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ORELLANA LA VIEJA: EL TELAR...

EL TELAR

Si laborioso era el hilado y bobinado de lino y lana, no lo era
menos el fin al que estaban predestinados: el ser tejidos.
El instrumento de trabajo llamado telar se componía de unos largos maderos desbastados pacientemente con “l´azuela “ (azuela); estos palos formaban un armatoste en forma cuadrada con una altura de un metro y medio aproximadamente lo justo para que una mujer de mediana altura pudiera trabajar holgadamente. En la traviesa más cercana se enrollaba la tela que iba quedando terminada (a esto se le llamaba el plegado); esta traviesa tenía una rueda dentada que impedía que la tela volviera hacia atrás con los bruscos movimientos de tracción del peine.
Se componía el telar de unos
mecanismos artesanales que aunque rústicos en extremo, daban muy buenos resultados:
La urdimbre: Los hilos de la urdimbre eran tendidos longitudinalmente y levantados o bajados por grupos los cuales eran accionados por los pedales, estos estaban unidos a las varillas separadoras instaladas en la parte posterior unidas a grandes pesas.
La lanzadera: A través de un hueco así dejado entre los hilos de la urdimbre pasaba la “lanzaera” (lanzadera) este hueco se llamaba “calada”, también trama. La lanzadera era una pieza de unos doce centímetros en forma de barco redondeada por su parte exterior y muy pulida para que pudiera resbalar con facilidad por encima de los tensados hilos de la urdimbre sin atascarse, en su interior completamente hueco, se ponía la bobina para la trama la cual iba soltando el hilo que cruzaba la urdimbre de lado a lado, este hilo podía cruzarla de un hilo o de dos en dos según el tejido a elaborar que podían ser, plano para sabanas y lencería en general, de sarga, de satén o de tiras de trapos usados que una vez terminado serían las famosas colchas de tiras y que en Orellana la Vieja todavía se siguen usando.
Los lizos: llamados (loh linzo) eran como unos marcos de cuadros, estos eran los encargados de levantar o bajar la urdimbre por la acción de los pedales, la fuerza provenía de unas cuerdas atadas a grandes pesas.
El peine: El peine era la pieza más artesanal e importante del telar, los había de varias medidas según la pieza de tela que se iba a tejer, pero lo más normal eran de una vara porque en esta medida entraba también la media vara que una vez terminada se unían para formar un cuadro o un rectángulo según fueran, para manteles o sabanas.
El peine se componía de infinidad de láminas de caña unidas en los extremos por cuerdecitas de cáñamo. Para pasar los hilos de la urdimbre por entre este tupido enrejado de cañas se necesitaba gran maestría y paciencia pues aunque ayudadas de una larga aguja o de un alambre tenían que ser introducidos hilo por hilo por los huecos entre caña y caña.
El peine se acoplaba con tornillos a un madero que colgaba de la parte alta del telar, tenía este una posición oblicua para que una vez tirando hacia si para apretar la trama volviera a su posición por su propio peso, la barra de sujeción del peine tenía en su centro una especie de palanca para tirar con fuerza hacia la parte del tejido para apretar la trama.
Funcionamiento: Al pisar un pedal uno de los lizo subía quedando el espacio libre entre el peine y la tela ya elaborada, con fuerza se tiraba la lanzadera desde el lado derecho hacia el otro lado para ser recogida con la mano izquierda, se pisaba el otro pedal y se tiraba del puño del peine para apretar bien el tramado, se pisaba el otro pedal para bajar el lizo, esta vez la lanzadera era lanzada desde el lado izquierdo hacía el derecho, una vez recogida se accionaba otra vez el pedal y tirar del peine para apretar, una vez que la pieza de tela llegaba a la mitad entre el peine y la tejedora era recogida con unas vueltas en la barra de plegado.
Con la ayuda de los telares, las manos habilísimas de las tejedoras, obtenían la tela para confeccionar sábanas, camisas, mantelerías, refajos, colchas de tiras, cubiertas para las albardas, alforjas etc. etc. que se conservan aún en muchas casas de Orellana.

En recuerdo a las tejedoras de Orellana la Vieja.
Víctor Sanz 2010.