Braulito, hablando otra vez de Logroño, te contaré que yo lo visité en el año 1.987 por un motivo muy especial que te cuento a continuación.
No sé si habrás oído nombrar al hermano Marcelino de esa localidad. Pues bien, el referido hermano es (o era, no sé si habrá fallecido ya) un Marista que tenía fama de
poseer el don de hacer de dejar de fumar a los que le visitaban, simplemente con la imposición de las manos sobre los brazos, el estómago y la espalda: pases magnéticos, como los llamaba él.
Pues bien, un grupo de amigos, fumadores empedernidos todos, decidimos acudir a él para ver si podíamos dejar el tabaco.
Concertamos la cita y pusimos manos a la obra.
Corría el mes de noviembre y hacía un frío que pelaba y para evitarnos posibles nevadas y demás elementos climatológicos adversos por aquellas latitudes norteñas, decidimos hacer el viaje en ferrocarril.
Salimos de Badajoz de madrugada y tuvimos que hacer transbordo en Madrid para poder continuar hasta tierras riojanas.
Debido al frío que hacía, cuando llegamos a Logroño, entre todos los del grupo (éramos ocho) habíamos dejado literalmente vacío el vagón-cafetería, en lo concerniente a todo tipo de licores y demás bebidas alcohólicas, por lo que el dependiente estaba textualmente loco de alegría, pues nos dijo que en su dilatada carrera profesional, nunca le había ocurrido quedarse sin existencias. Tomó buena nota de la fecha de nuestro regreso para llenar a conciencia las bodegas.
Llegamos a Logroño anocheciendo y una vez pasados por el hotel (no estoy seguro, pero creo que se llamaba Gran Vía) para dejar los equipajes y asearnos, salimos en dirección a una calle, que esa sí se recuerdo que se llamaba del Laurel, donde nos pusimos morados de comer y beber.
A la mañana siguiente nos presentamos en el colegio de los Maristas (puedes imaginarte el cuerpo serrano que teníamos) que estaba a las afueras, creo que en la carretera de Soria y tuvimos el encuentro con el hermano Marcelino. Lo sucedido no paso a contarlo porque aquello fue un “poema”, lo que sí os diré es que la cita la deberíamos haber concertado más al norte, concretamente en Lourdes, porque lo nuestro era de milagro: de los ocho que fuimos, seis seguimos fumando, uno lo dejó solo durante un mes y una que no fumaba, empezó a fumar al poco tiempo.
Cuando el día de la vuelta el dependiente del vagón-cafetería nos vio aparecer por el tren puso una cara de satisfacción de excuso decirte pensando en el negocio, pero más le hubiera valido no haber hecho cábalas sobre las posibles ganancias, porque debido al miedo que el hermanos Marcelino nos metió y al cuerpo desvencijado que teníamos después del periplo realizado, no tomamos ni una sola copa en todo el viaje, así que el pobre hombre se quejaba quedamente, maldiciendo para sus adentros; lo único que tomamos en todo el viaje fueron los caramelos de la “viuda de solano” que habíamos comprado para regalo de nuestros hijos.
Esta es la historia de mi visita a Logroño y Braulito, aunque parezca de fábula, te prometo que es verdad.
Un abrazo muy fuerte y por favor ¡NO ME TRATES DE USTED!
Alfonso.
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