EL PALAZUELO Y “EL LEJÍO ACERA” II
Al cabo del año pasaban largas temporadas en “El Lejío” y “El Palazuelo” sobre todo en la sementera, la barbechera y el verano donde se realizaban la siega, la era y el cultivo de los excelentes melones, que tanta fama han dado a Orellana y para lo que estas tierras eran especialmente aptas.
Cuando un labrador comenzaba alguna de estas “viajatas”, salía de Orellana con las alforjas llenas de viandas de todas clases, sobre todo las procedentes de la matanza. Bien se había cuidado la mujer de echarle los mejores embutidos, pan abundante así como algo de arroz, patatas y bacalao - “… por si por la noche tienes tiempo de arreglar algo caliente”. Por la mañana, de madrugada siempre, hacía las migas en la lumbre, echaba un pienso a las bestias y se dirigía al corte. Las jornadas eran de sol a sol trabajando en una u otra faena. Cuando regresaban a la casa solían reunirse con otros labradores en torno a la lumbre, sentados en banquetas de tres patas o sillas rudimentarias, o “al fresco, en los umbrales de las puertas si era verano, para charlar de sus asuntos. Siempre reinaba buena camaradería entre ellos. En ambas fincas una de las casas estaba reservada para el guarda donde vivía con sus hijos y su mujer, la guardesa. Ambas figuras desempeñaban un papel muy importante para los labradores. Mientras el marido guardaba los campos, la guardesa se constituía en muchas ocasiones en proveedora de huevos y leche de las gallinas y cabras que criaba. ¡Cuantas veces se veía a Vicenta, mujer de Sabas el guarda del “Lejío”, atender a siete u ocho pucheros que se cocían en su lumbre y que eran de otros tantos labradores que estaban trabajando ¡
Con frecuencia estaban hasta quince días si regresar al pueblo y si lo hacían era para reponer las provisiones y mudarse de ropa. ¡Qué vida más dura Dios mío ¡¡Todavía tengo en la memoria la frase que mi padre me dirigía cuando pasaba con él mis vacaciones ayudándole en las duras tareas: “-Esto es lo que hay aquí, hijo mío”. La verdad es que aquellos tiempos que pasaba con él en “El Lejío” y en “El Palazuelo” y aquella frase surtían el efecto deseado que no era otro sino que cogiera los libros con todo las ganas del mundo para aprobar el curso. Y lo mal que lo pasaba los primeros días de trabajo en que mis manos de estudiante se llenaban de dolorosas ampollas al contacto con las herramientas y aperos de trabajo.-“Méate en ellas, verás cómo se curan”-recetaba mi padre. ¡Qué cosas tenía mi padre ¡Lo que no se me puede olvidar es aquel olor tan característico de aquellas casas, mezcla de estiércol, heno y sudor. Pero ¡Qué ricas estaban las comidas que preparaban en aquella sartén que se usaba para todo y por todos ¡¡Y con qué gusto se cogía aquel camastro o aquella “jalda” llena de paja por las noches ¡.
Ya los tiempos han cambiado. Las casas, que en otro tiempo albergaron tanta vida, esperanzas, ilusiones y desvelos, se encuentran hoy en ruinas. Algunas permanecen como verdaderos espectros del esplendor de antaño y ya no se queda nadie en ellas. En los oteros no se perfilan las figuras sublimes de los gañanes con sus yuntas que arañaban la tierra con el arado lanzando al cielo sus cantares y al suelo la semilla promesa de abundancia. Ya no hay nadie que pase las tórridas siestas debajo de una encina o resguardando la cabeza a la sombra de la albarda ni las noches del verano “ a prao” con las bestias “maldumierdo” en los surcos con un poco de rastrojo como colchón y comido por los mosquitos. Los nietos y biznietos de aquellos labradores disponen de extraordinarios y potentes tractores y maquinaria agrícola con calefacción y aire acondicionado para realizar las tareas agrícolas. Van, están unas horas trabajando, muchas veces sin ensuciarse tan siquiera los zapatos, y regresan a casa todos los días. Es el progreso.
¡Si los viejos levantaran la cabeza ¡
Al cabo del año pasaban largas temporadas en “El Lejío” y “El Palazuelo” sobre todo en la sementera, la barbechera y el verano donde se realizaban la siega, la era y el cultivo de los excelentes melones, que tanta fama han dado a Orellana y para lo que estas tierras eran especialmente aptas.
