A BELLOTAS II
Historias de bellotas se pueden contar a cientos, porque cientos eran los belloteros que había en nuestro pueblo que, empujados por la necesidad, se veían obligados a ir a robar el fruto de la encina. Especial mención merece aquella que me cuentan los hermanos “Truchejos”, Cándido y Antonio, en la que después de llegar a escondidas a la dehesa con un burro y los costales se liaron a dar palos a las encinas con la “zurriaga” y el “aporreón” (vara larga y fuerte en uno de cuyos extremos ataban con una pequeña correa otra más pequeña, que era el “aporreón). Todo lo deprisa que pudieron llenaron los costales y regresaron al pueblo. Antes de llegar, a la altura de “El Pozaranco”, le salió al paso un Guardia Civil y les condujo al arroyo. Allí había otro Guardia vigilando a otros quince belloteros que habían pillado anteriormente y que ocultaban en aquella hondonada para no ser vistos por los que venían de regreso, como los hermanos “Truchejos”. Unos tenían burros, otros sin ellos con morrales y alforjas llenos de bellotas. A los mas pequeños les entregaron las bestias y les dejaron marchar pero con los mayores organizaron una comitiva, los hicieron cargar con las bellotas y se dirigieron a Orellana. Hubo uno que soltando el morral en el suelo escapó y salió corriendo pero uno de los Guardias, “delgado, moreno que corría como un gamo”, le alcanzó y a guantazo limpio, le incorporó de nuevo al grupo. La intención era pasearlos por el pueblo con las bellotas a cuestas para vergüenza pública.. Entraron por la calle “Corredera” y cuando iban llegando al “Coso”, Cándido, que cargaba al hombro un costal “ya un poco repasadillo”, lo apoyó en el cuello y apretado hacia abajo con los dos brazos consiguió romperlo y derramar todas las bellotas en el suelo. Era la indignación, la impotencia, la rabia y la mala leche que había acumulado lo que le llevó a hacer aquello. Tuvo que recogerlas mientras recibía una lluvia de improperios. Les llevaron al cuartel “ a declarar”. Aquella noche los encerraron en el palacio; otras veces era en el matadero donde los “metían presos”. Allí acudían las madres o algún familiar, pues en el pueblo corren las malas noticias como la pólvora, a llevarles una manta y algo de comer.- “Menos mal que, de madrugada, a uno de ellos le dio un cólico, los Guardias se asustaron y nos dieron larga a todos”- comenta Antonio.
En un rincón de mi memoria guardo aún una escena que presencié de niño y que jamás se me ha olvidado. Estábamos jugando en la plaza, cuando aún estaba de tierra. De pronto vimos a la Guardia Civil que conducía a dos hombres jóvenes al Ayuntamiento pues también los encerraban en el calabozo municipal. Eran “Los Cachuchos”, José y Félix creo y les iban a entrar en la cárcel. Los muchachos nos agolpamos en torno a ellos y después, cuando ya estaban entre rejas en la habitación que daba a la plaza, les preguntamos por qué les habían “metido presos”, nos respondieron que.... les habían pillado cogiendo bellotas.
Historias de bellotas se pueden contar a cientos, porque cientos eran los belloteros que había en nuestro pueblo que, empujados por la necesidad, se veían obligados a ir a robar el fruto de la encina. Especial mención merece aquella que me cuentan los hermanos “Truchejos”, Cándido y Antonio, en la que después de llegar a escondidas a la dehesa con un burro y los costales se liaron a dar palos a las encinas con la “zurriaga” y el “aporreón” (vara larga y fuerte en uno de cuyos extremos ataban con una pequeña correa otra más pequeña, que era el “aporreón). Todo lo deprisa que pudieron llenaron los costales y regresaron al pueblo. Antes de llegar, a la altura de “El Pozaranco”, le salió al paso un Guardia Civil y les condujo al arroyo. Allí había otro Guardia vigilando a otros quince belloteros que habían pillado anteriormente y que ocultaban en aquella hondonada para no ser vistos por los que venían de regreso, como los hermanos “Truchejos”. Unos tenían burros, otros sin ellos con morrales y alforjas llenos de bellotas. A los mas pequeños les entregaron las bestias y les dejaron marchar pero con los mayores organizaron una comitiva, los hicieron cargar con las bellotas y se dirigieron a Orellana. Hubo uno que soltando el morral en el suelo escapó y salió corriendo pero uno de los Guardias, “delgado, moreno que corría como un gamo”, le alcanzó y a guantazo limpio, le incorporó de nuevo al grupo. La intención era pasearlos por el pueblo con las bellotas a cuestas para vergüenza pública.. Entraron por la calle “Corredera” y cuando iban llegando al “Coso”, Cándido, que cargaba al hombro un costal “ya un poco repasadillo”, lo apoyó en el cuello y apretado hacia abajo con los dos brazos consiguió romperlo y derramar todas las bellotas en el suelo. Era la indignación, la impotencia, la rabia y la mala leche que había acumulado lo que le llevó a hacer aquello. Tuvo que recogerlas mientras recibía una lluvia de improperios. Les llevaron al cuartel “ a declarar”. Aquella noche los encerraron en el palacio; otras veces era en el matadero donde los “metían presos”. Allí acudían las madres o algún familiar, pues en el pueblo corren las malas noticias como la pólvora, a llevarles una manta y algo de comer.- “Menos mal que, de madrugada, a uno de ellos le dio un cólico, los Guardias se asustaron y nos dieron larga a todos”- comenta Antonio.
En un rincón de mi memoria guardo aún una escena que presencié de niño y que jamás se me ha olvidado. Estábamos jugando en la plaza, cuando aún estaba de tierra. De pronto vimos a la Guardia Civil que conducía a dos hombres jóvenes al Ayuntamiento pues también los encerraban en el calabozo municipal. Eran “Los Cachuchos”, José y Félix creo y les iban a entrar en la cárcel. Los muchachos nos agolpamos en torno a ellos y después, cuando ya estaban entre rejas en la habitación que daba a la plaza, les preguntamos por qué les habían “metido presos”, nos respondieron que.... les habían pillado cogiendo bellotas.