LA HIGIENE (En Orellana en los cuarenta y cincuenta)
En nuestro pueblo, como me imagino que en todos los pueblos en esta época, la higiene dejaba mucho que desear. Y es que no era para menos. No había agua corriente ni tampoco alcantarillado hasta la década de los sesenta en que el gran Alcalde Paco Diaz Corraliza diera un enorme salto cualitativo en esta materia dotando al pueblo de estos servicios, que a su vez son básicos para tener un mínimo de salubridad. Las calles estaban enrolladas o simplemente de tierra con lo que los barrizales, en invierno, eran fenomenales. El pueblo tenía muchos más habitantes que ahora (aún no se había producido la hégira hacia la ciudad) y las necesidades básicas irremediablemente, había que hacerlas. Pero ¿Dónde?
Las mujeres no tenían mucho problema si tenían una cuadra en casa, como era la mayoría. Entre los hombres había la costumbre de hacerlo fuera de la casa en las afueras del pueblo y en callejas y callejones. Era muy corriente, normalmente al amanecer entre dos luces, ver a los hombre desplazarse deprisa, posiblemente porque les apremiaba la necesidad, a lugares emblemáticos para tales menesteres como eran las cercas aledañas a “La Calleja los Lobos,” “ La Rejilla”, “la Callejilla” (traseras de D. Manuel el Médico) “ La Calleja El Muelá” etc. etc. etc. Y el caso es que casi nadie usaba papel para limpiarse: la hacían con piedras. Así que como las que había por aquellos lugares habían sido usadas en más de una ocasión, por el número limitado de ellas, muchos se untaban las manos con tan singular producto, maldiciendo y nombrando a las madres del que había cagado antes que ellos. Todo lo más que utilizaban, aquellos que eran un poco más delicados, era un trozo de papel de estraza, áspero y fuerte y que raspaba como un esmeril, con el que envolvían los alimentos cuando los compraban en los ultramarinos de “La Vicenta la Capilla”, de su hermano Mariano o de algún puesto de carne.
Pasar por estos lugares de noche y no pisar “algo” era una tarea harto difícil.
En nuestro pueblo, como me imagino que en todos los pueblos en esta época, la higiene dejaba mucho que desear. Y es que no era para menos. No había agua corriente ni tampoco alcantarillado hasta la década de los sesenta en que el gran Alcalde Paco Diaz Corraliza diera un enorme salto cualitativo en esta materia dotando al pueblo de estos servicios, que a su vez son básicos para tener un mínimo de salubridad. Las calles estaban enrolladas o simplemente de tierra con lo que los barrizales, en invierno, eran fenomenales. El pueblo tenía muchos más habitantes que ahora (aún no se había producido la hégira hacia la ciudad) y las necesidades básicas irremediablemente, había que hacerlas. Pero ¿Dónde?
Las mujeres no tenían mucho problema si tenían una cuadra en casa, como era la mayoría. Entre los hombres había la costumbre de hacerlo fuera de la casa en las afueras del pueblo y en callejas y callejones. Era muy corriente, normalmente al amanecer entre dos luces, ver a los hombre desplazarse deprisa, posiblemente porque les apremiaba la necesidad, a lugares emblemáticos para tales menesteres como eran las cercas aledañas a “La Calleja los Lobos,” “ La Rejilla”, “la Callejilla” (traseras de D. Manuel el Médico) “ La Calleja El Muelá” etc. etc. etc. Y el caso es que casi nadie usaba papel para limpiarse: la hacían con piedras. Así que como las que había por aquellos lugares habían sido usadas en más de una ocasión, por el número limitado de ellas, muchos se untaban las manos con tan singular producto, maldiciendo y nombrando a las madres del que había cagado antes que ellos. Todo lo más que utilizaban, aquellos que eran un poco más delicados, era un trozo de papel de estraza, áspero y fuerte y que raspaba como un esmeril, con el que envolvían los alimentos cuando los compraban en los ultramarinos de “La Vicenta la Capilla”, de su hermano Mariano o de algún puesto de carne.
Pasar por estos lugares de noche y no pisar “algo” era una tarea harto difícil.