Efectivamente, como dice Sime, está emparentada con las calas que tan a menudo veíamos en las casas de Orellana. Las recuerdo en casa de mi tía Tomasa, la mujer del Guinda, tenía un patio interior donde ademas de pilistras, las calas daban sensación de frescor en los atardeceres en los que yo me entretenía mirando como los dos galgos blancos que tenían jadeaban ante los últimos calores del día y sacaban su lengua quejumbrosa mientras mi madre y mi tía se entretenían en charlas interminables.
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