LA HABA. AYER Y HOY (Breve ensayo de historia)
AUTOR: Antonio Reseco González
AÑO: Junio de 1977
(Capítulo 2)
¿QUIÉNES ERAN?
Sin ánimo de alargarnos demasiado podríamos preguntarnos de donde procedían los conocimientos de aquellas gentes y ellos mismos.
Los habitantes prehistóricos de Iberia, nuestra Península, son muy poco conocidos. Tal vez porque no han llegado hasta nosotros huellas distinguibles de ellos, y sobre todo porque no usaron demasiado la escritura, solo raras veces. Pero según parece, por los elementos existentes en nuestras tierras se vieron enriquecidos y promocionados por otra raza ibero-sahariana o libio-ibera. Fue un lento proceso que se verificó durante el Neolítico. Sabemos que aquella simbiosis original era una raza morena y dolicocéfala (cabeza alargada), descendiente de cromagnoides. Posteriormente, en la edad de los metales, sobre todo a partir del bronce, por los años 5.000 a. de C., culturas procedentes de otras zonas del Mediterráneo influyeron en el desarrollo humano, técnico y religioso de la mitad sur y oriental de la Península. Igualmente los celtas llegaron al norte y oeste a partir del segundo milenio, con todo su bagaje cultural druídico, tan poco conocido porque jamás usaron la escritura.
En esta época, el hombre antes nómada y cazador se hace sedentario, y se dedica al cultivo de las tierras próximas a su vivienda y al cultivo y cría de los animales domésticos. Los lugares preferidos eran las cañadas, útiles para el cultivo y el pastoreo. Las colinas rocosas eran preferidas para la construcción de viviendas, por lo firme, por las canteras, y para dejar las mejores tierras para la vegetación. Vivían en agrupaciones poco numerosas, que nos hacen pensar más en clanes familiares que en tribus. A veces formaban varios grupos de viviendas.
Su religión también abundaba en ideas importadas de las culturas mediterráneas. Las huellas que se conservan parecen ser del último milenio antes de nuestra Era. En sus creencias y en sus ritos predominan los cultos astrales, lunares y sobre todo solares. Entre sus dioses sobresalen Crom (crom sol) y Astarte (Venus) que bien parecen de origen egipcio. Eran pues adoradores de los astros, o sea, de las radiaciones astrales que tanto influyen benéfica y maléficamente sobre la vida terrestre. Tal religión era el Sabeísmo, precedente de Babilonia, conservada en Sabá (país preislámico que se corresponde con el actual Yemen) hasta el siglo XI. En nuestro país el sabeísmo se expresó de diversas maneras, siempre en monumentos megalíticos. Tal vez fue traída por los Mohabitas de Fenicia, y su origen se pierde en la noche de los tiempos. Se han encontrado vestigios, además de en los pueblos mediterráneos, en la India, en Polinesia, en África y en Indoamérica, que se remontan, al menos, a 10 o 12.000 años antes de Jesucristo.
Respetaban a los muertos y creían en la supervivencia del alma. Tenían pues presente la existencia del espíritu humano y de otras realidades visibles. Fabricaban las tumbas agrupadas cerca de sus viviendas y orientadas según el recorrido del sol. Estas necrópolis eran lugar preferido o exclusivo de la oración. O tal vez los enterramientos eran llevados al lugar de la oración. Así, o el templo se convertía en necrópolis o la necrópolis se convertía en templo. Eran construidas las tumbas con solidez, incluso excavadas en la roca, para evitar cualquier profanación por parte de hombres o animales. Otras civilizaciones llegarían a esterilizar los cadáveres (momias). Una postura característica de los iberos en nuestras tierras (tal vez aprendida de los celtas) en sus enterramientos era la postura fetal, tan preferida por los pueblos que rendían culto a los dioses del sol, o sea, a las fuerzas solares. A primeros de 1972 se descubrieron en las proximidades de Magacela tres cadáveres, dos en sus tumbas y otro fuera en dicha postura. Y tumbas de roca, semejantes a modernas bañeras se ven lo mismo hoy en el Berrocal de Magacela, como en las cercanías del Ortiga y de la Ermita de la Antigua, en el término de La Haba. Todo esto sin duda la expresión de su fe en la otra vida, en la siguiente a esta para el espíritu, en la supervivencia del alma, pues consideraban a la Tierra como una Madre que un día daría a luz un espíritu que sería capaz de vivir en ella, después de desaparecer ella. La práctica de todas las religiones van mezcladas de supersticiones, pero en el fondo hay una verdad innegable.
