Déjame que te recuerde cómo éramos aquel lejano día en que compartimos por primera vez el pan. Hoy, como entonces, hace un espléndido día otoñal. El silencio y la paz nos regalan una vez más los sonidos del paraíso. Hoy, como entonces, sentados en la falda de la sierra, me he vuelto a enamorar de ti. Es una locura enamorarse cada día con la misma pasión y dejar que broten las lágrimas. Con el fulgor de la llamarada, como aquel día, en que compartimos por primera vez el pan. Primeros días de noviembre y hoy, como entonces, el reclamo de tu cuerpo sigue siendo mí única aspiración.
Aquel día supimos que lloraríamos más por amor que por dolor. Te hablé de otra vida que no fue vida hasta que te encontré. Levanté acta sobre mis abyecciones y derrotas hasta dejar mi cerebro desnudo de injusticias y desastres. Con tu lengua lamías mis costras liberando mi alma de una severa prisión emocional. Yo, que nunca había ignorado la piedad, pude sentir el placer de ser atendido. Y besé tus manos, acaricié tu cabello, dejando que los ingratos recuerdos se despeñaran por el abismo de una noche desierta.
Fue hermoso poner en orden mis pensamientos abrazado a ti. Me convertí en el huésped de tu corazón en un tiempo feliz donde todo parecía tener sentido. Sin necesidad de inventar otra realidad posible ni esperar la luz de una sacra epifanía. Aún no habías comenzado a vivir y te enganché a un vuelo impredecible, el zigzagueo inestable de una frágil cometa ante el remoto recurso del aire. Terminados los juegos juveniles, todo ha sucedido deprisa, y mientras otros siguen con su triste simulacro, nosotros seguimos rindiendo tributo al amor. Cierro los ojos y la evocación me purifica. La cicatriz del tiempo me dice que es otro día más. Como aquel en que compartimos por primera vez el pan.
Aquel día supimos que lloraríamos más por amor que por dolor. Te hablé de otra vida que no fue vida hasta que te encontré. Levanté acta sobre mis abyecciones y derrotas hasta dejar mi cerebro desnudo de injusticias y desastres. Con tu lengua lamías mis costras liberando mi alma de una severa prisión emocional. Yo, que nunca había ignorado la piedad, pude sentir el placer de ser atendido. Y besé tus manos, acaricié tu cabello, dejando que los ingratos recuerdos se despeñaran por el abismo de una noche desierta.
Fue hermoso poner en orden mis pensamientos abrazado a ti. Me convertí en el huésped de tu corazón en un tiempo feliz donde todo parecía tener sentido. Sin necesidad de inventar otra realidad posible ni esperar la luz de una sacra epifanía. Aún no habías comenzado a vivir y te enganché a un vuelo impredecible, el zigzagueo inestable de una frágil cometa ante el remoto recurso del aire. Terminados los juegos juveniles, todo ha sucedido deprisa, y mientras otros siguen con su triste simulacro, nosotros seguimos rindiendo tributo al amor. Cierro los ojos y la evocación me purifica. La cicatriz del tiempo me dice que es otro día más. Como aquel en que compartimos por primera vez el pan.