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ORELLANA LA VIEJA: Nosotros nos íbamos a comer EL MORRO a LOS RESFALAEROS,...

LA MATANZA III ((EL MORRO)

La matanza, para los niños, constituía un día muy esperado y especial por varios motivos: En primer lugar no íbamos a ir a la escuela (la verdad es que a los Maestros de entonces, D. Eladio Fernández y D. Vcente Rodríguez Amores, de gratísismo recuerdo, no les importaba mucho porque era costumbre que se faltara el día de la MATANZA y porque bastante tenían ellos con atender el resto de los cincuenta ó sesenta alumnos que albergaban en sus aulas); especial porque nos juntaríamos con primos y tíos, porque nos íbamos a hartar de comer y porque, en consecuencia, nos lo íbamos a pasar muy bien.
Los portales y cocheras donde se hace la matanza son hervidero de actividad, un contínuo trajín. De pronto se oye decir: - ¡Que alguien ase el MORRO a los muchachos y les haga un MOCHO, que no hacen más que estorbar ¡(Yo creo que ése fue el origen de esta costumbre)
Y al rato, de la lumbre, sale un olor inconfundible señal de que el morro, la quijá y el rabo del cerdo, pronto estarán en su punto de asado. En una cesta de mimbre con asa, nos colocan las piezas asadas, unos trapos limpios y pan "zorollo" como decía Manuel " El Chiquito". - ¡No volváis hasta la hora de comer... ¡. Y ahi va toda la trupe con su preciada carga dirigíendose a las afueras del pueblo más cerca del sitio donde se celebra la matanza: " La Butrera" o "La huerta el Agua" si es en la zona de las calles Palacio, Calvario o Campanario; "El Castillo Montalván" y "Cerro Gordo" si es en las calles aledañas a la plaza y "La calleja de los Lobos " y "Los Peñascales" si se trata de la calle Villanueva y anejas.
Cuando se llegaba al sitio, el primo mayor y algún ayudante que él nombraba, emprendían la "árdua" tarea de DESCARNAR el "morro" y las"quijás", con piedras golpeaban los huesos hasta extraer las muelas y los colmillos, cuyo interior constituían manjares muy aprenciados ¡Qué felices nos sentíamos si nos tocaba una muela ¡. Se sacaba el tabique que divide el testuz del cerdo de naturaleza cartílaginosa o TERNILLA y se hacía tantos trozos como comensales había porque era preceptivo que a todos nos tocase una cacho de TERNILLA. Después, sobre los trapos limpios tendidos en el suelo, se iban haciendo montoncitos de la carne extraida a los huesos. Mientras, el resto de la chiquillería juega al ESCONDER, unos, otros al MOCHO y los menos miran la faena de los encargados de preparar las soculentas raciones de comida.
Todos acudíamos cuando nos llamaba el primo mayor y, con la solemnidad que requiere la ocasión decía: -Tú, que eres el mas chico, mira para atrás que vamos a echar a suerte los montonnes ¡. ¿Este para quién es?.... y lo iba entregando al niño o niña nombrado. Casi siempre había alguna protesta porque mientras ESCARNABAN, algún cachito de carne que otro se perdía, sin querer, en las bocas del mayor y ayudante. Por eso se decía que " El que reparte, reparte siempre le toca la mejor parte."
Pero la sangre nunca llegaba al río y, una vez habíamos dado buena cuanta del festín, regresábamos a la MATANZA y contábamos a nuestras madres cómo nos había ido en EL MORRO.
Viejas costumbres, días maravillosos de la infancia, recuerdos inolvidables que forman parte de nuestras vidas y que fluyen de mi memoria con verdadero gozo que quiero compartir con vosotros amigos foreros

Nosotros nos íbamos a comer EL MORRO a LOS RESFALAEROS, cerca de "El Castillo de Montalván", como bien ha dicho mi amigo Antonio.
Los resfalaeros eran unas peñas que tenían una parte lisa por donde nos resfalábamos y donde más de dos culeras iban hechas polvo.
Como era invierno, había charcos de agua clara en las peñas. De esos charquitos bebíamos, no sin antes bendecir el agua con esta oración:

Por aquí pasó Jesucristo
con un calderito.
Bebió, no se murió,
yo beberé,
no me moriré.
Si es agua buena,
me salvaré.
Si es agua mala,
la devolveré.
Y ale, a beber todos con la mano o echándonos a pecho porque ya estaba bendecida y ya no nos podía pasar nada.