Sigilosamente se aprestarían los cristianos de
Mérida a rescatar las preciosas reliquias de aquella intrépida niña que con su muerte acababa de dar tan espléndido testimonio de la fe. Embalsamarían delicadamente su cuerpo y le darían sepultura precisamente en aquel mismo lugar donde pasada la tremenda borrasca de la persecución, se levantó una espléndida basílica, cuyo mármol bruñido -según testimonio de Prudencio, que la vio- iluminaba con cegadores resplandores sus atrios, donde los resplandecientes techos brillaban, con áureos artesonados y los pavimentos de mármol jaspeados daban al peregrino la sensación de pasear en un prado en que se entremezclaban y combinaban las rosas con las demás
flores. Y con un lirismo exultante termina el poeta su descripción: "Fuera las lágrimas dulzonas y melindrosas... Cortad,
vírgenes y donceles, purpúreas
amapolas, segad los encendidos azafranes: no carece de ellos el
invierno fecundo, pues el aura tépida despierta los
campos para llenar de flores los canastillos. Ofreced, ¡oh jóvenes!, estos presentes, que yo, en medio del corro también quiero llevar una corona en estrofas de poesía, vil y ajada, pero alegre y festiva. Así conviene venerar los huesos que yacen bajo el
altar; ella mientras tanto, a los pies de Dios, ve todo esto e intercede, benévola, por nosotros". Una de las representaciones más antigua que se conoce de la mártir Eulalia es la que figura en el
mosaico de
San Apolinar Nuevo de Rávena, obra maestra del
arte cristiano–bizantino. Precedida por
santa Cecilia y tras los pasos de santa Inés, se encamina en compañía de un cortejo de
santas al encuentro con la
Virgen. Todas están lujosamente ataviadas con túnicas talares y portan en sus manos ricas coronas; a sus pies aparecen plantas emblemáticas. Tanto en este mosaico como en numerosas ejemplos, la santa es representada no como una niña, sino como una
joven de más edad. En ocasiones, incluso, los artistas llegan a representarla como una auténtica matrona, cargada de años, en clara contradicción con los escasos datos biográficos que nos han llegado. La iconografía más conocida es la que nos muestra a la doncella emeritense con
la palma del martirio en una mano y un pequeño
horno en la otra, si bien no faltan ejemplos en los que Eulalia porta un libro, una
cruz, una paloma o hasta una parrilla. La paloma, asociada también a
santos como Quintín, Reparata o Devota, es compañera inseparable de Eulalia en elevado número de ocasiones, tanto en la literatura como en el arte. Simboliza el espíritu de Eulalia que voló al
cielo en el momento de expirar. En la visión de la santa riojana Oria, en la que se le aparecen Santa Águeda, Santa Cecilia y Santa Eulalia, esta última le ofrece una paloma, animándola a tomarla como su guía. En la iconografía de Eulalia merece especial atención la referida a su homónima barcelonesa, mayoritariamente representada junto a una cruz en forma de aspa o Cruz de San Andrés. Se da la circunstancia de que en lugares con culto a la niña lusitana, esta aparece con la citada cruz, mientras que en otros con culto a la mártir tarraconense, porta la palma y el hornito, por lo que no puede hablarse de símbolos distintivos en exclusividad. La devoción de la ciudad de Mérida hacia su hija más insigne, Santa Eulalia, es uno de los rasgos. Esta devoción se vive, de manera especial, durante dos momentos señalados a lo largo del año. En la última semana de septiembre tiene lugar el Trecenario de Santa Eulalia, una
tradición que re remonta al siglo XVII. Se trata de un ejercicio de piedad que, durante trece días, va recorriendo los diferentes martirios sufridos, según la tradición, por la niña mártir. Los emeritenses y devotos de la santa llenan en esos días la Basílica en las diferentes celebraciones que se extienden a lo largo de todo el día. El trecenario culmina con un besamanos a la imagen titular y con la celebración del Ramo de Santa Eulalia; la subasta del Ramo consiste en la subasta pública de diversos dones que los devotos ofrecen a la santa. Su origen podría estar asociado a la época en que el Concejo de la ciudad abandonó el patronazgo de la antigua Cofradía, mediados del siglo XIX.