Esta plaza forma parte de mi vida. Recuerdo, entre otros muchos, el sabor de los polos del Bar Zaragoza (dos reales los de hielo y a peseta los de leche y chocolate), los churros de la Dorotea, los barquillos de helados, la rueda en donde tentabas la suerte que siempre me fué esquiva, el puesto de pipas de Nemésio, con su canasta de mimbre y el enchufe de luz en la pared, la caseta de tiro del tio Corta, el caballo de retratista (Pepe el de la Villa), los quioscos del tio Paco y de Antonio (el ciego)en ... (ver texto completo)