Sé de una mujer que tiene el corazón tan grande que ama con el como el corazón de Dios; y sé que sus cuidados y desvelos son como los de un ángel, como mi ángel de la guarda.
Sé de ella que, cuando fue joven, tenía la madurez de una anciana; y, ya anciana, trabaja con el vigor y la prontitud de una joven.
En su ignorancia, se desenvuelve con el acierto de un sabio; y, en lo que sabe, lo hace con la sencillez de un niño.
Ha sido siempre pobre, y, sin embargo nunca faltó nada; ni siquiera la sonrisa; y cuando ha tenido algo, lo comparte con dulzura.
Sé que, siempre que esté conmigo, no la sabré valorar como se merece; pero daría todo lo que soy por poderla mirar siempre, por poder recibir de ella, aunque sólo sea un instante, un sencillo guiño de sus ojos. Te quiero Madre.
Sé de ella que, cuando fue joven, tenía la madurez de una anciana; y, ya anciana, trabaja con el vigor y la prontitud de una joven.
En su ignorancia, se desenvuelve con el acierto de un sabio; y, en lo que sabe, lo hace con la sencillez de un niño.
Ha sido siempre pobre, y, sin embargo nunca faltó nada; ni siquiera la sonrisa; y cuando ha tenido algo, lo comparte con dulzura.
Sé que, siempre que esté conmigo, no la sabré valorar como se merece; pero daría todo lo que soy por poderla mirar siempre, por poder recibir de ella, aunque sólo sea un instante, un sencillo guiño de sus ojos. Te quiero Madre.