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ORELLANA LA VIEJA: LOS GUATEQUES...

LOS GUATEQUES

Terminaban los cincuenta y comenzábamos la década de los sesenta, Pablo Guerrero, constituido en hombre del tiempo de la libertad, anunciaba que tenía que llover a cántaros y Adamo insistía en poner tus manos en mi cintura; los jóvenes estábamos hartos de que las madres controlaran los bailes y verbenas y la presencia en el pueblo de muchos forasteros venidos de todos los lugares de España, por la construcción del pantano, había traído nuevos aires de modernidad en todos los sentidos. Nuevas corrientes musicales invadían España: el rock and roll, el twist, la yenca y otros ritmos se abrían paso en el gusto de la gente joven rivalizando con los aún vigentes cha-cha-cha, mambo y bolero. Hicieron su presencia los tocadiscos capaces de sacar de aquellos discos de vinilo a cuarenta y cinco revoluciones las canciones de modas de un montón de grupos y solistas que pululaban en el ámbito nacional e internacional. El invento de la televisión nos permitía presenciar en directo los festivales de Eurovisión, San Remo, Benidorm …Es decir que hubo, en aquellos tiempo, una verdadera revolución musical que iban arrinconando poco a poco al viejo acordeón del tío “Noniche” animador de las verbenas de Valentín.
Y en estas circunstancias nacieron los guateques, que no eran otra cosa que un grupo de amigos y amigas que nos reuníamos en una casa, normalmente deshabitada, para bailar al son de la música que nos gustaba y que nadie nos imponía así como para tomar unos refrescos con “algo” sin que nadie nos vigilara. Y la verdad es que lo pasábamos muy bien. Creábamos un ambiente agradable y después de disfrutar de Los Brincos, los Beatles y Rolling Stone, venían Adamo, el Dúo Dinámico o Los Cinco Latinos para bailar bien agarraditos. No faltaba el gracioso que, en un momento dado, apagaba la luz y, la verdad sea dicha, no nos dábamos mucha prisa por encenderla.
Siempre que podíamos organizábamos algún guateque. Recuerdo los que hacíamos en la terraza de Paco Risco que era quizás el primero que se hizo de un tocadiscos. Más tarde fueron mi cuñado Antonio “Purriti” (q. e. p. d) y Mariano Sanz los que adquirieron sendos aparatos, el de este último a pilas, con los que organizábamos dichas reuniones. Pero los más sonados eran los que hacíamos con motivo de la Nochevieja y las jiras como aquel que celebramos en una finca que tenía Dª Teresa, madre de los hermanos Jiménez Carracedo, cerca de donde desemboca del río Zújar en el Guadiana. Otro memorable se hizo en la casa donde vivía Miguel Costa, en el Coto, una noche fin de año. Fue muy numeroso y lo prolongamos hasta la madrugada. Tal es así que, cuando regresamos al pueblo, alguien se le ocurrió la idea de que nos metiésemos en la iglesia a “Misa Primera”. Ojalá no lo hubiéramos hecho nunca pues, D. Ramón, el celebrante, que se había enterado de la organización de tal sarao y advirtiendo nuestra presencia, nos echó un rapapolvo de “notemené”, augurando nuestra perdición por la participación en aquel evento y asegurando nuestra condenación eterna si seguíamos por aquel camino.
No comprendía D. Ramón que, por mucho que se esforzara, nunca podría impedir que Mayo echara sus flores.