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ORELLANA LA VIEJA: TRAVESURAS VI...

TRAVESURAS VI

ENTRAR A ROBAR EN LOS HUERTOS.

Los huertos siempre han sido objeto de todas las travesuras de los críos; sobre todos los que estaban cerca del pueblo.
Mi padre tenía una huerta cerca del la plazuela del pilar donde bebían las bestias y en todas las épocas ha sido asaltada por bandas de rapazuelos que, la verdad sea dicha, destrozaban más de lo que se llevaban. En épocas de azufaifas y ciruelas, mi padre las vendía a la gente menuda y, sobre todo los domingos, no dejaban de visitarla para gastarse unas perrillas en esas frutas. Así que también en ese tiempo era cuando más entraban, saltando las paredes que eran bastante altas, para hacer “ la lobá”.
Hubo un tiempo en que los asaltos eran muy continuados y mi padre les había visto varias veces, pero salían corriendo y no los cogía; hasta que una siesta se quedó debajo de una higuera oculto por las hojas y esperó. Al poco tiempo, los mismos de todos los días, saltaron la pared y se disponían a darse el gran atracón de brevas. En esta ocasión se vieron sorprendidos y mi padre pudo echar mano a dos de ellos y, según tenía pensado, los ató con una soga al troco de la higuera y allí los tuvo hasta que avisó a sus padres que vinieron por ellos y recibieron, por parte de sus progenitores varios cachetes en el culo. Aquel escarmiento surtió efecto y, por un tiempo, nos dejaron tranquilos.
En otra ocasión fuimos mis amigos y yo los protagonistas de asalto. Todos los veranos venía de Sevilla una niña a pasar las vacaciones a Orellana. Dos amigos y yo estábamos enamoraditos de ella y rivalizábamos en hacer tonterías para llamar su atención. Estábamos jugando un día por el “Cerrillo el Fraile” y vimos en un huerto que tenía el Tío Juan “El Colmero”, un ciruelo con el fruto muy apetitoso. Como alguien dijo que las iba a coger para llevárselas a “La Sevillana”, pues ninguno se echó para atrás y saltamos la tapia. Lo peor es que, cegados por los deseos de agradar a nuestra amada con esas hermosas ciruelas, no nos dimos cuenta que el tío Juan estaba allí también cavando sus hortalizas. Cuando advirtió nuestra presencia y nuestras aviesas intenciones, salió corriendo detrás de nosotros enarbolando el “azaón” y dando voces. Naturalmente saltamos la pared a toda prisa saliendo malparados del trance, pues yo me rompí los pantalones y mi amigo Manolo, “El Culancho”, se “rejoyó “ el culo al refregarse en la tapia. No habíamos cogido ni una sola ciruela y yo me vi negro para convencer a mi madre que los pantalones me los había roto jugando.

En fin…ENTRAR EN LOS HUERTOS… ¡Teníamos unas ocurrencias ¡