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ORELLANA LA VIEJA: Pero mira que éramos malos, malos, malísimos, si esto...

TRAVESURAS IV.
LLAMAR A LAS CASAS.

Ya hemos indicado repetidamente que las calles de Orellana, en aquellos tiempos estaban muy deficientemente iluminadas. Esta circunstancia era un caldo de cultivo extraordinario para que nuestras travesuras se desarrollaran plenamente y evitaba que fuéramos pillados por las víctimas, como en el caso de “Llamar a las puertas” que consistía en lo siguiente:
Escogíamos una casa cuya puerta tuviera dos llamadores. En el de la hoja de la puerta que normalmente no se abría atábamos un hilo de nilón, de lo de pescar, muy largo. Nos escondíamos en otras puertas o ventanas que estuvieran a oscuras y empezaba la función. Uno cogía el otro extremo del hilo y tiraba de él de tal manera que sonara el llamador como si fuera una persona que deseaba entrar en la casa. Al poco rato venía el dueño y se asomaba. De que veía que no había nadie, se metía otra vez en casa. Enseguida volvía a sonar el llamador una y otra vez. El dueño volvía de nuevo a la calle harto de decir, desde dentro ¡Adelante ¡. Un poco mosqueado miraba a un lado y a otro sin ver a nadie porque contábamos con la ventaja que él venía de la casa que estaba iluminada y toda la escena se desarrollaba en la penumbra de la calle. Y así se repetía una y otra vez. Claro que muchas veces nos descubrían a la primera o segunda salida porque siempre había alguno que, no pudiendo aguantar la risa, denunciaba nuestra presencia y teníamos que salir, “pies pa qué os quiero”, para no ser alcanzados por dueño de la casa.

“EL TROMPEZÓN “
Otras veces el mismo hilo de nilón nos valía para las gante que pasaba por un sitio especialmente oscuro, diera un traspiés; porque se ataba un extremo del hilo en la parte de debajo de la reja de una ventana y el otro lo atábamos a otra reja de la acera de enfrente. El hilo, que por lo fino y la poca luz no se veía, debía quedar a unos diez centímetros del suelo. Y nosotros, escondidos un poco alejados observando: -“ ¡Que viene uno, que viene uno ¡” y ya os podéis imaginar.
LA DUCHA
En otras ocasiones atábamos un calambuco lleno de agua a un hilo negro y fuerte. Lo poníamos en una ventana y el otro extremo del hilo lo atábamos en una piedra al suelo. Cuando pasaba alguien, se llevaba el hilo por delante y la ducha de agua era segura. Lo peor era que muchas veces, además del agua, le caía en la cabeza el calambuco. Pero, vamos, nunca llegaba la sangre al río.

En fin “Llamar a las puertas”, “El trompezón” y “La ducha”… cosas de los niños, y no tan niños, de aquellos años.

Pero mira que éramos malos, malos, malísimos, si esto lo hiciéramos en los tiempos que corren hoy día, llegan los asistentes sociales y nos meten en un reformatorio y a nuestros padres en la cárcel, desde luego la gente era mucho mas sana antes que ahora, pero la vida cambia y la gente con ella ¿para mejor? ¿Para peor? Cualquiera sabe…

Yo también he hecho mi travesurillas y eso que las niñas éramos mas tranquilas que lo niños.
Una de las travesuras que hicimos una noche y que a nosotros nos hizo mucha gracia fue, la de llenar las ventanas de toda una calle con cagajones de burro jejeje “no digo el nombre de la calle no vaya a ser que alguna de las señoras lea esto y me eche la bronca que no me hecho entonces” jejeje.
Como antes había cagajones de burro por todas partes, llenamos una bolsa y fuimos a dicha calle, levantábamos las persianas, que antes eran de esas de cuerda que se enroscan y colocábamos varios cagajones entre la ventana y la persiana, para cuando a la mañana siguiente llegase la señora de la casa a ventilar las habitaciones se encontrase con dicha sorpresa, en algunas casas no había ventanas abiertas en la pared, pues en estas lo que hacíamos era abrir el postigo muy sigilosamente y tirabamos los cagajones al pasillo, en una de estas que hicimos un poquitín de ruido, salimos corriendo y yo para mi mala suerte me tropecé y unas de las muchas postillas que tenia en las rodillas se me arranco y estuve sangrando un buen rato.
Mi madre me decía siempre que era lo que hacia por ahí para tener siempre las rodillas llenas de postillas, me llamaba “burro zancajoso”.
Pero para los niños de entonces las postillas rojitas por la micromina eran medallas de sus muchas aventuras.
Otra de nuestras muchas travesuras era la de saltar a los “tinaos” para coger ciruelas verdes, aquí mas de una vez los dueños iban con el cuento a nuestros padres, no por que quitásemos las ciruelas, si no por el dolor de barrigas que podíamos pillar con las ciruelas verdes, pero entonces no nos pasaba nada, éramos muy duros.

Aahhh aquellos maravillosos años……