LOS DIFUNTOS I (El entierro)
Cuando en una casa ocurría la desgracia del fallecimiento de uno de sus miembros, familiares, parientes y vecinos participaban solidariamente en cumplir la 7ª de las coporales Obras de Misericordia que es “Enterrar a los muertos”.
Lo primero que hacían los parientes, ayudados por algún vecino muy allegado, era vestir al muerto y colocarlo en una cama. Después avisaban al Cura y al carpintero para que tomara las medidas del difunto con el objeto de hacerle “la caja” (ataúd). El tío “Corto”, padre de Fulgencio y el tío José Moreno eran expertos carpinteros en fabricar las cajas que tenían todas el color negro. Alguien iba a “arreglar los papeles”, se concertaba la hora del entierro al día siguiente y se velaba al finado toda la noche en la casa. Los velatorios, más bien que acompañamiento para compartir sinceramente el dolor de los dolientes, se convertían muchas veces en meros encuentros donde se hablaba de todo de una manera casi irreverente. Por la mañana, un momento muy emotivo era cuando traían el ataúd.-“ ¡Que traen la caja ¡”-comentaba alguien por lo bajo. Todos se alteraban y alguien de la familia emitía su enésimo llanto mientras se depositaba el cuerpo en el interior. Una costumbre muy curiosa y de por sí un acto de solidaridad era que, la comida para los dolientes del mediodía, la preparaban las vecinas que además se la servían con todo esmero.
Los primeros toques de las campanas, “doblando”, anunciaban que el Cura había salido de la iglesia camino de la casa del óbito. Efectivamente al poco rato llegaba acompañado de dos monaguillos. El féretro había sido colocado por dentro de la puerta y esperaban la llegada del Sacerdote. Una vez rezadas una oraciones pertinentes, éste, se colocaba al frente del cortejo fúnebre y se ponía rumbo al templo. De vez en cuando se hacían paradas para rezar un Responso. El número de paradas en la calle eran directamente proporcional al poder adquisitivo o la voluntad que tenía la familia pues el Cura cobraba por cada una que se hacía. Había entierros en que solo había una aunque estuviera muy lejos de la iglesia y en otros había varias. Este fue el caso del entierro de D. Juan Corraliza, “El Boticario”, que a pesar de vivir a diez metros del templo, se hicieron tres o cuatro paradas.
Dentro se rezaban las oraciones preceptivas y se despedía al difunto que, transportado por los acompañantes, lo trasladaban al cementerio donde recibía santa sepultura. Acto seguido todos regresaban a la casa y los familiares (hombres) se ponían en la puerta mientras todos los que había ido al entierro desfilaban ante ellos dándoles LA CABEZÁ. (pésame). Las dolientes lo recibía de las mujeres, dentro de casa.
Durante los nueve días siguientes al sepelio la casa del muerto se convertía, por las tardes, en un ir y venir de mujeres que iban “a rezar”. Se contrataba a una “Rezaora” y, cuando se juntaban unas cuantas rezaban un Rosario. Se iba esa tanda y venía otra, de tal manera, que no era raro que se rezara, por la salvación del alma del difunto, cuatro o cinco veces esta oración mariana cada tarde.”Rezaoras” famosas de Orellana fueron “La Tecla” y la tía “Bartolona”. Estas mujeres, junto con la tía Petra, “La Cachucha”, mujer veloz como el rayo en honor a la cual, cuando una persona andaba mucho, se decía “Andas más que “ El Correo La Cachucha” y abuela del forero Felix, se las llamaba también “Avisaoras” pues eran las que recorrían todo el pueblo, un año después, avisando a todo de que tal día se iba a decir el funeral del aniversario de fulano.
Cuando en una casa ocurría la desgracia del fallecimiento de uno de sus miembros, familiares, parientes y vecinos participaban solidariamente en cumplir la 7ª de las coporales Obras de Misericordia que es “Enterrar a los muertos”.
Lo primero que hacían los parientes, ayudados por algún vecino muy allegado, era vestir al muerto y colocarlo en una cama. Después avisaban al Cura y al carpintero para que tomara las medidas del difunto con el objeto de hacerle “la caja” (ataúd). El tío “Corto”, padre de Fulgencio y el tío José Moreno eran expertos carpinteros en fabricar las cajas que tenían todas el color negro. Alguien iba a “arreglar los papeles”, se concertaba la hora del entierro al día siguiente y se velaba al finado toda la noche en la casa. Los velatorios, más bien que acompañamiento para compartir sinceramente el dolor de los dolientes, se convertían muchas veces en meros encuentros donde se hablaba de todo de una manera casi irreverente. Por la mañana, un momento muy emotivo era cuando traían el ataúd.-“ ¡Que traen la caja ¡”-comentaba alguien por lo bajo. Todos se alteraban y alguien de la familia emitía su enésimo llanto mientras se depositaba el cuerpo en el interior. Una costumbre muy curiosa y de por sí un acto de solidaridad era que, la comida para los dolientes del mediodía, la preparaban las vecinas que además se la servían con todo esmero.
Los primeros toques de las campanas, “doblando”, anunciaban que el Cura había salido de la iglesia camino de la casa del óbito. Efectivamente al poco rato llegaba acompañado de dos monaguillos. El féretro había sido colocado por dentro de la puerta y esperaban la llegada del Sacerdote. Una vez rezadas una oraciones pertinentes, éste, se colocaba al frente del cortejo fúnebre y se ponía rumbo al templo. De vez en cuando se hacían paradas para rezar un Responso. El número de paradas en la calle eran directamente proporcional al poder adquisitivo o la voluntad que tenía la familia pues el Cura cobraba por cada una que se hacía. Había entierros en que solo había una aunque estuviera muy lejos de la iglesia y en otros había varias. Este fue el caso del entierro de D. Juan Corraliza, “El Boticario”, que a pesar de vivir a diez metros del templo, se hicieron tres o cuatro paradas.
Dentro se rezaban las oraciones preceptivas y se despedía al difunto que, transportado por los acompañantes, lo trasladaban al cementerio donde recibía santa sepultura. Acto seguido todos regresaban a la casa y los familiares (hombres) se ponían en la puerta mientras todos los que había ido al entierro desfilaban ante ellos dándoles LA CABEZÁ. (pésame). Las dolientes lo recibía de las mujeres, dentro de casa.
Durante los nueve días siguientes al sepelio la casa del muerto se convertía, por las tardes, en un ir y venir de mujeres que iban “a rezar”. Se contrataba a una “Rezaora” y, cuando se juntaban unas cuantas rezaban un Rosario. Se iba esa tanda y venía otra, de tal manera, que no era raro que se rezara, por la salvación del alma del difunto, cuatro o cinco veces esta oración mariana cada tarde.”Rezaoras” famosas de Orellana fueron “La Tecla” y la tía “Bartolona”. Estas mujeres, junto con la tía Petra, “La Cachucha”, mujer veloz como el rayo en honor a la cual, cuando una persona andaba mucho, se decía “Andas más que “ El Correo La Cachucha” y abuela del forero Felix, se las llamaba también “Avisaoras” pues eran las que recorrían todo el pueblo, un año después, avisando a todo de que tal día se iba a decir el funeral del aniversario de fulano.
Antonio, esta costumbre es un poco lugubre, pero bueno hay que saber todas y cada una de ellas, felicidades y a la tia Petra se la llamaba "EL EXPRESO DE LA CACHUCHA", por lo que corria esa mujer. Un abrazo