LOS TEJARES.
Durante cientos de años, en nuestro pueblo, las casas se construyeron con piedras, adobes, tapias y ladrillo. Y eran estos últimos, junto con la teja árabe para los tejados, los que se fabricaban en los tejares. Hubo una época, por los años cincuenta y mediados de los sesenta, que en Orellana llegaron a funcionar simultáneamente hasta siete tejares: el de “Puro”, el del “Moreno de la Leandra”, el del “Tío Lana”, el del “Tío Retama”, después de su hijo “Porro”, el de “Barriga Verde” y los dos de los hermanos Calderón Collado, “Los Mochos”.
Todos estaban situados al sur de la Laguna de las eras de “El Santo” excepto del de “Puro” que estaba en el camino que une estas eras con las de “La Cruz”. Pero todos sin excepción los construían donde hubiera buena tierra, pues esta era la materia prima de las que se surtían, y abundante agua.
Un tejar consistía esencialmente en una construcción tosca de forma cilíndrica de unos cinco metros de altura por tres de diámetro. En la parte de abajo estaba la “caldera” que era donde ardía la leña. En el interior había cuatro arcos de unos 50 cms de grosor que arrancando del suelo constituían el suelo “enrrejillado” del horno. Entre arco y arco introducían adobes para evitar su derrumbe. Encima del suelo, que dejaba pasar el fuego de la caldera, colocaban los ladrillos “crudos” y después las tejas pues aquellos necesitaban más calor. En total podían colocarse en esta parte del tejar hasta 18.000 piezas entre tejas y ladrillos. Todo el cilindro estaba recubierto de tierra alrededor excepto la parte más alta, el “brocal”, que estaba al aire y una pequeña sección en la parte de abajo que era la puerta de la caldera y que se utilizaba, obviamente, para tener acceso a ella y así poder alimentarla de leña y limpiarla después de cada cocción.
El trabajo en los tejares era durísimo y totalmente artesanal. La primera tarea que había que realizar era cavar una gran cantidad de tierra a la vez que se iban quitando las piedras. La que iba destinada a la fabricación de las tejas la pasaban por la criba hasta conseguir quitarla todos los “chinatos”. Cuando tenían la suficiente hacía el barro que era amasado hasta la saciedad con los pies. Se amontonaba y se lo pegaba “la paliza”, con un astil, hasta tres veces. Esto consistía en dar golpes al montón y seccionarlo en partes para conseguir una masa homogénea apta para la fabricación de las tejas. Para los ladrillos no era necesario hacer esta operación. Después se cogían porciones de este barro con las manos y se metía en los moldes o “mencales” y se iban colocando en las eras para su secado. Las eras eran terrenos llanos y limpios y las destinadas a las tejas las echaban polvo de los caminos para evitar que se pegasen al suelo. Con sumo cuidado, una vez transcurrido cierto tiempo de su exposición al sol, se iban depositando encima de los arcos del horno hasta llenarlo. En cada cochura se gastaban unas quinientas gavillas de retama y durante las 24 horas que duraba la cocción había que ir alimentando la caldera constantemente. Después a esperar tres días a que se enfriara el horno y poder sacar el material ya cocido y apto para ser utilizado por los albañiles.
Los tejares de Orellana abastecían no solo a nuestro pueblo. También servían ladrillos “bovederos “, más cortos y de “panderete” para la construcción de tabiques, y tejas a los pueblos próximos desde donde se desplazaban con carros y camiones y tuvieron un gran auge cuando se construyeron los nuevos pueblos de colonización, (Gargáligas, Guadalperales, Vegas Altas etc). Para estos pueblos los transportistas del Orellana, como Juan Galeano Moñino, con aquel camión Ebro que tenía, daban continuos viajes cargados de ladrillos y tejas.
Durante cientos de años, en nuestro pueblo, las casas se construyeron con piedras, adobes, tapias y ladrillo. Y eran estos últimos, junto con la teja árabe para los tejados, los que se fabricaban en los tejares. Hubo una época, por los años cincuenta y mediados de los sesenta, que en Orellana llegaron a funcionar simultáneamente hasta siete tejares: el de “Puro”, el del “Moreno de la Leandra”, el del “Tío Lana”, el del “Tío Retama”, después de su hijo “Porro”, el de “Barriga Verde” y los dos de los hermanos Calderón Collado, “Los Mochos”.
Todos estaban situados al sur de la Laguna de las eras de “El Santo” excepto del de “Puro” que estaba en el camino que une estas eras con las de “La Cruz”. Pero todos sin excepción los construían donde hubiera buena tierra, pues esta era la materia prima de las que se surtían, y abundante agua.
Un tejar consistía esencialmente en una construcción tosca de forma cilíndrica de unos cinco metros de altura por tres de diámetro. En la parte de abajo estaba la “caldera” que era donde ardía la leña. En el interior había cuatro arcos de unos 50 cms de grosor que arrancando del suelo constituían el suelo “enrrejillado” del horno. Entre arco y arco introducían adobes para evitar su derrumbe. Encima del suelo, que dejaba pasar el fuego de la caldera, colocaban los ladrillos “crudos” y después las tejas pues aquellos necesitaban más calor. En total podían colocarse en esta parte del tejar hasta 18.000 piezas entre tejas y ladrillos. Todo el cilindro estaba recubierto de tierra alrededor excepto la parte más alta, el “brocal”, que estaba al aire y una pequeña sección en la parte de abajo que era la puerta de la caldera y que se utilizaba, obviamente, para tener acceso a ella y así poder alimentarla de leña y limpiarla después de cada cocción.
El trabajo en los tejares era durísimo y totalmente artesanal. La primera tarea que había que realizar era cavar una gran cantidad de tierra a la vez que se iban quitando las piedras. La que iba destinada a la fabricación de las tejas la pasaban por la criba hasta conseguir quitarla todos los “chinatos”. Cuando tenían la suficiente hacía el barro que era amasado hasta la saciedad con los pies. Se amontonaba y se lo pegaba “la paliza”, con un astil, hasta tres veces. Esto consistía en dar golpes al montón y seccionarlo en partes para conseguir una masa homogénea apta para la fabricación de las tejas. Para los ladrillos no era necesario hacer esta operación. Después se cogían porciones de este barro con las manos y se metía en los moldes o “mencales” y se iban colocando en las eras para su secado. Las eras eran terrenos llanos y limpios y las destinadas a las tejas las echaban polvo de los caminos para evitar que se pegasen al suelo. Con sumo cuidado, una vez transcurrido cierto tiempo de su exposición al sol, se iban depositando encima de los arcos del horno hasta llenarlo. En cada cochura se gastaban unas quinientas gavillas de retama y durante las 24 horas que duraba la cocción había que ir alimentando la caldera constantemente. Después a esperar tres días a que se enfriara el horno y poder sacar el material ya cocido y apto para ser utilizado por los albañiles.
Los tejares de Orellana abastecían no solo a nuestro pueblo. También servían ladrillos “bovederos “, más cortos y de “panderete” para la construcción de tabiques, y tejas a los pueblos próximos desde donde se desplazaban con carros y camiones y tuvieron un gran auge cuando se construyeron los nuevos pueblos de colonización, (Gargáligas, Guadalperales, Vegas Altas etc). Para estos pueblos los transportistas del Orellana, como Juan Galeano Moñino, con aquel camión Ebro que tenía, daban continuos viajes cargados de ladrillos y tejas.