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LA HABA: (3) El pudor....

(3) El pudor.

“No tener hambre, ni sed, ni frío, constituye el fundamento de la posible felicidad”, es por eso que la Nochevieja de 1969 no me sentí yo mu allá que digamos. Porque aquel aciago miércoles -agonizante ya la inefable década de los sesenta- había nevado en toda la cuenca del Guadarrama y en Valdemorillo hacía un frío del carajo. Todo fue bien mientras que el bar de “Los Bravos” y la taberna de “Araceli”, ambos radicados en la plaza, nos remediaron las dos primeras necesidades: pero el frío, siempre el frío, como tercer báculo en el que se apoya la indignidad, nos acechaba desde fuera inmisericorde. Aprendí para siempre que si el vino tapa la timidez, el vino y el frío juntos pueden aletargar el pudor.

Recuerdo el runrún de larradio con el discurso de fin de año del Difunto, porque fue en ese texto donde acuñó el desconsolador aserto de que todo quedaba “atado y bien atado”; y ya entonces -qué curiosidad histórica - era observado por la atenta mirada de un jovencísimo Adolfo Suárez que, ajeno al devenir político, supervisó in situ aquella grabación como director general de TVE. Pues bien, ese día tan señalado, tomamos Valdemorillo cincuenta obreros de la construcción prestos a iniciar la obra que luego se conocería como la muy distinguida “Urbanización Cerro de Alarcón”; desbordada la única pensión existente en el pueblo (una casa anexa al “Bar Manolo”), que acogió a los más adecentados, grupo al que yo nunca pertenecí, a la expectativa quedamos una treintena de hombres, unos más ebrios que otros y sin techo que nos cobijara: a las cinco de la madrugada los bares de “Los Bravos” y “Araceli” echaron el cierre; el pueblo carecía de albergues, no recuerdo soportales en su plaza, de la puerta de la iglesia colgaba el anuncio de misa a las once, no había taxis, ni autobuses, ni termómetros que midieran nuestro frío, ni se habían inventado los cajeros de los bancos: y yo noté quempezaba a estar moribunda la misericordia.

Fuera por mi corta edad, por los tiritones, por mi cómica perseverancia en los intentos fallidos de “hacer el güevo”, o quizá por la vela de moco verde que lucen los sintecho, el caso es que me asaltó un magrebí y mespetó: “Que si tu quiere costarte cunmigo”. Abracé la idea y al momento me acosté con él: no sin antes entregarle los diez duros que me exigió por subcontratarme el uso de la mitad de su desvencijado catre.

En esta soledad compartida recibí yo la década de los setenta, jejeje: cambiando pudor por frío.

Mu buenas noches a to el jabeñerío.