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LA HABA: CORDEROS Y CANÍBALES...

CORDEROS Y CANÍBALES

Aprovechando que seguimos teniendo un tiempo magnífico, he salido a dar una vuelta con la moto. Me paro unos minutos con un paisano que parece muy preocupado sobre la situación en Cataluña y me incita para que escriba algo. Pero hombre –le digo-, si he escrito una decena de artículos sobre la cuestión… estoy aburrido. Y siendo cierto que la materia me provoca una mezcla de grima, hastío y pereza, me atrevo a hacer un excepcional ejercicio de síntesis apuntando una reflexión de mi admirada Agatha Christie, que puede servir para definir de forma rigurosa cómo se ha llegado hasta aquí: “un pueblo de corderos engendra un gobierno de lobos”. Y en pocos sitios el silencio de los corderos ha resultado más estremecedor que en la Cataluña de los últimos 30 años. Agatha Christie, que en tiempos estuvo injustamente infravalorada, poseía un humor genuinamente británico. Una muestra: “Cásate con un arqueólogo, cuanto más vieja te hagas, más encantadora te encontrará”.

Claro que, también puedo citar a Bob Marley (casi todas las personas que admiro están ya muertas) cuando dijo: “Lo que sea que venga, déjalo venir. Lo que sea que se quede, déjalo quedarse. Y lo que sea que quiera irse, déjalo ir”. No tengo claro que la mayoría del pueblo catalán quieran irse, pero es fácil adivinar los ocultos motivos que tienen sus desnortados dirigentes para querer separarse; ahí está el clan Pujol, que parece la familia Gadafi. Al fin y al cabo, el nacionalismo siempre fue un negocio y el patriotismo es el refugio de los canallas. Muchos catalanes, que les gustaría pagar los mismos impuestos que en La Haba pero contando con los servicios, infraestructuras y sueldos que disfrutan en Barcelona, no acaban de entender que la cuestión de la independencia está restando importancia a los asuntos sociales urgentes y todas las energías están puestas en un debate que no da comer a nadie, por el contrario, puede hacer más penosa la asfixia. Se hace cómico ver ahora al ricachón burgués Artur Mas, con el aliento de la justicia española en el pescuezo, suplicando a los independentistas antisistema que quieren romper con todo e incendiar el mundo.

He de reconocer que hay algo en lo que estoy de acuerdo con ese material de desechos que es la CUP: muchas de las leyes del Estado español no me gustan y no sólo en Cataluña existe la corrupción, ya que ese nauseabundo cenagal está extendido por toda la península. No obstante, de momento, no veo otro camino que chapotear en el lodazal y cumplir las leyes. Ya me gustaría a mí que las cosas cambiaran, pero me temo que, como dijo el Jarabo, aquel chulo y burdo asesino aristocrático cuando fue detenido: “España y yo somos así, señora”. Articulando una siniestra analogía entre sus chuscos crímenes y la tradición sanguinaria y cainita de nuestro país.

Todavía recuerdo un tiempo en que, tras los bailoteos en la discoteca Sunset e invitado por unos conocidos adinerados y de derechas sin remilgos, solíamos dar de vez en cuando una vueltecita por la Parrilla del Ritz para degustar las exquisitas langostas y angulas, o mejor, por el selecto Semon, un lujo para exigentes gourmets en donde se servía el mejor salmón de Barcelona y que estaba situado en la calle Capitán Arenas esquina calle Manila. Allí, la asquerosa burguesía catalana solía saborear las preciadas trufas blancas mientras echaba pestes de todo el mundo: de los charnegos, de las criadas, de los obreros, de las sacrificadas niñeras que cuidaban a sus consentidos hijos: “es que todo está muy mal”… “dónde vamos a ir a parar”… “no sé qué se han creído estos desarrapados”… “y encima no puedes hacer nada porque enseguida te montan una huelga”… todo ello, pasándose la lengua por la comisura de los labios para que no se perdiera una sola esencia del suculento manjar.

Aquellos perfumados e inmorales ignorantes se negaban a ver una realidad incontestable: Cataluña es lo que es gracias al esfuerzo de todos los que allí emigraron, a quienes se les reservaba los trabajos más duros y peor pagados. La industria textil se levantó con la sangre de lo que ellos llaman despectivamente españoles, nativos, por otra parte, de la nación más antigua de Europa. La terrible paradoja es que hoy, de forma más acusada que entonces, muchos de esos “charnegos” son más independentistas que los que tienen 8 apellidos catalanes, en la falsa creencia de que esa cobarde rendición es el mejor camino para su integración. Era muy joven y ya entonces había muchas cosas que me asqueaban, todo estaba barnizado por un componente xenófobo, por un odio fermentado durante siglos, por un provincianismo cateto y tribal con fuerte arraigo en un “país” muy chiquito e insignificante como para tener algún peso en el concierto global. Las arcadas serían mayores ahora, que no hay dinero para pagar las ambulancias y a las farmacias mientras se invierten ingentes sumas de dinero público para abrir inútiles embajadas catalanas en el extranjero.

En fin, Cataluña tiene una larga tradición de gente que vota a frikis. Así, Barcelona tiene una alcaldesa que tras ser advertida de sus mediocres dotes para la actuación, se disfrazaba de heroína para sus protestas, y su mismo partido cuenta con una señora que alardea de mear de pie por las calles de Barcelona. Por no hablar del programa económico de la CUP, que parece que lo han pergeñado tras un atracón de setas alucinógenas, o de ese presidente en funciones capaz de vender su alma al diablo con tal de no ser desahuciado del poder. Todos estos alarmantes síntomas de decadencia no pueden ocultar que España siempre ha sido, es y será un país pobre e inculto. Con inquietantes rasgos primitivos más cercanos al canibalismo que a la razón y el sentido común. Como dijo el sabio Emil Cioran: “nuestra sociedad no es una enfermedad, sino un desastre. Es un milagro estúpido que consigamos vivir en ella”.