«A mí me mandaba mi madre a
comprar la bula para la Cuaresma y yo buscaba en el cajón la del año anterior y me quedaba el dinero», recuerda el historiador Juan Eslava Galán de su pícara niñez, hace medio siglo, cuando los cuarenta días anteriores a la
Semana Santa se vivían entre ayunos y abstinencias en recuerdo de los que pasó Jesucristo en el desierto.
El Miércoles de Ceniza abría un tiempo de penitencia hasta el Domingo de Resurrección que marcaba las
comidas, la diversión y el día a día.
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