TRAVESURAS I
La verdad es que hablar de niños o adolescentes, de la época que sea, y no hablar de las travesuras que hacían es señal de una infancia incompleta, anormal yo diría que hasta un poco enferma… Porque travesura es igual a niños. Los recuerdos que todos tenemos de nuestra infancia están ligados ineludiblemente a las “jechurías” que hicimos durante este periodo mágico de nuestras vidas. En la Orellana de aquella época había muchos niños así que también hacíamos muchas travesuras con algunas de las cuales poníamos en serio peligro nuestra integridad física incluso, me atrevería a decir que nuestras vidas como se comprobará con la descripción de algunas que haremos a continuación.
LOS CACHARROS.
En los anocheceres del invierno, cuando habíamos terminado de jugar y las calles de Orellana estaban en la semipenumbra por las debilidad de las bombillas del alumbrado público, las “partías” de muchachos reunidos en las esquinas bromeaban, se contaban chistes o se atribuían novias imaginarias entre las “mozalingonas” del pueblo. Así pasábamos el tiempo hasta que alguien decía: –“ ¡Vamos a tirar cacharros ¡”. Y todos aceptaban de buen grado. Pero ¿En qué consistía esto de “tirar cacharros”?. Pues … en lo siguiente. De una vez para otra se tenía escondidos en algún lugar pucheros viejos, porrones y barriles medio rotos, cacerolas etc. etc. Estos recipientes se les llenaba de las guarrerías más variadas, desde barro de las calles, que había mucho, hasta de huesos de aceitunas, cagajones de las bestias o cáscaras de frutas. Valía cualquier cosa con la condición de que ensuciara. Con uno lleno de estos productos, los mayores, que eran los que más corrían y de esa forma también reafirmaban sus liderazgos ante los más pequeños, se acercaban a una casa, que como siempre tenían el postigo abierto; llamaban con dos o tres golpes del llamador de hierro aquel que tenía forma de mano cogiendo una bola; los de dentro respondían – ¿“Quién”?. El travieso muchacho preguntaba a su vez -“ ¿Se puede?”- los de la casa respondían: -“ ¡Adelante ¡”.-“Pues el cacharro por delante” ¡, gritaba el chaval, a la vez que tiraba el recipiente en medio de casa, que como es natural se rompía y derramaba todo su contenido en el pasillo que tan cuidadosamente había limpiado la mujer. En estos momentos emprendíamos una veloz carrera y nos ocultábamos en las oscuras callejas y callejones más próximos al escenario del “delito” para observar y regocijarnos de la reacción que tenían los dueños de las casas que, como es natural, no les sentaba nada bien y las más de la veces lo ponían de manifiesto acordándose de nuestras madres que, por otra parte, nada habían tenido que ver en el percance. Más de una vez el dueño, que al grito y ruido que hacía el “cacharro” salía corriendo imaginándose lo que había ocurrido, se dio algún “chocazo” al resbalarse con los huesos de aceituna o con el barro.
En fin, “Los Cacharros”… cosas de la infancia.
La verdad es que hablar de niños o adolescentes, de la época que sea, y no hablar de las travesuras que hacían es señal de una infancia incompleta, anormal yo diría que hasta un poco enferma… Porque travesura es igual a niños. Los recuerdos que todos tenemos de nuestra infancia están ligados ineludiblemente a las “jechurías” que hicimos durante este periodo mágico de nuestras vidas. En la Orellana de aquella época había muchos niños así que también hacíamos muchas travesuras con algunas de las cuales poníamos en serio peligro nuestra integridad física incluso, me atrevería a decir que nuestras vidas como se comprobará con la descripción de algunas que haremos a continuación.
LOS CACHARROS.
En los anocheceres del invierno, cuando habíamos terminado de jugar y las calles de Orellana estaban en la semipenumbra por las debilidad de las bombillas del alumbrado público, las “partías” de muchachos reunidos en las esquinas bromeaban, se contaban chistes o se atribuían novias imaginarias entre las “mozalingonas” del pueblo. Así pasábamos el tiempo hasta que alguien decía: –“ ¡Vamos a tirar cacharros ¡”. Y todos aceptaban de buen grado. Pero ¿En qué consistía esto de “tirar cacharros”?. Pues … en lo siguiente. De una vez para otra se tenía escondidos en algún lugar pucheros viejos, porrones y barriles medio rotos, cacerolas etc. etc. Estos recipientes se les llenaba de las guarrerías más variadas, desde barro de las calles, que había mucho, hasta de huesos de aceitunas, cagajones de las bestias o cáscaras de frutas. Valía cualquier cosa con la condición de que ensuciara. Con uno lleno de estos productos, los mayores, que eran los que más corrían y de esa forma también reafirmaban sus liderazgos ante los más pequeños, se acercaban a una casa, que como siempre tenían el postigo abierto; llamaban con dos o tres golpes del llamador de hierro aquel que tenía forma de mano cogiendo una bola; los de dentro respondían – ¿“Quién”?. El travieso muchacho preguntaba a su vez -“ ¿Se puede?”- los de la casa respondían: -“ ¡Adelante ¡”.-“Pues el cacharro por delante” ¡, gritaba el chaval, a la vez que tiraba el recipiente en medio de casa, que como es natural se rompía y derramaba todo su contenido en el pasillo que tan cuidadosamente había limpiado la mujer. En estos momentos emprendíamos una veloz carrera y nos ocultábamos en las oscuras callejas y callejones más próximos al escenario del “delito” para observar y regocijarnos de la reacción que tenían los dueños de las casas que, como es natural, no les sentaba nada bien y las más de la veces lo ponían de manifiesto acordándose de nuestras madres que, por otra parte, nada habían tenido que ver en el percance. Más de una vez el dueño, que al grito y ruido que hacía el “cacharro” salía corriendo imaginándose lo que había ocurrido, se dio algún “chocazo” al resbalarse con los huesos de aceituna o con el barro.
En fin, “Los Cacharros”… cosas de la infancia.