…/…(continuación)
La soledad (5 y sansacabó).
Las noches que se ofertan placenteras pueden resultar de una inexplicable fugacidad o derivar en una eternidad insufrible: porque no es lo mismo que te acribillen a besos a que te desquicien con ronquidos.
Por cierto, aquella noche la recuerdo mu breve porque, en seguida, un luminoso sol anegó de luz la habitación, cuando ella -incansable en justificar su proceder- trataba de convencerme de que el trabajo en Almacenes Arias, aquel frío enero, lo necesitaba “como agua de mayo, pa que mi niño y mis padres coman y pagar lo que me echo yo encima, que no creo sea como para ofender a Dios”.
Contraponiendo su justificación -tan manida por cualquier meretriz que se precie- a la fría y calculadora actuación del personaje que dibuja la novela de Darío Fernández Flórez, tan extendido durante la difuntadura con los apelativos de “querida” o “amante”, el alma se tencoge y concluyes en que no es lo mismo putear por codicia que ejercerlo por necesidad; y es ahora cuando me vienen a la memoria cuatro versos de las sublimes redondillas de mi admiradísima Sor Juana Inés de la Cruz:
¿O cuál es de más culpar,
Aunque cualquiera mal haga;
La que peca por la paga
O el que paga por pecar?).
A la hora del almuerzo, con los ocho huéspedes cuchareando, se presentó Larpía en el comedor y con una mano enjarretada en la cadera y la otra señalándonos inmisericorde, sentenció:
-Tú y tú: terminando de comer pagáis la cuenta, cogéis los bártulos y sos dais el toli. ¡Quenesta casa decente no caben putas, ni chulos, ni maricones!
Y confieso que éramos “no culpables”,
Mu buenas noches a to el jabeñerío.
La soledad (5 y sansacabó).
Las noches que se ofertan placenteras pueden resultar de una inexplicable fugacidad o derivar en una eternidad insufrible: porque no es lo mismo que te acribillen a besos a que te desquicien con ronquidos.
Por cierto, aquella noche la recuerdo mu breve porque, en seguida, un luminoso sol anegó de luz la habitación, cuando ella -incansable en justificar su proceder- trataba de convencerme de que el trabajo en Almacenes Arias, aquel frío enero, lo necesitaba “como agua de mayo, pa que mi niño y mis padres coman y pagar lo que me echo yo encima, que no creo sea como para ofender a Dios”.
Contraponiendo su justificación -tan manida por cualquier meretriz que se precie- a la fría y calculadora actuación del personaje que dibuja la novela de Darío Fernández Flórez, tan extendido durante la difuntadura con los apelativos de “querida” o “amante”, el alma se tencoge y concluyes en que no es lo mismo putear por codicia que ejercerlo por necesidad; y es ahora cuando me vienen a la memoria cuatro versos de las sublimes redondillas de mi admiradísima Sor Juana Inés de la Cruz:
¿O cuál es de más culpar,
Aunque cualquiera mal haga;
La que peca por la paga
O el que paga por pecar?).
A la hora del almuerzo, con los ocho huéspedes cuchareando, se presentó Larpía en el comedor y con una mano enjarretada en la cadera y la otra señalándonos inmisericorde, sentenció:
-Tú y tú: terminando de comer pagáis la cuenta, cogéis los bártulos y sos dais el toli. ¡Quenesta casa decente no caben putas, ni chulos, ni maricones!
Y confieso que éramos “no culpables”,
Mu buenas noches a to el jabeñerío.