¡TODOS A LA CÁRCEL!
Vivimos en una etapa complicada para dedicarse a la política. Yo no se lo aconsejaría a ningún amigo, apostaría a que muchos líderes institucionales no tendrán un final feliz y a que les cuesta conciliar el sueño sin la ayuda de algún lenitivo. La judicialización de la política –y la politización de la justicia- sigue siendo un tema espinoso que no admite soluciones simplistas ni demagógicas. En cualquier caso, nos hemos acostumbrado a desayunar todos los días con algún circo grotesco en el que políticos, empresarios e incluso familiares de los monarcas hacen el paseíllo hasta los juzgados denunciados por los partidos políticos o por alguna actuación judicial; un trance aberrante por lo deplorable de su exposición pública.
Lo que sorprende cada vez menos es que una parte importante de la sociedad española, instigada por las redes sociales y el odio de algunos partidos políticos que manejan con pericia esas corralas y se mueven como ratas por el basurero de la ignominia, se deje arrastrar sin oponer la sensatez como resistencia ante una deriva delirante e inquisitorial que les lleva a exigir con los ojos inyectados en sangre ¡todos a la cárcel!, título berlanguiano tan categórico como irónico, ignorando el principio jurídico de la presunción de inocencia y escupiendo así sobre uno de los pilares más sagrados de un Estado de Derecho. Pero ya sabemos que odiar es sencillo y siempre retrata a los cobardes, a las personas débiles a las que el amor les parece muy complicado.
No es que yo tenga excesivas simpatías por nuestros políticos, responsables principales –no los únicos- de que sigamos atascados en la eterna pubertad de una democracia maltratada rebosante de tonterías, dislates y escasamente juiciosa. Entendida como un negocio más que como una ciencia social que tiene como misión solucionar los problemas de los ciudadanos, la política siempre te obliga a cometer alguna bajeza, injusticia o felonía, a mentir mucho, y la mentira es muy pringosa, te hace ver cómo son en realidad las personas, pero lo peor de las mentiras es que para que parezcan verdades te obliga a seguir inventando mentiras.
Todo esto está escrito con cemento, pero no es menos cierto que existe un alarmismo excesivo que siembra la duda sobre nuestra condición de seres racionales, que deberíamos dejar que actúen los mecanismos de control de los poderes públicos, respetar y confiar en la Justicia y demandar más agilidad para que las personas que están siendo investigadas no queden expuestas de manera obscena y degradante al escarnio público que, aun siendo condenado, nadie se merece. Desde aquí quiero mostrar mi desprecio a tantos justicieros, vengadores y rastreadores de carnaza que han convertido las plataformas de internet en un patíbulo siniestro donde, desde la impunidad del anonimato y organizados como catervas salvajes, cada día “linchan” a alguien ingeniando cualquier pueril pretexto. Demos la espalda a los que claman a gritos justicia cuando lo que en realidad quieren es que se les de la razón. Y eso no es justicia.
Pedro Rodríguez Bermejo
Vivimos en una etapa complicada para dedicarse a la política. Yo no se lo aconsejaría a ningún amigo, apostaría a que muchos líderes institucionales no tendrán un final feliz y a que les cuesta conciliar el sueño sin la ayuda de algún lenitivo. La judicialización de la política –y la politización de la justicia- sigue siendo un tema espinoso que no admite soluciones simplistas ni demagógicas. En cualquier caso, nos hemos acostumbrado a desayunar todos los días con algún circo grotesco en el que políticos, empresarios e incluso familiares de los monarcas hacen el paseíllo hasta los juzgados denunciados por los partidos políticos o por alguna actuación judicial; un trance aberrante por lo deplorable de su exposición pública.
Lo que sorprende cada vez menos es que una parte importante de la sociedad española, instigada por las redes sociales y el odio de algunos partidos políticos que manejan con pericia esas corralas y se mueven como ratas por el basurero de la ignominia, se deje arrastrar sin oponer la sensatez como resistencia ante una deriva delirante e inquisitorial que les lleva a exigir con los ojos inyectados en sangre ¡todos a la cárcel!, título berlanguiano tan categórico como irónico, ignorando el principio jurídico de la presunción de inocencia y escupiendo así sobre uno de los pilares más sagrados de un Estado de Derecho. Pero ya sabemos que odiar es sencillo y siempre retrata a los cobardes, a las personas débiles a las que el amor les parece muy complicado.
No es que yo tenga excesivas simpatías por nuestros políticos, responsables principales –no los únicos- de que sigamos atascados en la eterna pubertad de una democracia maltratada rebosante de tonterías, dislates y escasamente juiciosa. Entendida como un negocio más que como una ciencia social que tiene como misión solucionar los problemas de los ciudadanos, la política siempre te obliga a cometer alguna bajeza, injusticia o felonía, a mentir mucho, y la mentira es muy pringosa, te hace ver cómo son en realidad las personas, pero lo peor de las mentiras es que para que parezcan verdades te obliga a seguir inventando mentiras.
Todo esto está escrito con cemento, pero no es menos cierto que existe un alarmismo excesivo que siembra la duda sobre nuestra condición de seres racionales, que deberíamos dejar que actúen los mecanismos de control de los poderes públicos, respetar y confiar en la Justicia y demandar más agilidad para que las personas que están siendo investigadas no queden expuestas de manera obscena y degradante al escarnio público que, aun siendo condenado, nadie se merece. Desde aquí quiero mostrar mi desprecio a tantos justicieros, vengadores y rastreadores de carnaza que han convertido las plataformas de internet en un patíbulo siniestro donde, desde la impunidad del anonimato y organizados como catervas salvajes, cada día “linchan” a alguien ingeniando cualquier pueril pretexto. Demos la espalda a los que claman a gritos justicia cuando lo que en realidad quieren es que se les de la razón. Y eso no es justicia.
Pedro Rodríguez Bermejo