TRAVESURAS Y CRUELDADES CON LOS ANIMALES.
En aquellos tiempos, en nuestro pueblo, se practicaban varias travesuras y verdaderas crueldades con los animales no solo por parte de los niños sino también por los mayores que eran nuestros referentes. Paso a describir algunas con la intención de que, ahora nosotros y las nuevas generaciones, observemos los cambios que se han producido sin duda a causa de la educación y por el respeto que por estos compañeros nuestro en la vida como son los animales, se va practicando cada vez más en nuestro tiempo.
EL PERRO.
Este animal, considerado por todos como “el mejor amigo del hombre” y lo es, era objeto de travesuras y crueldades de las que fui testigo en mi niñez y de las que me avergüenzo sinceramente. Nunca mejor dicho: se los hacían verdadera perrerías.
Era muy frecuente ver en las calles, cuando las perras estaban en celo, cómo los perros copulaban. De todos es sabido que, dada la morfología especial de los aparatos genitales del macho y la hembra, después de la cópula, los dos animales permanecían “pegados” durante un cierto tiempo. Pues bien esto servía de divertimiento a los muchachos que, cuando veíamos algunos, los arreábamos para que se separaran cuanto antes con el consiguiente padecimiento de los animales que necesitaban su tiempo natural para que dichos aparatos adquiriesen el tamaño normal y se relajaran los músculos vaginales de la hembra para soltarse uno de otro. En cierta ocasión, fui testigo de una acción tan cruel que no se me ha olvidado en la vida. Había dos perros “pegados”, era primavera y, en la calleja del tío Juan Antonio Calzado, un hombre que venía de segar forraje para sus bestias, dejó el haz que traía al hombro, se acercó a los animales con el hocino en la mano y le seccionó en pene al perro. El alarido de dolor que dio el animal fue horrible. Corrió un poco dejando un reguero de sangre en el suelo y murió.
En otras ocasiones se les ataban una ristra de calambucos en el rabo. Los perros, asustados, salían corriendo despavoridos por las calles y todos hacían chanzas de ellos.
Como también era cierto que había la horrible costumbre de apedrear a los perros. No sé por qué pero había muchos niños y jóvenes que, en cuanto veían un can por las calles, se liaban a pedradas con ellos. Los pobres animales huían naturalmente. Estaban tan arraigada esta costumbre que era natural que, si tú veías un perro, en cuanto te bajabas como simulando la intención de coger una piedra, salía corriendo para alejarse del sitio porque intuía lo que le esperaba ya que, sin duda, había sido víctima de alguna agresión de este tipo.
Muy mal se le trataba a este animal, símbolo de la fidelidad y el cariño hacia el hombre.
En aquellos tiempos, en nuestro pueblo, se practicaban varias travesuras y verdaderas crueldades con los animales no solo por parte de los niños sino también por los mayores que eran nuestros referentes. Paso a describir algunas con la intención de que, ahora nosotros y las nuevas generaciones, observemos los cambios que se han producido sin duda a causa de la educación y por el respeto que por estos compañeros nuestro en la vida como son los animales, se va practicando cada vez más en nuestro tiempo.
EL PERRO.
Este animal, considerado por todos como “el mejor amigo del hombre” y lo es, era objeto de travesuras y crueldades de las que fui testigo en mi niñez y de las que me avergüenzo sinceramente. Nunca mejor dicho: se los hacían verdadera perrerías.
Era muy frecuente ver en las calles, cuando las perras estaban en celo, cómo los perros copulaban. De todos es sabido que, dada la morfología especial de los aparatos genitales del macho y la hembra, después de la cópula, los dos animales permanecían “pegados” durante un cierto tiempo. Pues bien esto servía de divertimiento a los muchachos que, cuando veíamos algunos, los arreábamos para que se separaran cuanto antes con el consiguiente padecimiento de los animales que necesitaban su tiempo natural para que dichos aparatos adquiriesen el tamaño normal y se relajaran los músculos vaginales de la hembra para soltarse uno de otro. En cierta ocasión, fui testigo de una acción tan cruel que no se me ha olvidado en la vida. Había dos perros “pegados”, era primavera y, en la calleja del tío Juan Antonio Calzado, un hombre que venía de segar forraje para sus bestias, dejó el haz que traía al hombro, se acercó a los animales con el hocino en la mano y le seccionó en pene al perro. El alarido de dolor que dio el animal fue horrible. Corrió un poco dejando un reguero de sangre en el suelo y murió.
En otras ocasiones se les ataban una ristra de calambucos en el rabo. Los perros, asustados, salían corriendo despavoridos por las calles y todos hacían chanzas de ellos.
Como también era cierto que había la horrible costumbre de apedrear a los perros. No sé por qué pero había muchos niños y jóvenes que, en cuanto veían un can por las calles, se liaban a pedradas con ellos. Los pobres animales huían naturalmente. Estaban tan arraigada esta costumbre que era natural que, si tú veías un perro, en cuanto te bajabas como simulando la intención de coger una piedra, salía corriendo para alejarse del sitio porque intuía lo que le esperaba ya que, sin duda, había sido víctima de alguna agresión de este tipo.
Muy mal se le trataba a este animal, símbolo de la fidelidad y el cariño hacia el hombre.