Milord informa
Crónica Orellanense 2ª de Octubre 2011-
Santos y Difuntos 1ª parte.
Nuestro paisano extremeño, el gran poeta Espronceda, llegó a escribir este pensamiento que a mí me parece puramente materialista.
“Es la historia del hombre y su locura
Una estrecha y hedionda sepultura”.
No, esto así no puede ser porque la fe y la razón nos dice que más allá de esas sepulturas hediondas y estrechas, que encierra la triste historia del hombre y sus locuras, hay algo más y nos aguarda bastante más en las regiones de ultratumba, esto es lo que nos han enseñado durante generaciones, todo no se acaba en el sepulcro.
Pero dejando esto aparte, y pensando a lo cristiano, hagamos una visita al Campo Santo católico y protestemos de antemano de la conducta de aquellos que a él solo van el día de los difuntos a pasar el rato a distraerse algo a costa de las lágrimas y oraciones de muchos, protestemos más enérgicamente todavía de la de aquellos tan desgraciados como desagradecidos, que convierten este lugar santo en teatro de sus despreocupación capitulera.
Son los últimos días del mes de octubre y los monaguillos de la parroquia andan un tanto alborotados, por fin ha llegado el ansiado día en que tocaba salir por las calles del pueblo pidiendo una limosna para las ánimas del purgatorio o Ánimas Benditas. Estas limosnas se componían de donativos diferentes que los monaguillos recogían entusiasmado. Todo era bueno para la noche de todos los Santos: melones, granadas, bellotas, higos pasado “aprietaculos”
y algún dinero que aunque escaseaba siempre había alguna persona devota que además de su limosna frutal, daban algunas perrillas (que no perritas) de cinco o diez céntimos, con esta calderilla se pagarían las velas que naturalmente se compraban al cura y las sobrantes se juntaban con la asignación de la parroquia que solía ser de un real “veinticinco céntimos” por semana.
Las velas se usaban para que la estancia en la torre del campanario la noche de todos los Santos no resultara tan lúgubremente oscura.
Pues allá van los monaguillos recorriendo calles que previamente habían sido acordadas. Unos llevaban esportillas para las frutas pequeñas, castañas, nueces, bellotas, etc. Otros dos, los más fuertes, con su esportón para melones, membrillos y granadas, otros llevaban una bolsa de tela donde se guardaban la poca calderilla que solían dar, máximo de una persona pudiente pues un real o sea dos perras gordas y una chica que correspondía a veinticinco céntimos.
Llegados a una puerta llamaban diciendo – ave María- a lo que desde dentro contestaban –sin pecado concebida- y siempre con educación se pedía – ¿nos da “usted” una limosna para las Ánimas Benditas? Una vez recibida la limosna, todos a coro daban las gracias –que las Ánimas Benditas se lo paguen-.
Después de la escudriñadora inspección del cura, todos los donativos se subían a la torre del campanario y depositados en una especie de habitación que formaba un hueco de la bóveda de ladrillos que configuraba la cúpula de la iglesia, a este hueco le llamaban los monaguillos la bovedilla o la cueva quizás por la oscuridad que reinaba en su interior. Una vez que la frutería quedaba instalada en dicha cueva se hacía el recuento de velas, los trozos de algún donativo y los desechados de los oficios de la iglesia, estos eran colocados a trecho en el pasillo del sur de unos once metro de largo que doblando a la derecha como otros tantos metros se llegaba a la entrada que daba acceso a la escalera del campanario a la derecha, se encontraba la oscura puerta de la cueva donde estaba prohibido encender velas en su interior por riesgo de fuego ya que allí se guardaba lo sobrante del ramón del domingo de ramos para se incinerado y emplear los residuos en el rito del miércoles de cenizas.
Crónica Orellanense 2ª de Octubre 2011-
Santos y Difuntos 1ª parte.
Nuestro paisano extremeño, el gran poeta Espronceda, llegó a escribir este pensamiento que a mí me parece puramente materialista.
“Es la historia del hombre y su locura
Una estrecha y hedionda sepultura”.
No, esto así no puede ser porque la fe y la razón nos dice que más allá de esas sepulturas hediondas y estrechas, que encierra la triste historia del hombre y sus locuras, hay algo más y nos aguarda bastante más en las regiones de ultratumba, esto es lo que nos han enseñado durante generaciones, todo no se acaba en el sepulcro.
Pero dejando esto aparte, y pensando a lo cristiano, hagamos una visita al Campo Santo católico y protestemos de antemano de la conducta de aquellos que a él solo van el día de los difuntos a pasar el rato a distraerse algo a costa de las lágrimas y oraciones de muchos, protestemos más enérgicamente todavía de la de aquellos tan desgraciados como desagradecidos, que convierten este lugar santo en teatro de sus despreocupación capitulera.
Son los últimos días del mes de octubre y los monaguillos de la parroquia andan un tanto alborotados, por fin ha llegado el ansiado día en que tocaba salir por las calles del pueblo pidiendo una limosna para las ánimas del purgatorio o Ánimas Benditas. Estas limosnas se componían de donativos diferentes que los monaguillos recogían entusiasmado. Todo era bueno para la noche de todos los Santos: melones, granadas, bellotas, higos pasado “aprietaculos”
y algún dinero que aunque escaseaba siempre había alguna persona devota que además de su limosna frutal, daban algunas perrillas (que no perritas) de cinco o diez céntimos, con esta calderilla se pagarían las velas que naturalmente se compraban al cura y las sobrantes se juntaban con la asignación de la parroquia que solía ser de un real “veinticinco céntimos” por semana.
Las velas se usaban para que la estancia en la torre del campanario la noche de todos los Santos no resultara tan lúgubremente oscura.
Pues allá van los monaguillos recorriendo calles que previamente habían sido acordadas. Unos llevaban esportillas para las frutas pequeñas, castañas, nueces, bellotas, etc. Otros dos, los más fuertes, con su esportón para melones, membrillos y granadas, otros llevaban una bolsa de tela donde se guardaban la poca calderilla que solían dar, máximo de una persona pudiente pues un real o sea dos perras gordas y una chica que correspondía a veinticinco céntimos.
Llegados a una puerta llamaban diciendo – ave María- a lo que desde dentro contestaban –sin pecado concebida- y siempre con educación se pedía – ¿nos da “usted” una limosna para las Ánimas Benditas? Una vez recibida la limosna, todos a coro daban las gracias –que las Ánimas Benditas se lo paguen-.
Después de la escudriñadora inspección del cura, todos los donativos se subían a la torre del campanario y depositados en una especie de habitación que formaba un hueco de la bóveda de ladrillos que configuraba la cúpula de la iglesia, a este hueco le llamaban los monaguillos la bovedilla o la cueva quizás por la oscuridad que reinaba en su interior. Una vez que la frutería quedaba instalada en dicha cueva se hacía el recuento de velas, los trozos de algún donativo y los desechados de los oficios de la iglesia, estos eran colocados a trecho en el pasillo del sur de unos once metro de largo que doblando a la derecha como otros tantos metros se llegaba a la entrada que daba acceso a la escalera del campanario a la derecha, se encontraba la oscura puerta de la cueva donde estaba prohibido encender velas en su interior por riesgo de fuego ya que allí se guardaba lo sobrante del ramón del domingo de ramos para se incinerado y emplear los residuos en el rito del miércoles de cenizas.
Hola Víctor.
Una crónica perfecta como siempre y por lo que veo solo es la primera parte, esperemos a leer el resto.
Un saludo.
Una crónica perfecta como siempre y por lo que veo solo es la primera parte, esperemos a leer el resto.
Un saludo.