LA HIGIENE II.
En lo referente a las necesidades “menores”, si estabas en casa, se hacían en el corral o en las cuadras pero si te pillaba por ahí, se meaba uno donde podía. Un instrumento muy usado era “la bacinilla” que por las noches se ponía debajo de la cama y servía para aliviar las vejigas de los usuarios de la “horizontal”. Después, por la mañana muy temprano, estos recipientes se vaciaban de un solo golpe y desde dentro de casa en las calles, lo que constituía un gran riesgo para los viandantes madrugadores que tenían la mala suerte de chocar con la trayectoria del chorro del líquido que contenía “la bacinilla”, pues eran irremediablemente duchados con el consiguiente cabreo. Otras, más comedidas, lo tiraban a las albañales de que disponían las casas pero enseguida llegaba a la vía pública que es donde tenían esas canalizaciones domésticas su desembocadura. Por las albañales salía también agua jabonosa y cuando coincidía varias vecinas en lavar la ropa, por el medio de la calle corría un abundante arroyo de color blanco.
Por consiguiente todas las calles olían muy mal por lo comentado más arriba pero había lugares en que el olor era más intenso, como a bacalao podrido, y las paredes estaban salitrosas y siempre húmedas. Tal era el caso de las cercanías a las escuelas como por ejemplo la pared del tío Pepe “El Cantaó”, donde se ha hecho el edificio de Correos, que era el destino de todas las meadas que echaban, con el correspondiente permiso del Maestro, (”-Don Eladio, ¿me da usted permiso pa ir a mear? –Se dice orinar,”- respondía él y te dejaba.) los cincuenta niños que tenía en la escuela ubicada en los altos del bar de Anita Porras, abuela de Luis Manjón, forero de pro.
La falta de limpieza en las calles, que solo se lavaban cuando llovía, la abundancia de animales domésticos en cuadras y zahúrdas y las gran cantidad de “estercoleras “ muy próximas al pueblo, hacía que las moscas proliferaran sobre manera y, aunque las amas de casa se afanaban en combatirlas con aquellas cintas, a modo de muelle embadurnadas con pegamento de color miel que se colgaban de los techos y donde se quedaban pegadas, con gránulos amarillos que se echaban en el suelo y unos polvos disueltos en agua que se colocaba en tarritos, no conseguían descastarlas.
Todo esto unido al precario aseo personal de la mayoría, y la falta de agua debidamente tratada, constituía un extraordinario caldo de cultivo para el desarrollo de muchas enfermedades que afectaban sobre todo a los niños. En los meses de Julio y Agosto, casi todos los día había un “entierrillo” por la gran mortandad infantil que había en aquellos tiempos. Más tarde comprendí por qué era verdadero aquel dicho:”Santiago se lleva una quinta”.
No obstante todo no era negativo. Las madres hacían lo que podían con los pocos elementos de que disponían: agua, estropajo de esparto o alguna esponja vegetal y jabón casero. Aún recuerdo los” frotes” que nos metía mi madre, sobre todo los sábados, al calor de la lumbre en invierno. Y nos despiojaban. En los rincones de las calles en los que se reunían las vecinas a coser por las tardes al sol, era muy normal ver a alguna de ellas afanada en la tarea de revisar la cabeza de algún niño en busca de los piojos que abundaban en algunas épocas del año: o pasando a los pelos aquellas “peinas” negras con las “púas” muy espesas que no quedaban una liendre.
Ellas, en otro orden de cosas, eran las que mantenían un poco limpias las calles del pueblo. Como cada una barría su puerta y todas lo hacían, pues sumándolas todas daba como resultado una calle limpia.
Desde este foro, les rindo mi más humilde homenaje a todas las mujeres orellanenses por haberse enfrentado, durante tantos años, a la porquería y a la mugre de las que eran verdaderas enemigas.
En lo referente a las necesidades “menores”, si estabas en casa, se hacían en el corral o en las cuadras pero si te pillaba por ahí, se meaba uno donde podía. Un instrumento muy usado era “la bacinilla” que por las noches se ponía debajo de la cama y servía para aliviar las vejigas de los usuarios de la “horizontal”. Después, por la mañana muy temprano, estos recipientes se vaciaban de un solo golpe y desde dentro de casa en las calles, lo que constituía un gran riesgo para los viandantes madrugadores que tenían la mala suerte de chocar con la trayectoria del chorro del líquido que contenía “la bacinilla”, pues eran irremediablemente duchados con el consiguiente cabreo. Otras, más comedidas, lo tiraban a las albañales de que disponían las casas pero enseguida llegaba a la vía pública que es donde tenían esas canalizaciones domésticas su desembocadura. Por las albañales salía también agua jabonosa y cuando coincidía varias vecinas en lavar la ropa, por el medio de la calle corría un abundante arroyo de color blanco.
Por consiguiente todas las calles olían muy mal por lo comentado más arriba pero había lugares en que el olor era más intenso, como a bacalao podrido, y las paredes estaban salitrosas y siempre húmedas. Tal era el caso de las cercanías a las escuelas como por ejemplo la pared del tío Pepe “El Cantaó”, donde se ha hecho el edificio de Correos, que era el destino de todas las meadas que echaban, con el correspondiente permiso del Maestro, (”-Don Eladio, ¿me da usted permiso pa ir a mear? –Se dice orinar,”- respondía él y te dejaba.) los cincuenta niños que tenía en la escuela ubicada en los altos del bar de Anita Porras, abuela de Luis Manjón, forero de pro.
La falta de limpieza en las calles, que solo se lavaban cuando llovía, la abundancia de animales domésticos en cuadras y zahúrdas y las gran cantidad de “estercoleras “ muy próximas al pueblo, hacía que las moscas proliferaran sobre manera y, aunque las amas de casa se afanaban en combatirlas con aquellas cintas, a modo de muelle embadurnadas con pegamento de color miel que se colgaban de los techos y donde se quedaban pegadas, con gránulos amarillos que se echaban en el suelo y unos polvos disueltos en agua que se colocaba en tarritos, no conseguían descastarlas.
Todo esto unido al precario aseo personal de la mayoría, y la falta de agua debidamente tratada, constituía un extraordinario caldo de cultivo para el desarrollo de muchas enfermedades que afectaban sobre todo a los niños. En los meses de Julio y Agosto, casi todos los día había un “entierrillo” por la gran mortandad infantil que había en aquellos tiempos. Más tarde comprendí por qué era verdadero aquel dicho:”Santiago se lleva una quinta”.
No obstante todo no era negativo. Las madres hacían lo que podían con los pocos elementos de que disponían: agua, estropajo de esparto o alguna esponja vegetal y jabón casero. Aún recuerdo los” frotes” que nos metía mi madre, sobre todo los sábados, al calor de la lumbre en invierno. Y nos despiojaban. En los rincones de las calles en los que se reunían las vecinas a coser por las tardes al sol, era muy normal ver a alguna de ellas afanada en la tarea de revisar la cabeza de algún niño en busca de los piojos que abundaban en algunas épocas del año: o pasando a los pelos aquellas “peinas” negras con las “púas” muy espesas que no quedaban una liendre.
Ellas, en otro orden de cosas, eran las que mantenían un poco limpias las calles del pueblo. Como cada una barría su puerta y todas lo hacían, pues sumándolas todas daba como resultado una calle limpia.
Desde este foro, les rindo mi más humilde homenaje a todas las mujeres orellanenses por haberse enfrentado, durante tantos años, a la porquería y a la mugre de las que eran verdaderas enemigas.