LA HABA. AYER Y HOY (Breve ensayo de historia)
AUTOR: Antonio Reseco González
AÑO: Junio de 1977
(Capítulo 10)
DECADENCIA DEL PRIORATO
Durante los mejores tiempos del Priorato, tras los Reyes Católicos, muchos feudos progresaron en estos contornos. Y La Haba fue la villa preferida, después de Villanueva, por sus buenas tierras y por la proximidad del Prior. Por eso, Encomendados y feudales, procedentes de Zalamea, como el Conde de Montalbán, y de otros lugares como Quintana, buscaron habitación en esta villa con esperanzas de medrar.
Recibió La Haba el máximo empuje de ida y de modernidad desde que en 1504 se convirtió Villanueva en sede del más prestigioso Priorato de la Orden de Alcántara. Pero bien pronto soplarían otros vientos. Y aunque la villa tuvo grandes influencias en Madrid, como el Diputado y Conde de Campos de Orellana, la Historia le preparaba la ocasión de asistir a la muerte del Priorato, padrino de todas sus grandezas.
Podríamos diferenciar tres tiempos en la agonía del Priorato, y que habían de producirle una lenta pero inevitable muerte. Tenía que ser así, pues las Órdenes Militares se hicieron para combatir al moro, y ya no había moros en España. ¿Qué hacían, pues?
1º Tiempo.- Con los Borbones continuaron las tendencias centralistas de Carlos II. Empezaron por ello a desaparecer los diversos reinos, principados y condados medievales. Y así, durante el siglo XVIII y primer tercio del XIX, después de varias reformas y modificaciones, se llegó a la actual división de España en provincias. La decisión fue tomada y firmada por Decreto Real de 30 de noviembre de 1833, durante la regencia de Doña María Cristina, madre de Isabel II. Así el poder administrativo civil del Prior pasó al Gobernador civil de Badajoz. Y el territorio del Priorato quedó anexionado al de la provincia, cuyos límites de entonces conserva hoy. Era Prior Don Juan Raive de Balaicos. Ya antes habían sido los priores privados de la jurisdicción civil, por exención comprada a Carlos I, de menos ayuntamientos y Juzgados municipales. Ahora se les desposeyó totalmente.
2º Tiempo.- La pérdida del poder económico llegó cuando Don Juan de Dios Álvarez Mendizábal, Ministro de Hacienda, expropió de todos los bienes raíces a todas las comunidades religiosas y otras entidades no estatales. Quedaron entonces desposeídas y sin medios de subsistencia, todas las órdenes religiosas de varones no dedicados a la enseñanza ni a la atención de enfermos. Con tal decisión se vieron nuestros Caballeros sin sus más rentables bienes. Esta desamortización se realizó en 1836. El Ministerio puso en venta las tierras, que vinieron a manos de los señores hacendados. Las dehesas y sus ejidos pasaron así a manos particulares. Mientras que Don Juan Álvarez Mendizábal no logró enjuagar la deuda o déficit del Estado, pues la mayor parte de las tierras se vendieron a precios irrisorios. Luego Don Juan sería destituido en septiembre de aquel mismo año, tal vez debido a su fracaso. De todas las tierras de labor solo se quedó una pequeña parte proporcional para administración y beneficio de cada Ayuntamiento.
3º Tiempo.- Faltaba lo que bien podríamos llamar el golpe fatal, no ya para nuestro Priorato sino para todas las Ordenes Militares. Era en tiempo del Prior Don Agustín de Cáceres y Corral, que terminó oficialmente la lista de priores, aunque quedó en su convento con el título y prerrogativas de Abad retirado. El Papa fue Pío IX (Giovanni Maria Mastai Ferretti). La Bula “Quo Gravius”. El año, 1873. La idea era lo que se hizo: centrar la jurisdicción eclesiástica de los territorios diocesanos en el Obispo, convirtiéndolo en el canónico “Ordinarius loci”.
No muy larga fue la agonía, poco más de medio siglo. Sin embargo hay algún Priorato, como el de Ciudad Real, de la Orden de Calatrava, que habiendo sido elevado a la categoría de Diócesis y el Prior a la de Obispo, no fue extinguido, y aun conserva el título.
Nuestro Priorato de Magacela quedó dividido entre las Diócesis de Córdoba (Arciprestazgo de Castuera), y la de Badajoz (los de Zalamea y Villanueva).
