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ORELLANA LA VIEJA: TRAVESURAS III...

TRAVESURAS III
A BAÑO

Los jóvenes de Orellana han tenido siempre a gala de no haber ninguno que no supiera nadar. (Bueno no; yo doy fe que mi queridísimo amigo Juan Manuel Muñiz Fajardo q. e. p. d., no aprendió nunca porque tenía fobia a los baños; siempre nos acompañó en nuestras correrías pero se quedaba en la orilla y jamás se bañó). Y es verdad; nosotros hemos estado siempre muy ligados al padre Guadiana por la proximidad y, propiciado por esa circunstancia, desde pequeños, aprendíamos a movernos en el agua como peces. Eso no es malo; lo peor era cómo aprendíamos a nadar. Porque si cierto es que, cuando terminaban de eras nuestros padres, nos llevaban a darnos unos baños, también lo es que esto no era suficiente para la pericia que llegábamos a alcanzar. ¿Y qué hacíamos para conseguir tal destreza?. Pues escaparnos de casa e irnos a bañar los amigos sin el permiso de nuestros progenitores.
Cuando el sol achicharra Orellana y lo que apetece es estar echando la siesta o a la sombra, nosotros salíamos de casa mientras nuestros padres dormían y nos juntábamos en el sitio acordado previamente. Salíamos corriendo y recorríamos los tres kilómetros y pico que nos separaban del “Pocique de la Bernagaleja” o “La Barca” y, sofocados, nos dábamos buenos chapuzones. No podían ser muy dilatados porque teníamos poco tiempo. Regresábamos corriendo otra vez y nos metíamos en casa donde nuestros padres y familiares seguían aún durmiendo la siesta. Claro que más de una vez mi madre, al levantarse, fijándose en la sofoquina que traía- “ ¿Dónde has estao que vienes colorao como el polvillo”? comenzaba a sospechar algo. Luego me pasaba la uña por los brazos y pierna, y si quedaba señalada una raya blanca era señal evidente que había estado “a baño”. Después se lo cantaba a las madres de mis amigos, como era natural, para evitar que nos pasara algo. Pero aunque el castigo era severo, empujados por una fuerza misteriosa e irresistible, nosotros volvíamos una y otra vez a bañarnos en las aguas de nuestro río, y de esta manera no teníamos más remedio que aprender bien a nadar.
En fin…. LOS BAÑOS…. ¡No veíamos el peligro ¡