El
edificio, proyectado por Moneo a partir del
otoño de 1979, y construido entre 1980 y 1986, atrajo rápidamente el reconocimiento internacional, no sólo como una de las primeras obras maestras del arquitecto navarro, y la primera suya conocida y apreciada en el extranjero, sino también como la obra que marcó el principio de un periodo fructífero de la producción arquitectónica española, que pasó a captar la atención de arquitectos y críticos de todo el mundo. El principal objetivo del arquitecto en este proyecto fue que el
museo tuviera el carácter y la presencia de un edificio
romano. Toda la
arquitectura se encuentra fuertemente ligada, en su materialidad, al contenido que expone y a la cultura que referencia. Aunque en una primera visión del museo esto puede parecer un objetivo sencillo, sin embargo, más allá de esta aparente simplicidad del esquema constructivo, se encuentra una compleja concepción arquitectónica, rica en asociaciones históricas y con sutiles articulaciones espaciales. El complejo consiste en dos volúmenes conectados por un
puente, con un interior a base de
arcos, diafragmas e iluminación central. Fue dedicado por Moneo a la memoria de su padre, quien falleció durante los trabajos.