LOS DIFUNTOS y IV (El luto)
Si el fallecimiento de un miembro de la familia era naturalmente una desgracia, ésta se acrecentaba enormemente con el LUTO. Era como un intento de prolongar el dolor por la pérdida del ser querido yendo contra la natural ” ley del olvido” que afortunadamente rige a los humanos y sin la cual sería imposible la vida. Constituía además el exponte del terrible “qué dirán” que reinaba en los pueblos, una manera de pedirse cuentas los vecinos unos a otros y a obligarse entre ellos-“ Si yo he llevado tantos años de luto por mi padre… que se prepare la no lo haga como yo”. Era uno de los últimos vestigios de la “España profunda” que afortunadamente ya se abandonaron.
Y he dicho anteriormente “… que se prepare LA que no lo haga como yo”, porque eran ellas, la mujeres, las que se llevaban la peor parte de este “pastel” y sobre todo si eran jóvenes. Los hombres apenas guardaban luto.
Por uno cualquiera de los padres que moría era preceptivo llevar tres o cuatro años de luto riguroso. Lo mismo por un hermano. Por un abuelo un año, por un tío seis ó siete meses. Si echamos cuentas de lo que la caía a una jovencita de quince años que se la murieran un padre, a continuación un abuelo seguido de un tío, a esa mujer se la cortaban las alas de su juventud, se la condenaba a estar “enterrada “ durante los años más hermosos de su vida. Pues esto era perfectamente posible porque cualquier casa de Orellana, si concurrían tales circunstancias, se convertía en otra “Casa de Bernarda Alba”.
El rigor del Luto se medía por las prendas de color negro que se ponía la mujer:
-Vestido negro con “manto” y medias, aún en el verano, era el máximo grado. (El “manto” era una gasa grande con el que se cubrían la cabeza y los hombros y lo recogían con los brazos)
- Un poco más leve la que llevaba “pañuelo” a la cabeza y “medio manto” sobre los hombros al estilo de un chal.
-Las más jóvenes llevaban, además del vestido negro, un velo en la cabeza.
Pero “tener luto” no solo en vestirse de negro sino que llevaba aparejado unos hábitos que constituían su parte más cruel. A saber:
En la casa que había luto no se podía poner la radio (en aquellos tiempos no había televisión), se retiraban todas las macetas de la casa, los pañitos de los pedestales y cualquier adorno doméstico. Ellas apenas podías salir de casa, “ ni a fregar” el umbral, ni a barrer la puerta. Solo les estaba “permitido” ir a la iglesia, al cementerio y poco más. No podían hacer dulces de ninguna clase pero sí comerlos por lo que, las amigas de la familia, en fechas como el Carnaval y la Semana Santa en los que en nuestro pueblo se hacen riquísimos dulces, se los llevaban a la familia enlutada:- ¡“Aquí os traigo unos buñuelos” ¡
¡Qué manera más horrible de martirizarse ¡¡Cuánto sufrimiento inútil ¡¡Cuántas ilusiones juveniles frustradas ¡¡Cuánta crueldad alimentada por la intransigencia ¡
Porque EL LUTO VERDADERO, el dolor auténtico por perder a un ser querido se lleva en el corazón.
Si el fallecimiento de un miembro de la familia era naturalmente una desgracia, ésta se acrecentaba enormemente con el LUTO. Era como un intento de prolongar el dolor por la pérdida del ser querido yendo contra la natural ” ley del olvido” que afortunadamente rige a los humanos y sin la cual sería imposible la vida. Constituía además el exponte del terrible “qué dirán” que reinaba en los pueblos, una manera de pedirse cuentas los vecinos unos a otros y a obligarse entre ellos-“ Si yo he llevado tantos años de luto por mi padre… que se prepare la no lo haga como yo”. Era uno de los últimos vestigios de la “España profunda” que afortunadamente ya se abandonaron.
Y he dicho anteriormente “… que se prepare LA que no lo haga como yo”, porque eran ellas, la mujeres, las que se llevaban la peor parte de este “pastel” y sobre todo si eran jóvenes. Los hombres apenas guardaban luto.
Por uno cualquiera de los padres que moría era preceptivo llevar tres o cuatro años de luto riguroso. Lo mismo por un hermano. Por un abuelo un año, por un tío seis ó siete meses. Si echamos cuentas de lo que la caía a una jovencita de quince años que se la murieran un padre, a continuación un abuelo seguido de un tío, a esa mujer se la cortaban las alas de su juventud, se la condenaba a estar “enterrada “ durante los años más hermosos de su vida. Pues esto era perfectamente posible porque cualquier casa de Orellana, si concurrían tales circunstancias, se convertía en otra “Casa de Bernarda Alba”.
El rigor del Luto se medía por las prendas de color negro que se ponía la mujer:
-Vestido negro con “manto” y medias, aún en el verano, era el máximo grado. (El “manto” era una gasa grande con el que se cubrían la cabeza y los hombros y lo recogían con los brazos)
- Un poco más leve la que llevaba “pañuelo” a la cabeza y “medio manto” sobre los hombros al estilo de un chal.
-Las más jóvenes llevaban, además del vestido negro, un velo en la cabeza.
Pero “tener luto” no solo en vestirse de negro sino que llevaba aparejado unos hábitos que constituían su parte más cruel. A saber:
En la casa que había luto no se podía poner la radio (en aquellos tiempos no había televisión), se retiraban todas las macetas de la casa, los pañitos de los pedestales y cualquier adorno doméstico. Ellas apenas podías salir de casa, “ ni a fregar” el umbral, ni a barrer la puerta. Solo les estaba “permitido” ir a la iglesia, al cementerio y poco más. No podían hacer dulces de ninguna clase pero sí comerlos por lo que, las amigas de la familia, en fechas como el Carnaval y la Semana Santa en los que en nuestro pueblo se hacen riquísimos dulces, se los llevaban a la familia enlutada:- ¡“Aquí os traigo unos buñuelos” ¡
¡Qué manera más horrible de martirizarse ¡¡Cuánto sufrimiento inútil ¡¡Cuántas ilusiones juveniles frustradas ¡¡Cuánta crueldad alimentada por la intransigencia ¡
Porque EL LUTO VERDADERO, el dolor auténtico por perder a un ser querido se lleva en el corazón.