La Haba por tanto, quedó en la jurisdicción civil del Gobernador de la provincia en Badajoz, y en la jurisdicción eclesiástica del Obispo de Badajoz, que era el Excelentísimo Señor Don Fernando Ramírez y Vázquez.
Esta decisión papal, no del todo inesperada, produjo en el Clero un verdadero colapso, hasta el punto de no saber a quien tenían que obedecer, si al Prior o al Obispo. Casi todos los Párrocos y algunos ayudantes eran caballeros de la Orden. Puede verse en los escritos de partidas sacramentales en el Archivo que donde se ponía “Priorato de Magacela”, y a partir de 1873 debía leerse “Diócesis de Badajoz”, los escritores lo dejan en blanco durante tres años. Pero todo quedó aclarado, en el papel aunque no tanto en los ánimos, cuando el Obispo se personó en cada parroquia en Visita Pastoral. Quedó pues reconocida su autoridad en La Haba el día 18 de diciembre de 1876.
Aquí está la muerte somática. Que la Orden murió internamente, es decir, su espíritu murió mucho antes.
Primero los caballeros eran sabios, probados, iniciados en los conocimientos profundos de la kabala (de ahí el símbolo del caballo), eran verdaderos buscadores de Dios y del hombre, deseaban y se afanaban por conseguir su propia transmutación, o sea, su santificación. Sabían que la bondad mayor es dar la vida por los cristianos, por la comunidad, y así se prestaban a darla en la guerra santa.
Después tomaron la guerra como un medio humano de ganar prestigio ante el Rey y ante el pueblo. La numerosidad de las campañas no les dejaba tiempo suficiente para formarse. La necesidad de reclutar gente les hizo admitir a caballeros sin deseos rectos. Se hicieron guerreros a costa de perder sus propios conocimientos e intenciones. La comunidad perdió espíritu y se desconectaron de su Ideal.
Más tarde lucharon entre sí. Perdieron el control de las pasiones. La ambición sustituyó a la generosidad. El honor humano ocupó el sitio de Dios. Y la Orden pudo ser llamada “nido de gavilanes”.
Más adelante, y sin motivos de guerra, fueron admitidos miembros de la Orden con claras intenciones materialistas y con ideales humanos. Era el Feudalismo y la Investidura. Las familias nobles necesitaban tener un hijo en la Orden, y no precisamente con deseos de cielo.
Por fin el celibato se hizo insoportable. Primero se aseglararon muchos caballeros, que solo lo eran de nombre, no de alma y de corazón. Al fin, en 1546, siendo Prior Don Francisco Rol de Acosta, se les permitió el matrimonio a todos los caballeros que no desearan llegar al sacerdocio. Los casados pertenecían, pues, a la Orden desde su vida privada y familiar. Simplemente era bonito y rentable ser caballero. ¡Frailes soldados, dispersos en la geografía y en las ideas, los hijos, el dinero, las fincas, etc. ¡De aquí el efecto de aquella causa, producto lógico, que se hizo lentamente y que nadie controló. Sin formación espiritual, y sobre todo sin la “iniciación” imprescindible, ¿para qué servían tales caballeros? Antes fueron útiles y ahora estorban: ¡gran paradoja ¡
Lo aclaró el tiempo, lo aclaró la Historia. Porque el tiempo, la Historia, si sabe por qué murió la Orden de Alcántara, aunque muchos historiadores no hayan llegado a verlo nunca.
Don Agustín de Cáceres y Corral fue el último Prior oficialmente, pero no totalmente. La Historia también tiene su inercia, en virtud de la cual, al morir Don Agustín fue elegido otro Prior y otro más. No sabían vivir sin la Orden, no podían aceptar las circunstancias. Y fue elegido al fin, el último, Don Lorenzo Velarde Santisteban, que vivió solo y murió sin dejar sucesor el año 1911. Era natural de La Haba. Vivió en sus últimos años sin querer someterse al Obispo de Badajoz. Antes de morir recibió una visita personal del Obispo Don Félix Soto Mancera. Habitó una bien conocida casa de la Plaza Baja que era de su propiedad.
Esta fue la lenta agonía de una gloriosa Orden militar que tan buenas y ricas hazañas realizó en sus mejores tiempos, pero que vino a pasar, como toda institución que nace en el tiempo, como la hierba del campo que hoy es y mañana se seca.
