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ORELLANA LA VIEJA: BASILISO...

BASILISO
La terrible viruela de principios del siglo XX, que es cuando nació, no solo le quedó marcada la cara con esos huellas características, también le quedó ciego para toda la vida. Parece que le estoy viendo menudo, bajito, con su gorra de visera y su garrota caminar, sin tropiezo alguno e identificando por la voz a cualquiera del pueblo que le saludaba, yendo desde la calle Buenavista, ¡Qué paradoja ¡, donde vivía, hasta la iglesia para hacer su trabajo.
Basiliso era el Sacristán de la Parroquia, el último Sacristán que tuvo Orellana.
Llegaba a la iglesia al alba, abría las puertas con aquellas enormes y relucientes llaves de hierro y tocaba el “esquilón” convocando a las habituales beatas para la Misa Primera. Cuando llegaba el Cura, él en la sacristía, le tenía preparadas todas las sagradas vestiduras, los corporales primorosamente doblados, el cáliz, la patena y las vinajeras en el altar. Ni un error, ni un tropezón, ni una duda al andar por la iglesia pues se la conocía como a su propio cuerpo.
Tocaba las campanas como nadie las ha hecho sonar en nuestro pueblo. La “Gorda “ y la “Nina” parecía que conocían a Basiliso cuando llegaba al campanario fatigado después de subir los ciento y mucho peldaños que necesitaba la torre para subir y asía las sogas que sujetaban sus badajos con sus habilísimas manos. Se paraba unos instantes, como concentrándose y recordando la clase de toque que iba a realizar y luego comenzaba su particular concierto. Parecían que lloraban si doblaban a muertos, que reían gozosas cuando acompañaban a las procesiones, que gozaban en los repiqueteos de Pascuas y que llamaban presurosas a los vecinos cuando tocaban “a fuego” demandándoles solidaridad. ¡Hasta era capaz de tocar una jota con las campanas ¡Era la envidia de los monaguillos y por todo, entre nosotros, tenía una más que contrastada autoridad.
Claro que más de una vez nos la lió. Recuerdo cuando, en una vinajera vieja, íbamos guardando las “escurriajas” del vino de consagrar para que, cuando juntásemos lo suficiente, bebérnoslo entre todos. Nuestra sorpresa fue mayúscula una mañana al sorprenderle bebiéndoselo. No pudimos decir nada porque todo estaba hecho a espaldas de D. Ramón, el Cura y de ninguna manera nos interesaba que se descubriera tal confabulación
Acompañaba al Sacerdote, como correspondía a sus competencias de Sacristán, en los oficios religiosos y se sabía de memoria, en un latín macarrónico muy adulterado por los años de uso, todos los cánticos, oraciones y respuestas que debía dar. Lo decía de rutina, por supuesto sin conocer su significado, pero entre D. Ramón y él formaban un dúo muy particular que rivalizaban en desentonar. Sobre todo el Cura, pues cantaba tan mal que, entre los monaguillos se granjeó el sobrenombre “El Jilguero de la Paroquia”.
Había dos periodos en el año en que Basiliso cobraba el mayor protagonismo entre los muchachos. Uno era unos días antes de la feria de Agosto. Todas las tardes, con su tambor colgado al hombro, recorría las calles del pueblo anunciando la proximidad de las fiestas, seguido de una legión de chiquillos, tocándolo admirablemente. Cuando llegaba a la confluencia de dos calles, en las cuatro esquinas, redoblaba su toque e incluso nos concedía el gran favor de dejárnoslo tocar si se lo pedíamos. El otro era en Semana Santa sobre todo el Jueves y el Viernes Santos. Estos días, pródigos en Oficios religiosos, no podían usarse las campanas para anunciarlos “… por estar muerto el Señor” y en su lagar se usaba “la matraca” que era una tabla con una especie de argollas de hierros móviles y un asa y que hacía un ruido característico cuando la movían con la mano. Recorría las calles más estratégicas y cuando lo oían, los vecinos, se transmitían unos a otros el mensaje de tan singular instrumento “-…Fulana, prepárate que ya suena la matraca”.
Respuestas ya existentes para el anterior mensaje:
Muy apreciado amigo Sanchez: mi felicitación por la estupenda narración, me ha hecho recordar mis tiempos de monaguillo que fueron cinco años de los que guardo unos entrañables recuerdos, son unos años posteriores a los que tu citas pero con situaciones parecidas, cuando tocabamos la matraca en lugar de las campanas seguro muchos jóvenes ni tan siquiera han llegado a ver el artilugio en cuestión, el rito de robar el vino al cura para bebernoslo entre todos, el toque de la nina y la gorda alternandose ... (ver texto completo)