Dedicado a todas las personas que se ven acechadas, han sufrido los ataques o se encuentran en las fauces de ese monstruo llamado Depresión, una bestia que sólo persigue arrastrarnos hacia la oscuridad definitiva.
EL PARQUE DE LA ESPERANZA
Decía el filósofo alemán F. Nietzsche que “la esperanza es el peor de los males, pues prolonga el tormento del hombre”. Y, sin embargo, al ser humano se le hace imposible vivir sin esperanza. Todo es más difícil sin confianza, sin una perspectiva que te de impulso y oxígeno para enfrentarte a los terribles avatares que depara la existencia. Al hombre desvalido, vacío de energía y voluntad, sólo le queda renacer e izar la bandera de la esperanza.
No hace muchos años, me encontraba sumido en un estado de ansiedad debido a las sucesivas pérdidas de seres muy queridos y cercanos. Si todavía podía arrastrarme y mi estado no era aún más lastimoso era debido a la labor del algún ansiolítico y el candoroso amor de mi adorada y sufrida mujer, siempre dispuesta a besar mis llagas, acariciar mi corazón tembloroso, regalarme una sonrisa y consolarme. En ese proceso estaba cuando una tarde, sentado en el banco de un parque esperando a que abriera sus puertas una tienda de telefonía, saqué de la mochila un libro de poemas de Claudio Rodríguez que, de todas formas, podría recitar de memoria. A los pocos minutos brotó de mí un llanto compulsivo e irrefrenable, un desahogo normal, por otra parte, tras otra noche alterada y de hondos suspiros.
Trataba de controlar un llanto que cuando rompía parecía inabarcable. En un pueril intento por disimular las hilachas de mi desgarro emocional, ocultaba con las manos mi rostro cuando sentí unos golpecitos en la rodilla y vi, con sorpresa, a un niño de unos cinco o seis años delante de mí con un gesto tierno y afectado por mis sollozos. Algo aturdido, sin explicarme cómo había llegado hasta allí porque los demás niños estaban junto a sus madres alejados de donde me encontraba, inocentemente me preguntó:
- ¿Por qué lloras? ¿Estás malito? ¿Dónde te duele?
Todavía compungido, vacilante, limpiándome las lágrimas y con acento triste, le contesté:
- ¿Qué? ¿Qué? No… no, pequeñajo… un hombre no llora cuando está malito… ni cuando tiene miedo… sólo cuando está perdido y no encuentra la salida.
-Pero ¡si estamos en un parque, hombre! –Me espetó de manera cándida y lúcida con un gesto de fastidio-.
Fue en ese momento cuando llegó su madre y dijo:
- ¿Qué haces aquí, Luis? No molestes a este señor. Venga, vamos, despídete.
-No me molesta señora –contesté-, me ilumina.
Y Luisito se marcho sin dejar de mirarme y diciéndome adiós con su manita. Cerré el poemario por uno de mis versos favoritos del gran poeta zamorano: "Herida mía, abrázame. Y descansa."
Siendo consciente de que hasta la más bella rosa tiene espinas, miré a mi alrededor y fue entonces cuando comprendí que en aquel grupo de madres que veían jugar y crecer a sus hijos, en los ancianos que daban su paseo diario, en la chica que practicaba running escuchando música, en el camionero que hacía maniobras para estacionar su camión, en cada ventana de aquellos edificios, había esperanza. Entendí que en este tránsito fugaz en donde nos vemos abocados a caminar por la luz y las tinieblas, nadie debería darse por vencido en su misión de perseguir un sueño, porque donde hay un sueño hay un camino. Que tal vez la esperanza sea lo único eterno, el refugio necesario, un alma a la deriva que siempre necesita dueño. Que el que juega en algún momento pierde, pero el que lucha siempre gana. Que a pesar de que la vida pesa mucho, te induce al fugaz desvarío, es a veces dura y amarga, te muestra la imagen de la decrepitud física y te exige vivir con el desierto infinito de la ausencia, siempre es posible crecer más allá de la adversidad si se mantienen intactos los sueños y la esperanza. Como decía Julio Cortázar: “La esperanza le pertenece a la vida, es la vida misma defendiéndose”.