AUTOR: Antonio Reseco González
AÑO: Junio de 1977
(Capítulo 10)
DECADENCIA DEL PRIORATO
Durante los mejores tiempos del Priorato, tras los Reyes Católicos, muchos feudos progresaron en estos contornos. Y La Haba fue la villa preferida, después de Villanueva, por sus buenas tierras y por la proximidad del Prior. Por eso, Encomendados y feudales, procedentes de Zalamea, como el Conde de Montalbán, y de otros lugares como Quintana, buscaron habitación en esta villa con esperanzas de medrar.
Recibió La Haba el máximo empuje de ida y de modernidad desde que en 1504 se convirtió Villanueva en sede del más prestigioso Priorato de la Orden de Alcántara. Pero bien pronto soplarían otros vientos. Y aunque la villa tuvo grandes influencias en Madrid, como el Diputado y Conde de Campos de Orellana, la Historia le preparaba la ocasión de asistir a la muerte del Priorato, padrino de todas sus grandezas.
Podríamos diferenciar tres tiempos en la agonía del Priorato, y que habían de producirle una lenta pero inevitable muerte. Tenía que ser así, pues las Órdenes Militares se hicieron para combatir al moro, y ya no había moros en España. ¿Qué hacían, pues?
1º Tiempo.- Con los Borbones continuaron las tendencias centralistas de Carlos II. Empezaron por ello a desaparecer los diversos reinos, principados y condados medievales. Y así, durante el siglo XVIII y primer tercio del XIX, después de varias reformas y modificaciones, se llegó a la actual división de España en provincias. La decisión fue tomada y firmada por Decreto Real de 30 de noviembre de 1833, durante la regencia de Doña María Cristina, madre de Isabel II. Así el poder administrativo civil del Prior pasó al Gobernador civil de Badajoz. Y el territorio del Priorato quedó anexionado al de la provincia, cuyos límites de entonces conserva hoy. Era Prior Don Juan Raive de Balaicos. Ya antes habían sido los priores privados de la jurisdicción civil, por exención comprada a Carlos I, de menos ayuntamientos y Juzgados municipales. Ahora se les desposeyó totalmente.
2º Tiempo.- La pérdida del poder económico llegó cuando Don Juan de Dios Álvarez Mendizábal, Ministro de Hacienda, expropió de todos los bienes raíces a todas las comunidades religiosas y otras entidades no estatales. Quedaron entonces desposeídas y sin medios de subsistencia, todas las órdenes religiosas de varones no dedicados a la enseñanza ni a la atención de enfermos. Con tal decisión se vieron nuestros Caballeros sin sus más rentables bienes. Esta desamortización se realizó en 1836. El Ministerio puso en venta las tierras, que vinieron a manos de los señores hacendados. Las dehesas y sus ejidos pasaron así a manos particulares. Mientras que Don Juan Álvarez Mendizábal no logró enjuagar la deuda o déficit del Estado, pues la mayor parte de las tierras se vendieron a precios irrisorios. Luego Don Juan sería destituido en septiembre de aquel mismo año, tal vez debido a su fracaso. De todas las tierras de labor solo se quedó una pequeña parte proporcional para administración y beneficio de cada Ayuntamiento.
3º Tiempo.- Faltaba lo que bien podríamos llamar el golpe fatal, no ya para nuestro Priorato sino para todas las Ordenes Militares. Era en tiempo del Prior Don Agustín de Cáceres y Corral, que terminó oficialmente la lista de priores, aunque quedó en su convento con el título y prerrogativas de Abad retirado. El Papa fue Pío IX (Giovanni Maria Mastai Ferretti). La Bula “Quo Gravius”. El año, 1873. La idea era lo que se hizo: centrar la jurisdicción eclesiástica de los territorios diocesanos en el Obispo, convirtiéndolo en el canónico “Ordinarius loci”.
No muy larga fue la agonía, poco más de medio siglo. Sin embargo hay algún Priorato, como el de Ciudad Real, de la Orden de Calatrava, que habiendo sido elevado a la categoría de Diócesis y el Prior a la de Obispo, no fue extinguido, y aun conserva el título.
Nuestro Priorato de Magacela quedó dividido entre las Diócesis de Córdoba (Arciprestazgo de Castuera), y la de Badajoz (los de Zalamea y Villanueva).