EL NOMBRE
La Haba tiene un nombre como corresponde a su origen.
Algunos, como Antonio Agundez Fernández en su Visita a la Serena, dice que se deriva de los llamados “habas” o “dientes de caballo” que abundan en estas rocas volcánicas. Tales granos son cristalizaciones de feldespato y cuarzo de color marfil opaco y de forma alargada de prisma irregular.
También dicen otros que como en sus tierras se cría bien la célebre leguminosa, de ahí tomó su nombre la población. Pienso en contra que en muchos pueblos de la Serena se cultivan habas y sólo éste lleva tal nombre.
Prefiero irme más atrás. Casi a sus orígenes:
En las lenguas indoeuropeas, o al menos en alguna de ellas, la palabra “aba” significaba simplemente “roca útil”, o sea, cantera. Lo que cuadra perfectamente con este primitivo canchal limpio y lavado en medio de fuertes tierras aptas para cereales y ganadería. Este trozo de berrocal era “la aba”, o sea, la roca útil para construir la vivienda. Aquellos hombres eran unos “patanes”, o sea, condecorados con la pata de oca, o sea, conocedores de los secretos de la piedra, que es lo mismo que decir “iniciados”, “paletos”. Más aún, eran “sabbat”, brujos, constructores. Como los kabbalistas, sabían buscar y encontrar la manera de mantenerse en contacto con la Soberana Gran Madre, que es la Naturaleza. La etimología nos puede hablar de “batel” o “bat” que hace alusión al bastón que usaron como vara de medir los prestidigitadores, constructores medievales. Los que hacían maravillas con las manos, que sabían encontrar, no solo la piedra sagrada, “Car-abas”, sino el lugar donde la piedra común se hace sagrada, y sirve de conexión con la Madre Naturaleza. Recordemos lo dicho más arriba sobre las cavernas artificiales y sobre el culto a los astros.
Luego la fonética impuso sus cambios, y ahora los no iniciados no sabemos pensar más que en las legumbres y en los “dientes de caballo” que incluso pueden relacionarse con las ciencias herméticas o la kabbala.
Se llegó a poner “h” y sale “haba” hispanizando una palabra que se dice latina. ¿Pero cuando ha sido “faba”?; puesto que la palabra original latina es ésta.
Busquemos, pues, el origen del nombre en el origen del pueblo que lo lleva.
AUTOR: Antonio Reseco González
AÑO: Junio de 1977
(Capítulo 2)
¿QUIÉNES ERAN?
Sin ánimo de alargarnos demasiado podríamos preguntarnos de donde procedían los conocimientos de aquellas gentes y ellos mismos.
Los habitantes prehistóricos de Iberia, nuestra Península, son muy poco conocidos. Tal vez porque no han llegado hasta nosotros huellas distinguibles de ellos, y sobre todo porque no usaron demasiado la escritura, solo raras veces. Pero según parece, por los elementos existentes en nuestras tierras se vieron enriquecidos y promocionados por otra raza ibero-sahariana o libio-ibera. Fue un lento proceso que se verificó durante el Neolítico. Sabemos que aquella simbiosis original era una raza morena y dolicocéfala (cabeza alargada), descendiente de cromagnoides. Posteriormente, en la edad de los metales, sobre todo a partir del bronce, por los años 5.000 a. de C., culturas procedentes de otras zonas del Mediterráneo influyeron en el desarrollo humano, técnico y religioso de la mitad sur y oriental de la Península. Igualmente los celtas llegaron al norte y oeste a partir del segundo milenio, con todo su bagaje cultural druídico, tan poco conocido porque jamás usaron la escritura.
En esta época, el hombre antes nómada y cazador se hace sedentario, y se dedica al cultivo de las tierras próximas a su vivienda y al cultivo y cría de los animales domésticos. Los lugares preferidos eran las cañadas, útiles para el cultivo y el pastoreo. Las colinas rocosas eran preferidas para la construcción de viviendas, por lo firme, por las canteras, y para dejar las mejores tierras para la vegetación. Vivían en agrupaciones poco numerosas, que nos hacen pensar más en clanes familiares que en tribus. A veces formaban varios grupos de viviendas.