Cuando un labrador comenzaba alguna de estas “viajatas”, salía de Orellana con las alforjas llenas de viandas de todas clases, sobre todo las procedentes de la matanza. Bien se había cuidado la mujer de echarle los mejores embutidos, pan abundante así como algo de arroz, patatas y bacalao - “… por si por la noche tienes tiempo de arreglar algo caliente”. Por la mañana, de madrugada siempre, hacía las migas en la lumbre, echaba un pienso a las bestias y se dirigía al corte. Las jornadas eran de sol a sol trabajando en una u otra faena. Cuando regresaban a la casa solían reunirse con otros labradores en torno a la lumbre, sentados en banquetas de tres patas o sillas rudimentarias, o “al fresco, en los umbrales de las puertas si era verano, para charlar de sus asuntos. Siempre reinaba buena camaradería entre ellos. En ambas fincas una de las casas estaba reservada para el guarda donde vivía con sus hijos y su mujer, la guardesa. Ambas figuras desempeñaban un papel muy importante para los labradores. Mientras el marido guardaba los campos, la guardesa se constituía en muchas ocasiones en proveedora de huevos y leche de las gallinas y cabras que criaba. ¡Cuantas veces se veía a Vicenta, mujer de Sabas el guarda del “Lejío”, atender a siete u ocho pucheros que se cocían en su lumbre y que eran de otros tantos labradores que estaban trabajando ¡
Con frecuencia estaban hasta quince días si regresar al pueblo y si lo hacían era para reponer las provisiones y mudarse de ropa. ¡Qué vida más dura Dios mío ¡¡Todavía tengo en la memoria la frase que mi padre me dirigía cuando pasaba con él mis vacaciones ayudándole en las duras tareas: “-Esto es lo que hay aquí, hijo mío”. La verdad es que aquellos tiempos que pasaba con él en “El Lejío” y en “El Palazuelo” y aquella frase surtían el efecto deseado que no era otro sino que cogiera los libros con todo las ganas del mundo para aprobar el curso. Y lo mal que lo pasaba los primeros días de trabajo en que mis manos de estudiante se llenaban de dolorosas ampollas al contacto con las herramientas y aperos de trabajo.-“Méate en ellas, verás cómo se curan”-recetaba mi padre. ¡Qué cosas tenía mi padre ¡Lo que no se me puede olvidar es aquel olor tan característico de aquellas casas, mezcla de estiércol, heno y sudor. Pero ¡Qué ricas estaban las comidas que preparaban en aquella sartén que se usaba para todo y por todos ¡¡Y con qué gusto se cogía aquel camastro o aquella “jalda” llena de paja por las noches ¡.
Ya los tiempos han cambiado. Las casas, que en otro tiempo albergaron tanta vida, esperanzas, ilusiones y desvelos, se encuentran hoy en ruinas. Algunas permanecen como verdaderos espectros del esplendor de antaño y ya no se queda nadie en ellas. En los oteros no se perfilan las figuras sublimes de los gañanes con sus yuntas que arañaban la tierra con el arado lanzando al cielo sus cantares y al suelo la semilla promesa de abundancia. Ya no hay nadie que pase las tórridas siestas debajo de una encina o resguardando la cabeza a la sombra de la albarda ni las noches del verano “ a prao” con las bestias “maldumierdo” en los surcos con un poco de rastrojo como colchón y comido por los mosquitos. Los nietos y biznietos de aquellos labradores disponen de extraordinarios y potentes tractores y maquinaria agrícola con calefacción y aire acondicionado para realizar las tareas agrícolas. Van, están unas horas trabajando, muchas veces sin ensuciarse tan siquiera los zapatos, y regresan a casa todos los días. Es el progreso.
¡Si los viejos levantaran la cabeza ¡
Ole, ole y ole! me rindo a tus pies maestro, qué maravilla de relato. Si te tuviera al lado te "pegaba" un beso! En serio, precioso, tengo los bellos como escarpias. Un abrazo.
¡Hay que ver cómo eres, Juana ¡. Ten en cuenta que casi todo lo que escribo fueron vivencias que las guardo muy adentro. Y, al salir, algunos captáis la importancia que tienen para mí. Por otra parte nunca serán lo suficientemente homenajeados aquellos antapasados nuestros que pusieron los cimientos para que nosotros estemos como estamos. Ante la imposibilidad de la presencia física te mando un beso virtual.
Abel muchas gracias por acceder a mi petición. Esteban tenía que estar, por méritos propios, en nustra gaalería. Publicala aquí y Miguel la recogerá..
Abel muchas gracias por acceder a mi petición. Esteban tenía que estar, por méritos propios, en nustra gaalería. Publicala aquí y Miguel la recogerá..
Recibido.