La Haba por tanto, quedó en la jurisdicción civil del Gobernador de la provincia en Badajoz, y en la jurisdicción eclesiástica del Obispo de Badajoz, que era el Excelentísimo Señor Don Fernando Ramírez y Vázquez.
Esta decisión papal, no del todo inesperada, produjo en el Clero un verdadero colapso, hasta el punto de no saber a quien tenían que obedecer, si al Prior o al Obispo. Casi todos los Párrocos y algunos ayudantes eran caballeros de la Orden. Puede verse en los escritos de partidas sacramentales en el Archivo que donde se ponía “Priorato de Magacela”, y a partir de 1873 debía leerse “Diócesis de Badajoz”, los escritores lo dejan en blanco durante tres años. Pero todo quedó aclarado, en el papel aunque no tanto en los ánimos, cuando el Obispo se personó en cada parroquia en Visita Pastoral. Quedó pues reconocida su autoridad en La Haba el día 18 de diciembre de 1876.
Aquí está la muerte somática. Que la Orden murió internamente, es decir, su espíritu murió mucho antes.
Primero los caballeros eran sabios, probados, iniciados en los conocimientos profundos de la kabala (de ahí el símbolo del caballo), eran verdaderos buscadores de Dios y del hombre, deseaban y se afanaban por conseguir su propia transmutación, o sea, su santificación. Sabían que la bondad mayor es dar la vida por los cristianos, por la comunidad, y así se prestaban a darla en la guerra santa.
Después tomaron la guerra como un medio humano de ganar prestigio ante el Rey y ante el pueblo. La numerosidad de las campañas no les dejaba tiempo suficiente para formarse. La necesidad de reclutar gente les hizo admitir a caballeros sin deseos rectos. Se hicieron guerreros a costa de perder sus propios conocimientos e intenciones. La comunidad perdió espíritu y se desconectaron de su Ideal.
Más tarde lucharon entre sí. Perdieron el control de las pasiones. La ambición sustituyó a la generosidad. El honor humano ocupó el sitio de Dios. Y la Orden pudo ser llamada “nido de gavilanes”.
Más adelante, y sin motivos de guerra, fueron admitidos miembros de la Orden con claras intenciones materialistas y con ideales humanos. Era el Feudalismo y la Investidura. Las familias nobles necesitaban tener un hijo en la Orden, y no precisamente con deseos de cielo.
Por fin el celibato se hizo insoportable. Primero se aseglararon muchos caballeros, que solo lo eran de nombre, no de alma y de corazón. Al fin, en 1546, siendo Prior Don Francisco Rol de Acosta, se les permitió el matrimonio a todos los caballeros que no desearan llegar al sacerdocio. Los casados pertenecían, pues, a la Orden desde su vida privada y familiar. Simplemente era bonito y rentable ser caballero. ¡Frailes soldados, dispersos en la geografía y en las ideas, los hijos, el dinero, las fincas, etc. ¡De aquí el efecto de aquella causa, producto lógico, que se hizo lentamente y que nadie controló. Sin formación espiritual, y sobre todo sin la “iniciación” imprescindible, ¿para qué servían tales caballeros? Antes fueron útiles y ahora estorban: ¡gran paradoja ¡
Lo aclaró el tiempo, lo aclaró la Historia. Porque el tiempo, la Historia, si sabe por qué murió la Orden de Alcántara, aunque muchos historiadores no hayan llegado a verlo nunca.
Don Agustín de Cáceres y Corral fue el último Prior oficialmente, pero no totalmente. La Historia también tiene su inercia, en virtud de la cual, al morir Don Agustín fue elegido otro Prior y otro más. No sabían vivir sin la Orden, no podían aceptar las circunstancias. Y fue elegido al fin, el último, Don Lorenzo Velarde Santisteban, que vivió solo y murió sin dejar sucesor el año 1911. Era natural de La Haba. Vivió en sus últimos años sin querer someterse al Obispo de Badajoz. Antes de morir recibió una visita personal del Obispo Don Félix Soto Mancera. Habitó una bien conocida casa de la Plaza Baja que era de su propiedad.
Esta fue la lenta agonía de una gloriosa Orden militar que tan buenas y ricas hazañas realizó en sus mejores tiempos, pero que vino a pasar, como toda institución que nace en el tiempo, como la hierba del campo que hoy es y mañana se seca.