Su religión también abundaba en ideas importadas de las culturas mediterráneas. Las huellas que se conservan parecen ser del último milenio antes de nuestra Era. En sus creencias y en sus ritos predominan los cultos astrales, lunares y sobre todo solares. Entre sus dioses sobresalen Crom (crom sol) y Astarte (Venus) que bien parecen de origen egipcio. Eran pues adoradores de los astros, o sea, de las radiaciones astrales que tanto influyen benéfica y maléficamente sobre la vida terrestre. Tal religión era el Sabeísmo, precedente de Babilonia, conservada en Sabá (país preislámico que se corresponde con el actual Yemen) hasta el siglo XI. En nuestro país el sabeísmo se expresó de diversas maneras, siempre en monumentos megalíticos. Tal vez fue traída por los Mohabitas de Fenicia, y su origen se pierde en la noche de los tiempos. Se han encontrado vestigios, además de en los pueblos mediterráneos, en la India, en Polinesia, en África y en Indoamérica, que se remontan, al menos, a 10 o 12.000 años antes de Jesucristo.
Respetaban a los muertos y creían en la supervivencia del alma. Tenían pues presente la existencia del espíritu humano y de otras realidades visibles. Fabricaban las tumbas agrupadas cerca de sus viviendas y orientadas según el recorrido del sol. Estas necrópolis eran lugar preferido o exclusivo de la oración. O tal vez los enterramientos eran llevados al lugar de la oración. Así, o el templo se convertía en necrópolis o la necrópolis se convertía en templo. Eran construidas las tumbas con solidez, incluso excavadas en la roca, para evitar cualquier profanación por parte de hombres o animales. Otras civilizaciones llegarían a esterilizar los cadáveres (momias). Una postura característica de los iberos en nuestras tierras (tal vez aprendida de los celtas) en sus enterramientos era la postura fetal, tan preferida por los pueblos que rendían culto a los dioses del sol, o sea, a las fuerzas solares. A primeros de 1972 se descubrieron en las proximidades de Magacela tres cadáveres, dos en sus tumbas y otro fuera en dicha postura. Y tumbas de roca, semejantes a modernas bañeras se ven lo mismo hoy en el Berrocal de Magacela, como en las cercanías del Ortiga y de la Ermita de la Antigua, en el término de La Haba. Todo esto sin duda la expresión de su fe en la otra vida, en la siguiente a esta para el espíritu, en la supervivencia del alma, pues consideraban a la Tierra como una Madre que un día daría a luz un espíritu que sería capaz de vivir en ella, después de desaparecer ella. La práctica de todas las religiones van mezcladas de supersticiones, pero en el fondo hay una verdad innegable.
EL NOMBRE
La Haba tiene un nombre como corresponde a su origen.
Algunos, como Antonio Agundez Fernández en su Visita a la Serena, dice que se deriva de los llamados “habas” o “dientes de caballo” que abundan en estas rocas volcánicas. Tales granos son cristalizaciones de feldespato y cuarzo de color marfil opaco y de forma alargada de prisma irregular.
También dicen otros que como en sus tierras se cría bien la célebre leguminosa, de ahí tomó su nombre la población. Pienso en contra que en muchos pueblos de la Serena se cultivan habas y sólo éste lleva tal nombre.
Prefiero irme más atrás. Casi a sus orígenes:
En las lenguas indoeuropeas, o al menos en alguna de ellas, la palabra “aba” significaba simplemente “roca útil”, o sea, cantera. Lo que cuadra perfectamente con este primitivo canchal limpio y lavado en medio de fuertes tierras aptas para cereales y ganadería. Este trozo de berrocal era “la aba”, o sea, la roca útil para construir la vivienda. Aquellos hombres eran unos “patanes”, o sea, condecorados con la pata de oca, o sea, conocedores de los secretos de la piedra, que es lo mismo que decir “iniciados”, “paletos”. Más aún, eran “sabbat”, brujos, constructores. Como los kabbalistas, sabían buscar y encontrar la manera de mantenerse en contacto con la Soberana Gran Madre, que es la Naturaleza. La etimología nos puede hablar de “batel” o “bat” que hace alusión al bastón que usaron como vara de medir los prestidigitadores, constructores medievales. Los que hacían maravillas con las manos, que sabían encontrar, no solo la piedra sagrada, “Car-abas”, sino el lugar donde la piedra común se hace sagrada, y sirve de conexión con la Madre Naturaleza. Recordemos lo dicho más arriba sobre las cavernas artificiales y sobre el culto a los astros.
Luego la fonética impuso sus cambios, y ahora los no iniciados no sabemos pensar más que en las legumbres y en los “dientes de caballo” que incluso pueden relacionarse con las ciencias herméticas o la kabbala.
Se llegó a poner “h” y sale “haba” hispanizando una palabra que se dice latina. ¿Pero cuando ha sido “faba”?; puesto que la palabra original latina es ésta.
Busquemos, pues, el origen del nombre en el origen del pueblo que lo lleva.