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ORELLANA LA VIEJA: LOS MÍCALES II...

LOS MÍCALES II
En otras ocasiones se empleaban métodos más cruentos como eran los temibles “tiradores” (tirachinas) que hacían verdaderos estragos entre los más pequeños.
Recuerdo una siesta que estaba tan aficionado lanzando mis proyectiles pétreos hacia una “micalera”, que no me di cuenta que llegaba por detrás el tío Bonifacio, cabo que fue durante muchos años de los Municipales. Cogido por una oreja me condujo a mi casa e informó a mi padre del delito que, como era natural, me aplicó un castigo mucho más grande. Lo paradógico es que mi culpa no era el haber tirado “chinatos” a los “mícales”, sino por las quejas que habían dado en el Ayuntamiento los vecinos de la iglesia por la frecuencia con que caían estos “proyectiles” en sus corrales, con el consiguiente peligro que ello conllevaba.
Una vez en casa, el “MICA” era cuidado con todo esmero. Íbamos al matadero, donde los carniceros sacrificaban las reses, limpiaban las tripas y vísceras y hacían la morcilla “lustre” y les pedíamos cachos de tripas y callos para nuestros amigos los “micales” que, picados en trozo pequeños, lo devoraban con avidez. Otras veces cazábamos “langostos”, grillos u otros insectos que igualmente les servían de alimentación. En ocasiones eran ellos mismos, que deambulaban libres con las alas cortadas por las casas y corrales, los que nos sorprendían con la caza de algún que otro rantoncillo.
Pasado el verano, cuando todos los de su especie habían ya emprendido el largo viaje a tierras africanas, les entraba una especie de tristeza, les desaparecían las ganas de comer y morían. No tengo noticias de que ninguno aguantara los rigores del invierno estremeño.