LOS SERRANOS
“Ya se van los pastores
A la Extremadura
Ya se queda la sierra
Triste y oscura”
Casi pasado el otoño, en nuestro pueblo, ocurría un suceso singular que se repetía todos los años: nos visitaban grandes rebaños de ovejas. Eran los serranos, pastores trashumantes procedentes de los Montes de León y del Sistema Central que, tras atravesar a pie las enormes planicies castellanas y provincia de Cáceres por las cañadas, cordeles y veredas, arribaban a Orellana por esta época. Huían de las rigurosas condiciones meteorológicas invernales del norte y buscaban para sus ganados los pastos y tibios inviernos de nuestra tierra. Después, bien mediada la primavera, cogían el camino de retorno con la promesa de los prados repletos de hierba verde de los veranos de la montaña.
Paraban, por los general, en las inmediaciones del Palacio quizás desde el tiempo en que La Mesta se hacía respetar por su enorme poder en España. Supongo que también lo harían por estrategia. El ganado, casi agotado por las largas caminatas, descansaba y al día siguiente solo tenían que descender hacia el Guadiana, que atravesaban en la barca, para después establecer sus majadas en La Serena.
Para los muchachos era un verdadero acontecimiento. Nos causaba una enorme admiración ver tantas ovejas, los enormes mastines que lucían tremendas “carranclas” (carlancas) para defenderse de los posibles ataques de los depredadores y los mismos serranos, hombres duros capaces de recorrer cientos de kilómetros andando conduciendo a sus ganados en busca de mejores condiciones. Recuerdos imborrables que acuden a mi memoria eran el olor característico a lana, sebo y “cagalutas” que desprendían las merinas y lo correctamente que hablaban los pastores a pesar de su rudeza, como buenos castellanos y leoneses que eran. Venían también acompañados de burros y caballos, algunos provistos de cencerros, que transportaban el avituallamiento necesario para tan largas jornadas de camino y su posterior estancia invernal. Durante su estancia en los llanos de La Serena, visitaban el pueblo para abastecerse de pan, aceite y otros alimentos y me resulta lógico pensar que, más de un domingo o fiestas de guardar, los mozos se escaparan para acudir al reclamo de los bailes y naturalmente las mozas de nuestro pueblo. Entre los apodos de Orellana están “Los Serranos”, que todos conocemos, y su origen no fue otro, según me confirman sus descendientes, que el matrimonio de uno de estos pastores, Antonio Álvaro Benítez, con una moza del pueblo llamada Gregoria Sánchez Rodríguez. Parece ser que ésta estaba barriendo la puerta cuando Antonio, procedente de Prádena de la Sierra, provincia de Segovia, pasó por allí con su rebaño. Quedó prendado de ella y siguiendo el proceso normal de un noviazgo, terminaron casándose y teniendo cinco hijos.
En otras ocasiones eran rebaños de vacas las que llegaban y en este caso las encerraban en “El Corral Concejo” que estaba en la Calle Espronceda y en cuyo solar se construyó lo que es hoy la Agencia de Extensión Agraria. A este corral también llevaban las bestias que se extraviaban. El que se las encontraba lo comunicaba en el Ayuntamiento y el tío “Úsares”, pregonero del pueblo, lo publicaba por las esquinas:
“Por orden, del Sr. Alcalde, se hace saber que en “El Corral Concejo”, hay recogido un burro negro, que se lo han encontrado en…. la charca de “La Pizarra”, por ejemplo.
“Ya se van los pastores
A la Extremadura
Ya se queda la sierra
Triste y oscura”
Casi pasado el otoño, en nuestro pueblo, ocurría un suceso singular que se repetía todos los años: nos visitaban grandes rebaños de ovejas. Eran los serranos, pastores trashumantes procedentes de los Montes de León y del Sistema Central que, tras atravesar a pie las enormes planicies castellanas y provincia de Cáceres por las cañadas, cordeles y veredas, arribaban a Orellana por esta época. Huían de las rigurosas condiciones meteorológicas invernales del norte y buscaban para sus ganados los pastos y tibios inviernos de nuestra tierra. Después, bien mediada la primavera, cogían el camino de retorno con la promesa de los prados repletos de hierba verde de los veranos de la montaña.
Paraban, por los general, en las inmediaciones del Palacio quizás desde el tiempo en que La Mesta se hacía respetar por su enorme poder en España. Supongo que también lo harían por estrategia. El ganado, casi agotado por las largas caminatas, descansaba y al día siguiente solo tenían que descender hacia el Guadiana, que atravesaban en la barca, para después establecer sus majadas en La Serena.
Para los muchachos era un verdadero acontecimiento. Nos causaba una enorme admiración ver tantas ovejas, los enormes mastines que lucían tremendas “carranclas” (carlancas) para defenderse de los posibles ataques de los depredadores y los mismos serranos, hombres duros capaces de recorrer cientos de kilómetros andando conduciendo a sus ganados en busca de mejores condiciones. Recuerdos imborrables que acuden a mi memoria eran el olor característico a lana, sebo y “cagalutas” que desprendían las merinas y lo correctamente que hablaban los pastores a pesar de su rudeza, como buenos castellanos y leoneses que eran. Venían también acompañados de burros y caballos, algunos provistos de cencerros, que transportaban el avituallamiento necesario para tan largas jornadas de camino y su posterior estancia invernal. Durante su estancia en los llanos de La Serena, visitaban el pueblo para abastecerse de pan, aceite y otros alimentos y me resulta lógico pensar que, más de un domingo o fiestas de guardar, los mozos se escaparan para acudir al reclamo de los bailes y naturalmente las mozas de nuestro pueblo. Entre los apodos de Orellana están “Los Serranos”, que todos conocemos, y su origen no fue otro, según me confirman sus descendientes, que el matrimonio de uno de estos pastores, Antonio Álvaro Benítez, con una moza del pueblo llamada Gregoria Sánchez Rodríguez. Parece ser que ésta estaba barriendo la puerta cuando Antonio, procedente de Prádena de la Sierra, provincia de Segovia, pasó por allí con su rebaño. Quedó prendado de ella y siguiendo el proceso normal de un noviazgo, terminaron casándose y teniendo cinco hijos.
En otras ocasiones eran rebaños de vacas las que llegaban y en este caso las encerraban en “El Corral Concejo” que estaba en la Calle Espronceda y en cuyo solar se construyó lo que es hoy la Agencia de Extensión Agraria. A este corral también llevaban las bestias que se extraviaban. El que se las encontraba lo comunicaba en el Ayuntamiento y el tío “Úsares”, pregonero del pueblo, lo publicaba por las esquinas:
“Por orden, del Sr. Alcalde, se hace saber que en “El Corral Concejo”, hay recogido un burro negro, que se lo han encontrado en…. la charca de “La Pizarra”, por ejemplo.