Estamos en el parque y hay salida.
EL PARQUE DE LA ESPERANZA
Decía el filósofo alemán F. Nietzsche que “la esperanza es el peor de los males, pues prolonga el tormento del hombre”. Y, sin embargo, al ser humano se le hace imposible vivir sin esperanza. Todo es más difícil sin confianza, sin una perspectiva que te de impulso y oxígeno para enfrentarte a los terribles avatares que depara la existencia. Al hombre desvalido, vacío de energía y voluntad, sólo le queda renacer e izar la bandera de la esperanza.
No hace muchos años, me encontraba sumido en un estado de ansiedad debido a las sucesivas pérdidas de seres muy queridos y cercanos. Si todavía podía arrastrarme y mi estado no era aún más lastimoso era debido a la labor del algún ansiolítico y el candoroso amor de mi adorada y sufrida mujer, siempre dispuesta a besar mis llagas, acariciar mi corazón tembloroso, regalarme una sonrisa y consolarme. En ese proceso estaba cuando una tarde, sentado en el banco de un parque esperando a que abriera sus puertas una tienda de telefonía, saqué de la mochila un libro de poemas de Claudio Rodríguez que, de todas formas, podría recitar de memoria. A los pocos minutos brotó de mí un llanto compulsivo e irrefrenable, un desahogo normal, por otra parte, tras otra noche alterada y de hondos suspiros.
Trataba de controlar un llanto que cuando rompía parecía inabarcable. En un pueril intento por disimular las hilachas de mi desgarro emocional, ocultaba con las manos mi rostro cuando sentí unos golpecitos en la rodilla y vi, con sorpresa, a un niño de unos cinco o seis años delante de mí con un gesto tierno y afectado por mis sollozos. Algo aturdido, sin explicarme cómo había llegado hasta allí porque los demás niños estaban junto a sus madres alejados de donde me encontraba, inocentemente me preguntó:
- ¿Por qué lloras? ¿Estás malito? ¿Dónde te duele?
Todavía compungido, vacilante, limpiándome las lágrimas y con acento triste, le contesté:
- ¿Qué? ¿Qué? No… no, pequeñajo… un hombre no llora cuando está malito… ni cuando tiene miedo… sólo cuando está perdido y no encuentra la salida.
-Pero ¡si estamos en un parque, hombre! –Me espetó de manera cándida y lúcida con un gesto de fastidio-.
Fue en ese momento cuando llegó su madre y dijo:
- ¿Qué haces aquí, Luis? No molestes a este señor. Venga, vamos, despídete.
-No me molesta señora –contesté-, me ilumina.
Y Luisito se marcho sin dejar de mirarme y diciéndome adiós con su manita. Cerré el poemario por uno de mis versos favoritos del gran poeta zamorano: "Herida mía, abrázame. Y descansa."
Siendo consciente de que hasta la más bella rosa tiene espinas, miré a mi alrededor y fue entonces cuando comprendí que en aquel grupo de madres que veían jugar y crecer a sus hijos, en los ancianos que daban su paseo diario, en la chica que practicaba running escuchando música, en el camionero que hacía maniobras para estacionar su camión, en cada ventana de aquellos edificios, había esperanza. Entendí que en este tránsito fugaz en donde nos vemos abocados a caminar por la luz y las tinieblas, nadie debería darse por vencido en su misión de perseguir un sueño, porque donde hay un sueño hay un camino. Que tal vez la esperanza sea lo único eterno, el refugio necesario, un alma a la deriva que siempre necesita dueño. Que el que juega en algún momento pierde, pero el que lucha siempre gana. Que a pesar de que la vida pesa mucho, te induce al fugaz desvarío, es a veces dura y amarga, te muestra la imagen de la decrepitud física y te exige vivir con el desierto infinito de la ausencia, siempre es posible crecer más allá de la adversidad si se mantienen intactos los sueños y la esperanza. Como decía Julio Cortázar: “La esperanza le pertenece a la vida, es la vida misma defendiéndose”.
Estamos en el parque y hay salida.
Que bien te expresas PEDRO da gusto leerte, te deseo lo mejor para ti y para los tuyos
Un abrazo para todos/as
Un abrazo para todos/as