiero comenzar esta noche declarando mi profundo respeto...

Quiero comenzar esta noche declarando mi profundo respeto por los creyentes y la Iglesia Católica, rogándoles que mis notas no sean tomadas como irreverentes por las briznas de humor que en ellas puedan deslizarse, sino como un condimento sin el cual no me está dado cocinar escritura alguna. Desta manera intento plasmar aquí una de las sensaciones más angustiosas que yo sintiera en mi adolescencia cuando, todavía acreedor de mucha fe, cometí la osadía –no sé si prematura- de hacer una lectura sosegada del cuadro "Las Ánimas del Purgatorio", patrimonio de la Iglesia jabeña de San Juan Bautista.

Si entramos a la Iglesia como lo hemos hecho siempre, por la derecha, disfrutaremos de un primer cuadro con la imagen de una preciosa Virgen que nos transmite paz a raudales; luego podemos mirar a un San Antonio de Padua con Niño (mu sosos ambos, la verdad) y en tercer lugar aparece colgada esa oscura alegoría al sufrimiento que representa “Las Ánimas del Purgatorio” (antiguamente aquí se alzaba un púlpito y el cuadro estaba en el muro de enfrente). Cómo es posible, me preguntaba, que un Dios tan misericordioso permitiera una antesala celestial rebosante de tanta crueldad. Conviene recordar aquí a los que creíamos en la resurrección de la carne -porque era la letanía amenazadora de todos los que sencaramaban a la prédica-, que el sufrimiento en la calorina era real, en cuerpo y alma y no precisamente efímero. Claro, estas cosas, lejos de acercarte a Dios, te hacían temerle y temerle cada día más: y el que teme juye, y yo huí alejándome de ese horror que me llevó primero a la duda, luego a la indiferencia y posteriormente al olvido: porque el cuadro estaba allí como metáfora pero, insisto, eran los teólogos los que se desgañitaban para recalcar su descarnada realidad.

Si la memoria no me falla, el cuadro refleja lo siguiente: l) En la parte semicircular de arriba, una pintura muestra a la Virgen del Carmen, acompañada de un Niño Jesús bien crecidito ya, que ofrece un escapulario a un ánima ya elevada en brazos de un primer ángel hasta las puertas del ansiado Cielo. Otro ángel volador planea sobre las llamas, como mirando a ver quién va a ser el próximo liberado. Un tercer alado provisto de un ancla la ofrece como asidero a otro agraciado, quien no duda en asirla azuzado por las llamas. Y por último, otro ángel, en vuelo rasante y sin protección alguna, remangado hasta los hombros, entra en picado en lo más flamígero del cuadro intentando salvar a otro pecador más. 2) La zona de abajo del cuadro, rectangular, es de inefable horror: un relieve de veinticuatro figuras, cuerpos humanos de mujeres y hombres, arden sin tregua y sin consumirse en unas llamas tan pertinaces como extrañas que sin carburante aparente se las percibe vigorosas y eternas en su afán de infligir el dolor más lacerante. Las veinticuatro cabezas y las cuarenta y ocho manos, miran y se estiran hacia arriba y demandan de los cuatro salvadores piedad y misericordia; y quizá sobre todo, pensaba yo de chico, eficacia y alta frecuencia en sus vuelos.

Tarde para mí, Juan Pablo II, el inteligente cardenal Wojtyla, aseguró durante su pontificado que tanto el paraíso como el infierno no son lugares físicos, sino estados del espíritu. Nos quedó el comecome del Purgatorio, y tuvo que ser el severo cardenal Ratzinger, que le sucedió como Benedicto XVI, quien el 12 de enero de 2011 -interprentando el doctrinario de Santa Catalina de Génova - quien declarase infalible: "El purgatorio no es un elemento de las entrañas de la Tierra, no es un fuego exterior, sino interno. Es el fuego que purifica las almas en el camino de la plena unión con Dios" La verdad es que con esto me dan ganas de dejar de ser un furtivo del Infierno y entregarme, voluntario, al estado de ánimo que dicen es el Cielo.

¿Y el Limbo?, ¿qué pasa con los que están en el limbo? Eso es cosa que se verá el próximo 20 de diciembre.

Mu buenas noches a to el jabeñerío,