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ORELLANA LA VIEJA: LA VESTIMENTA...

LA VESTIMENTA
-Te comprao una poco pana de “anca “ Risco y mañana vamos a di a Juaquin “El Sastre” pa que te jaga unos pantalones porque, los que tiene, los tienes ya tan viejos remendaos que se a caen a cachos”.
Esta propuesta era muy normal en la casa del agricultor. Él conservaba aún el traje de bodas para las fiestas importantes pero, para el campo, era la pana, bien lisa o de cordoncillo, la que se usaba para hacer los pantalones y las chaquetas. Con esto y unos “zapatos de hebilla” tenía para todo un año o más ya que, la vida de las prendas de vestir y calzar se prolongaba, a base de remiendos, zurcidos y composturas, hasta casi el infinito. Estos zapatos, duros donde los hubiera, los hacían a medida, los zapateros del pueblo con cuero de becerro, el piso de goma de las cubiertas de los coches y cosidos con cabos que ellos mismos hacía con hilo de cáñamo untado de cerote. Zapaterías famosas de aquella época fueron: la del tío Blas y sus hijos, la del tío Bartolo, la de Mónico, la de Pate, la del tío Aurelio, la de Juan María el de “La Madrileña” y la del tío Celedonio e hijos cuyo último exponente ha sido Zacarías desaparecido recientemente y la del tío “Corta”. Ya no quedan zapateros en el pueblo porque se compra todo hecho pero antes, todos los zapatos y sandalias, eran confeccionados y remendados a manos por estos maestros del cuero.
Con los vestidos de ellas pasaba poco más o menos. Se compraba la tela en los comercios de Risco, ”Jiguero” o “La Ascensión Arroba”, Fernando y Manuel Ramos y lo hacían las modistas que también había varias en el pueblo y muy buenas. Entre ellas caben destacar María Andrea Cabanillas y “Las Rastroyas” en cuyos talleres, además de hacer vestidos, enseñaban a las jóvenes corte y confección. Un caso digno de resaltar es el una modista que iba a las casas donde la llamaban para coser. Era la “Tía Francisquita”, mujer “larga” en el trabajo donde las hubiera y que tenía además la particularidad de apenas usar la cinta métrica para medir. Lo hacía “ a ojo” pues con los largos años de experiencia, había desarrollado un cálculo estimativo digno de admirar. Ella miraba a la cliente de arriba a abajo, cogía la tela, la hacía las dobleces que eran necesarias, la extendía sobre una mesa y empezaba a cortar, hilvanar, probar y “pasar a la máquina” y, en un momento, estaba casi hecho un vestido, sin necesidad alguna de patrones, que luego dejaba que remataran las mujeres de la casa que, como cualquiera que “se preciaran” del pueblo, todas sabían coser.
Las niñas llevaban siempre vestidos y los niños pantalones cortos hasta que eran adolescentes que estrenabas los primeros pantalones largos. Los domingos, en la Misa Mayor, era el lugar propicio para lucir los vestidos nuevos las mozas. Era además preceptivo usar un velo para entrar en la iglesia y en verano, aunque hiciera mucho calor, debían ponerse unos manguitos para cubrir los brazos porque estaba totalmente prohibido asistir a Misa con manga corta, ellas que no ellos aunque, a decir verdad, los hombres que asistían eran poquísimos en relación con las mujeres.” Con una Misa y un marrano, hay para un año” reza el dicho popular en nuestro pueblo.