CAMILO.
Camilo era pequeño y rechoncho. Una calva prominente, que a toda costa trataba de disimular echándose los pelos de al lado, coronaba su cabeza. Ojos ligeramente saltones, nariz pequeña, por eso sus gafas descansaban en la punta, labios gruesos, gran papada y una enorme verruga, casi transparente, no recuerdo en qué lado de la cara. Muchas veces se enfundaba una bata azul oscuro que le confería cierta autoridad como un uniforme.
Su verdadero nombre era Vicente pero todos les llamaban y conocían por Camilo que era el apodo que arrastraba de su familia. Su oficio fue zapatero, al que nunca renunció, pero su verdadera vocación era la de comerciante. Y es en esta faceta como puede considerársele un personaje de Orellana.
Había estado en Madrid durante mucho tiempo de donde se había traído, además de un motón de cosas para vender, a “Maxi” su compañera que estuvo con él toda la vida. En un principio se estableció en la calle Real, en el lugar donde Pepe Quintana puso más tarde la relojería. Después se trasladó a la Plaza de S. Sebastián (El Santo) donde adquirió una casa a la que colocó el pomposo nombre de EL RASTRO. Y es que, efectivamente, la casa de Camilo era la emulación en Orellana del gran mercado callejero de la capital de España. Allí había de todo y se encontraba solución para todo. Era como una mezcla de guarnicionería, ferretería, cacharrería, zapatería, bazar… Camilo lo mismo te vendía unas chinchetas que una botas de militar nuevas ó usadas; un pegamento, cinturón o macuto que unas tijeras, gomas para tiradores o medio de kilo de puntas.”- ¿Dónde encontraré esto que necesito? – Ves anca Camilo que ese tiene de to”. Llegabas a su casa y le decías que tenías tal o cual problema. Te miraba muy lentamente por encima de las gafas y se metía para dentro. Al poco rato te traía la solución y si no lo tenía te decía, con aquellas “palabritas de cuarterón” que apenas salían de su boca, como frenadas por el bigote, que esperaras que pronto lo traería y te despedía con su ¡”Adiooozz” ¡particular con el que reivindicaba su estancia en la capital del reino. Y es que, de vez en cuando, recebaba sus existencias con nuevos suministros procedentes de allí. Y si, efectivamente, tenía lo que habías ido a buscar te cobraba su precio y te daba la vuelta cogiéndola de una bacinilla que hacía la función de caja y que tenía encima de una mesa.
Camilo fue una verdadera institución en nuestro pueblo y a su casa, precursora de las grandes tiendas, tarde o temprano, todos íbamos a comprar algo raro alguna vez.
Camilo era pequeño y rechoncho. Una calva prominente, que a toda costa trataba de disimular echándose los pelos de al lado, coronaba su cabeza. Ojos ligeramente saltones, nariz pequeña, por eso sus gafas descansaban en la punta, labios gruesos, gran papada y una enorme verruga, casi transparente, no recuerdo en qué lado de la cara. Muchas veces se enfundaba una bata azul oscuro que le confería cierta autoridad como un uniforme.
Su verdadero nombre era Vicente pero todos les llamaban y conocían por Camilo que era el apodo que arrastraba de su familia. Su oficio fue zapatero, al que nunca renunció, pero su verdadera vocación era la de comerciante. Y es en esta faceta como puede considerársele un personaje de Orellana.
Había estado en Madrid durante mucho tiempo de donde se había traído, además de un motón de cosas para vender, a “Maxi” su compañera que estuvo con él toda la vida. En un principio se estableció en la calle Real, en el lugar donde Pepe Quintana puso más tarde la relojería. Después se trasladó a la Plaza de S. Sebastián (El Santo) donde adquirió una casa a la que colocó el pomposo nombre de EL RASTRO. Y es que, efectivamente, la casa de Camilo era la emulación en Orellana del gran mercado callejero de la capital de España. Allí había de todo y se encontraba solución para todo. Era como una mezcla de guarnicionería, ferretería, cacharrería, zapatería, bazar… Camilo lo mismo te vendía unas chinchetas que una botas de militar nuevas ó usadas; un pegamento, cinturón o macuto que unas tijeras, gomas para tiradores o medio de kilo de puntas.”- ¿Dónde encontraré esto que necesito? – Ves anca Camilo que ese tiene de to”. Llegabas a su casa y le decías que tenías tal o cual problema. Te miraba muy lentamente por encima de las gafas y se metía para dentro. Al poco rato te traía la solución y si no lo tenía te decía, con aquellas “palabritas de cuarterón” que apenas salían de su boca, como frenadas por el bigote, que esperaras que pronto lo traería y te despedía con su ¡”Adiooozz” ¡particular con el que reivindicaba su estancia en la capital del reino. Y es que, de vez en cuando, recebaba sus existencias con nuevos suministros procedentes de allí. Y si, efectivamente, tenía lo que habías ido a buscar te cobraba su precio y te daba la vuelta cogiéndola de una bacinilla que hacía la función de caja y que tenía encima de una mesa.
Camilo fue una verdadera institución en nuestro pueblo y a su casa, precursora de las grandes tiendas, tarde o temprano, todos íbamos a comprar algo raro alguna vez.
Antonio, este señor que hablas de él, es la unica persona en el mundo que le coji un miedo que no podia ni pasar por la Plaza, porque me temblaban hasta los dientes. Todo fue por un dia que fui con mi madre a su tienda para comprar algo que hacia falta en casa y recuerdo que tenia alli colgada una escavadora de plástico y se me antojo y me puse cabezota y ha llorar y llorar para que mi madre me lo comprara. Pues bien, Camilo se levanto y tal reprimenda me echo y son un tono de voz, que salí desde alli corriendo a mi casa sin esperar a mi madre ni nada. Nunca más volvi a verlo y como te cuento, no queria ni pasar por la plaza. Recuerdo mas reciente a su mujer Maxi, pues los ultimos años de vida de mi abuela, solia ir Maxi hasta mi casa ha charlar un ratito. Llevaba la señora una jauria de unos siete u ocho perros con ella.